La
etapa italiana (1473-1482) debió desarrollarse en varias ciudades. Entre
1473 y 1477 quizá estuviese en Nápoles y Roma, y desde este año en Urbino,
donde debió conocer la obra de Jan van Eyck, aunó la pintura gótica hispanoflamenca
con la renacentista italiana, aprendió a retratar el desnudo, el cuerpo en
movimiento y el escorzo. Además, pintó alguna de sus obras más destacables. Colaboró
con Justo de Gante, terminando algunas obras iniciadas por este, caso de Vitorino
da Feltre y El papa Sixto IV, ambas de 1475, y con Francesco di
Giorgo Martini, que pintó los elementos arquitectónicos de Federico de
Montefeltro y su corte escuchando la lección de un humanista (1475).
Pedro
Berruguete colaboró con Juan de Gante en la realización de diversos retratos de
personajes ilustres, caso de El papa Sixto IV (1475).
La
gran obra de Pedro Berruguete en Italia es Retrato de Federico de
Montefeltro y su hijo Guidobaldo (1474-1477) para la serie de 28 retratos de
hombres célebres, que adornaría la biblioteca de Federico de Montefeltro, duque
de Urbino. Se trata de un retrato doble; Federico de Montefeltro aparece en su
estudio, sentado en un trono, retratado como humanista y militar, rodeado de
símbolos de poder y conocimiento, desde una armadura a un libro, además de los
símbolos que le identifican como caballero del Toisón de Oro y de la Orden de
la Jarretera, y como símbolo de su reconocimiento internacional la mitra de
perlas, regalo del sultán otomano, sobre la estantería; aparece retratado del
perfil izquierdo, puesto que el lado derecho del rostro se lo desfiguró en un lance
durante un torneo. Guidobaldo aparece de pie apoyado sobre la rodilla derecha
de su padre, está vestido de gala, con abundantes joyas. El cuadro presenta un
formato vertical con la perspectiva en orientación derecha izquierda.

Pedro
Berruguete trabajó para el duque de Urbino, siendo su mejor obra Retrato de
Federico de Montefeltro y su hijo Guidobaldo (1474-1477).
Pedro
Berruguete abandonó Urbino tras el fallecimiento de Federico de Montefeltro en
1482.
Durante
la etapa castellana (1483-1503) la Iglesia fue el cliente principal de
Pedro Berruguete, que se especializó en pinturas para retablos. En las obras de
esta etapa se aprecia una mejor representación de la perspectiva, de la
anatomía humana en movimiento y de la arquitectura clásica, si bien sigue
utilizando elementos góticos, tan característicos en Castilla.
La
presencia de Pedro Berruguete en Toledo está documentada a partir de 1483,
trabajando en la catedral de Santa María por decisión del cardenal Mendoza. También
trabajó en otras localidades castellanas, donde realizó importantes obras, una
de ellas La decapitación de san Juan Bautista (1485) para la iglesia de Nuestra
Señora de la Asunción en Santa María del Campo; combinó características de la
pintura italiana, como la perspectiva, la arquitectura clásica y la gradación
de la luz, con otras de la pintura hispanoflamenca, como la elegancia y el
detallismo en los vestidos de las mujeres.

En
La decapitación de san Juan Bautista (1485) se aprecia el estilo
personal de Pedro Berruguete, que supo combinar los estilos hispanoflamenco y
renacentista italiano.
Otras
obras que Pedro Berruguete realizó fuera de Toledo durante estos años fueron Milagro
de la pierna de san Cosme y san Damián, Virgen con el Niño, Lamentación
sobre Cristo muerto, Díptico de la Pasión y Asunción de la Virgen,
todas hacia 1490.
Pedro
Berruguete perdió a su valedor tras la muerte del cardenal Mendoza en 1495; aun
así, trabajó en la catedral de Santa María de Toledo hasta 1497 para concluir los
trabajos que tenía comprometidos: Anunciación, Nacimiento de Cristo
y Adoración de los Magos, todos para el claustro catedralicio.
Fray
Tomás de Torquemada, primer inquisidor general de Castilla y Aragón y miembro
de la orden de los dominicos, llamó a Pedro Berruguete para que participase en
la decoración del Real Monasterio de Santo Tomás de Ávila en 1499. Realizó
varias tablas dedicadas a santo Domingo de Guzmán y san Pedro Mártir de Verona,
santos dominicos. Son las mejores obras de Pedro Berruguete.
Las
tablas dedicadas a santo Domingo de Guzmán son Aparición de la Virgen a una
comunidad de dominicos, Auto de fe presidido por santo Domingo de Guzmán,
Santo Domingo y los albigenses, Santo Domingo resucita a un joven
y Santo Domingo de Guzmán.
En
Aparición de la Virgen a una comunidad de dominicos se recoge el momento
en el que la Virgen María se aparece a un grupo de monjes dominicos, que,
gracias a su devoción mariana, lograron hacer desaparecer el demonio, que tanto
intentó perturbarlos.

Pedro
Berruguete en Aparición de la Virgen a una comunidad de dominicos (1499)
representa la intensa devoción mariana de los dominicos.
En
Auto de fe presidido por santo Domingo de Guzmán se representa un
episodio sucedido entre 1212 y 1221, aquel en el que santo Domingo de Guzmán
presidió el auto de fe en el que se procesó al hereje Raimundo de Corsi y a
otros albigenses; a santo Domingo de Guzmán se le reconoce por vestir los
hábitos de la orden dominica con las tres flores de lis y el nimbo; aparece
sentado en el trono de la tribuna superior, con la mano derecha extendida en
ademán de clemencia hacia Raimundo de Corsi, que al abjurar de la herejía
albigense fue indultado de morir en la hoguera; seis jueces acompañan a santo
Domingo de Guzmán en el tribunal, tres a cada lado, uno de ellos sostiene el
pendón del Santo Oficio; en la grada inferior aparecen doce hombres, unos
leyendo las sentencias a los herejes, otros hablando, otros observando el
desarrollo del Auto de fe y otro sentado durmiendo con la cabeza apoyada en el
respaldo de la grada; el graderío está cubierto con un dosel; en primer plano
aparecen soldados a caballo y a pie, clérigos, verdugos, público y condenados;
dos de los condenados están desnudos en el quemadero a la espera de que sea
encendida la hoguera y otros dos con corazas y sambenitos en los que se lee
“condenado herético”. Aunque el auto de fe se desarrolló en el siglo XIII todos
los personajes visten a la moda de finales del siglo XV.

Auto
de fe presidido por santo Domingo de Guzmán (1499) es la obra más importante
que Pedro Berruguete realizó para el Real Monasterio de Santo Tomás de Ávila.
En
Santo Domingo y los albigenses se muestra un episodio de la prueba del
fuego; santo Domingo ordenó arrojar al fuego los libros albigenses, pero uno
asciende y se salva de las llamas, lo que acreditaba que no era un libro
herético para la fe católica.
Pedro
Berruguete pintó la prueba del fuego en Santo Domingo y los albigenses
(1499).
En
Santo Domingo resucita a un joven se representa un doble episodio, en el
primero, que se ve en el exterior, el joven Napoleón Orsini cae de un caballo y
muere, en el segundo, en el interior, santo Domingo, levitando de rodillas,
bendice con la mano derecha a Orsini, que se incorpora, volviendo a la vida
ante la sorpresa de los asistentes.
Pedro
Berruguete en Santo Domingo resucita a un joven (1499) representa uno de
los milagros que se atribuyen al santo.
Santo
Domingo de Guzmán
es la tabla central del retablo dedicado al santo. Aparece retratado de pie, de
frente, con la mirada baja, con la mano izquierda sostiene un libro del que
brota la flor de lis, con la mano derecha empuña una cruz, que clava en el
perro demoniaco. Se aprecia la influencia italiana en la representación de la
perspectiva lineal y la influencia hispanoflamenca en la abundancia del dorado.
Pedro
Berruguete en Santo Domingo de Guzmán (1499) retrató al santo como
inquisidor general por iniciativa de fray Tomás de Torquemada. Nunca ocupó ese
cargo, pero a fray Tomas de Torquemada le sirvió para reforzar el papel de la
Inquisición y el suyo.
Las
tablas dedicadas a san Pedro Mártir de Verona son San Pedro Mártir, San
Pedro Mártir en oración, Muerte de san Pedro Mártir, El milagro
de la nube y Adoración del sepulcro de san Pedro Mártir.
San
Pedro Mártir
es la tabla del retablo dedicado a san Pedro Mártir de Verona. Al santo se le
identifica por los elementos martiriales: el cuchillo en incrustado en la
cabeza, el puñal clavado en el pecho, la palma con las tres coronas y el libro
abierto por la oración del Credo. Hay que mencionar que se combinan elementos
arquitectónicos góticos y renacentistas y al santo se le dota de movimiento al
adelantar una pierna.
San
Pedro Mártir
(1499) fue la tabla central del retablo dedicado a ensalzar la figura de este
santo dominico.
En
San Pedro Mártir en oración se retrata al santo de rodillas ante un
crucifijo; se lamenta ante Cristo, a quien dirige la mirada y sus palabras, por
sufrir por Él sin haber hecho daño a nadie, a los que el Señor le responde “¿Y
yo, Pedro, qué mal hice?”. El diálogo entre los dos aparece escrito en latín
sobre el paño dorado, que cubre el muro de cierre de la escena.
Pedro
Berruguete en San Pedro en oración (1499) vuelve a combinar las
enseñanzas de la escuela hispanoflamenca, como la utilización del dorado como
fondo de la escena, y del estilo renacentista, caso de la perspectiva lineal y
los elementos arquitectónicos clásicos.
En
La muerte de san Pedro Mártir se representa el martirio de Pedro de
Verona, prior del convento dominico de Como, en su camino hacia Milán, donde
participaría en una vista contra unos herejes; unos correligionarios de estos
le ataron y martirizaron hasta darle muerte; Pedro de Verona recoge su sangre y
con ella escribe en el suelo el arranque del Credo.
En
La muerte de san Pedro Mártir (1499) se subraya la importancia del
martirio y de la oración del Credo.
En
El milagro de la nube se recoge el momento en el que el hereje, sentado
junto al púlpito, promete renunciar de su error si cesa el intenso calor que
están sufriendo, entonces una nube nubla el cielo. Se combinan la perspectiva
lineal y la jerárquica, por la cual san Pedro Mártir es de mayor tamaño que el
resto de las figuras.
En
El milagro de nube (1499) se reconocen características goticistas como
la perspectiva jerárquica, el dorado y elementos arquitectónicos góticos.
En
Adoración del sepulcro de san Pedro Mártir se recoge el momento en el
que tiene lugar el milagro del encendido de la lámpara, que ilumina la estancia
donde los creyentes rezan ante el sepulcro de san Pedro Mártir, un rayo de luz
enciende la lámpara, que ocupa el centro de la escena, causando admiración
entre unos y reforzando la fe en san Pedro Mártir. Pedro Berruguete sigue el
relato que se recoge en La leyenda dorada, de Jacobo de Vorágine.
Pedro
Berruguete se inspiró en La leyenda dorada, de Jacobo de Vorágine, para pintar Adoración
del sepulcro de san Pedro Mártir (1499), donde se representa el milagro del
encendido de la lámpara.
Pedro
Berruguete pintó obras de notable interés en sus últimos años; hay que
mencionar Cristo en la cruz (1499), San Juan Evangelista en Patmos
(1499), La Virgen con el niño en un trono (1500), La Virgen de la
leche (hacia 1500).
Pedro
Berruguete se consagró como uno de los maestros de la pintura española por ser
uno de los primeros maestros de la pintura renacentista en España, aunque nunca
abandonó elementos característicos de la pintura gótica hispanoflamenca. Sus
mejores obras fueron las que realizó para el Real Monasterio de Santo Tomás de
Ávila a instancia del inquisidor general fray Tomás de Torquemada.