Luis Salvador Carmona (Nava del Rey, 1708-Madrid, 1767) es uno de los escultores barrocos del siglo XVIII más destacados. Se formó en el taller de Juan Alonso Villabrille en Madrid. Estudió a Gregorio Fernández y Pedro de Mena, reconociéndose la influencia de estos en sus obras. Abrió su propio taller en 1731. Fue aceptado como maestro por la Junta Preparatoria para la creación de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando en 1746, rechazado como escultor de cámara en 1748 y nombrado teniente director de escultura de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando en 1752. Participó en la decoración del Palacio Real de Madrid y del Palacio Real de La Granja de San Ildefonso. Sus mejores obras son las imágenes de temática religiosa. Se jubiló en 1766 después de perder la vista.
La obra de Luis Salvador Carmona presenta las siguientes características:
- La mayor parte de sus creaciones son de temática religiosa.
- La mayoría de sus obras son barrocas, pero algunas ofrecen características de los estilos rococó y neoclásico.
- Combinó valores estéticos de las escuelas castellana y andaluza, en particular de autores tan destacados como Gregorio Fernández y Pedro de Mena.
- Los materiales que utilizó para realizar sus esculturas fueron la madera policromada y el mármol.
- Las imágenes ofrecen un realismo idealizado, además de expresiones delicadas y serenas.
- Para dotar de más realismo a sus creaciones usó postizos para ojos, pestañas, uñas, cabello y heridas.
La
carrera artística de Luis Salvador Carmona pasó por las etapas siguientes:
- Formación, de 1723 a 1729.
- Colaboración con Juan Alonso Villabrille, de 1729 a 1731.
- Escultor independiente, de 1731 a 1766.
La
etapa de formación (1723-1729) se desarrolló en Madrid, en el taller del
escultor Juan Alonso Villabrille. Antes, en su localidad de Nava del Rey, conoció
los trabajos de Francisco Martínez de Arce, Juan Correas, los hermanos Juan y
Pedro de Ávila, Pedro Gamboa y Gregorio Fernández. Fue un religioso segoviano
quien reconoció el talento de Luis Salvador Carmona y le introdujo en el taller
de Juan Alonso Villabrille, de quien aprendió el oficio de escultor.
Durante la etapa de colaboración con Juan Alonso Villabrille (1729-1731) realizó con su maestro tres obras, las de San Isidro y Santa María de la Cabeza para el puente de Toledo y la de San Fernando para el Real Hospicio del Ave María y San Fernando. Las tres obras se encuentran en Madrid y están realizadas en piedra labrada.
La etapa como escultor independiente (1731-1766) se inició cuando abrió su taller. Su producción escultórica es muy abundante, destacando la imaginería, pero también conjuntos escultóricos para palacios reales. La mayor parte de su obra es de temática religiosa.
Durante los primeros años de esta etapa la producción no es tan prolija como la que ejecutó pasado el ecuador del siglo XVIII, pero desde el primer momento de gran calidad. Hay que citar la imagen Divina pastora (1738), en la que se representa a la Virgen María de medio cuerpo, vistiendo túnica, manto, vellón de lana y un tocado adornado con flores, ofreciendo espigas de trigo a una oveja a la que acaricia con la mano izquierda, siendo así una representación de la eucaristía; además, los colores predominantes están llenos de simbolismo -el blanco la pureza, el rojo la Pasión de Cristo y el azul la eternidad y la condición de la Virgen María como reina de los cielos-; la madera está policromada, pero no estofada, lo que apunta hacia neoclasicismo.
Otra
obra destacable de Luis Salvador Carmona que se ajusta a los principios
estéticos neoclásicos es San Antonio de Padua (1741).
Luis Salvador Carmona se aproximó al escultor italiano Gian Domenico Olivieri, que, en 1740, vino a España para hacerse cargo de la decoración del Palacio Real de Madrid, además promovió la creación de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Así fue como Luis Salvador Carmona participó en la decoración del Palacio Real entre 1753 y 1761; suyos son San Isidro Labrador y San Dámaso y san Jerónimo, relieves en mármol que decoraron las sobrepuertas de la galería principal del Palacio Real por encargo de Fernando VI dentro de una serie de 36 relieves y medallones, pero que Carlos III desestimó por aparatosos. En San Isidro Labrador el santo ocupa el centro de la escena, reconociéndose a la derecha a santa María de la Cabeza y al caballero Vargas a la izquierda, con Madrid al fondo y ángeles en el cielo. En San Dámaso y san Jerónimo, este, vestido de cardenal y de rodillas, entrega al Papa el manuscrito de la Vulgata; aparecen rodeados del séquito papal y de los discípulos del santo. Para el Palacio Real de Madrid también hizo las estatuas Fernando I, Doña Sancha, Felipe IV, Ordoño II y Ramiro I.
Luis
Salvador Carmona también debe a Gian Domenico Olivieri haber participado en la
decoración del Palacio Real de la Granja de San Ildefonso. Realizó la Medalla
del panteón de Felipe V (1758).
Luis Salvador Carmona realizó imágenes de la Virgen María y de santas de gran valor, destacando Virgen del Rosario, Santa Eulalia y Santa María Egipciaca, las tres realizadas en los primeros años sesenta del siglo XVIII.
La Virgen del Rosario del oratorio del Olivar de Madrid formó parte del conjunto escultórico realizado para el colegio y convento de Santo Tomás, destruido durante la guerra civil de 1936 a 1939. La composición es triangular, haciendo la Virgen María las veces de eje compositivo. Se representa a la Virgen María sentada en un trono; con el brazo izquierdo sujeta al Niño Jesús, que con sus manos sujeta sendos rosarios, a la vez que con la derecha bendice; el rosario que el Niño Jesús sujeta con la mano derecha lo recoge la Virgen María con su mano derecha, dejando a la vista el crucifijo que cuelga del extremo del rosario, estableciendo un nexo de continuidad entre el Niño Jesús y su Pasión y muerte en la cruz; la Virgen María y el Niño Jesús están flanqueados por dos ángeles, que aparece de pie y sujetan sendos rosarios; toda la escena descansa sobre cabezas de ángeles. La paleta de colores es escasa, pero está llena de simbolismo, el blanco lechoso de la piel simboliza la pureza, el rojo de la túnica de la Virgen María la Pasión que vivió su hijo, el dorado del broche que sujeta el manto de la Virgen la Gloria y el azul del manto de la Virgen y del vestido del Niño Jesús la eternidad, de la Virgen como reina de los cielos y del Niño Jesús su condición de Dios.
Santa
Eulalia,
también conocida como Santa Librada, es una imagen en la que aparece la
mártir clavada en la cruz con cuatro clavos; a pesar del dolor de la
crucifixión, el semblante es dulce y sereno con la mirada orientada al cielo,
expresando el anhelo de la santa de encontrarse con Dios. La imagen transmite
movimiento gracias al giro de la cabeza y la ligera flexión de la pierna
izquierda. El vestido de la santa es casi tan blanco como su piel, pero aparece
decorado con motivos florales de vivos colores y una cinta roja, que se anuda
formado un lazo, lo que sirve para ceñir el vestido y sujetarlo, pues sus
pliegues parecen movidos por el viento. Estos motivos decorativos caracterizan
a esta obra dentro del rococó.
Santa
María Egipciaca
quizá sea la obra maestra de Luis Salvador de Carmona y en ella se aprecia la
influencia de la Magdalena penitente de Pedro de Mena. Santa María
Egipciaca aparece representada como una mujer joven, de gran belleza, de
cabello largo hasta las caderas, despeinada, pero con raya en medio; el rostro
es de líneas suaves, mejillas redondeadas y labios y cejas bien definidas;
viste un sayal de hoja de palma entrecruzada con un remiendo a la altura de la
rodilla izquierda, le llega hasta los pies y aparece anudado con una cuerda a
la altura de la cintura; los pies aparecen descalzos, el izquierdo adelantado
con respecto al derecho, dotando a la imagen de movimiento; la mano derecha se
lleva al pecho, representándose el arrepentimiento por su vida pasada disoluta,
mientras con la izquierda sujeta una calavera, simbolizando la vida de
meditación que llevó en el desierto; a los pies aparecen dos panes de los que
se estuvo alimentando durante su retiro en el desierto. La paleta de colores es
escasa con predominio de los tonos ocres y castaños, lo que sirve para subrayar
la sobriedad de la escultura y despertar en el espectador la espiritualidad y
misticismo que vivió María Egipciaca. El verismo en la representación se
aprecia en los detalles y la expresividad de la santa.
Luis
Salvador Carmona durante sus últimos años en activo realizó varias imágenes de
Cristo representándolo de distintas maneras. Cabe mencionar Cristo del
perdón (1756), Jesús flagelado recogiendo las vestiduras (1760) y Cristo
crucificado (1766). Son obras de una gran maestría barroca.
Cristo del perdón aparece arrodillado sobre la esfera terrestre en la que se representa el pecado original, se muestra doliente, siendo visibles las llagas de la Pasión y uno de sus elementos, la soga; la mirada es expresiva, se dirige a Dios Padre en el cielo en busca de consuelo; los pliegues del sudario son angulosos; el virtuosismo técnico se aprecia en la perfecta reproducción de la anatomía de Cristo y en la expresividad gestual, que se subrayan por el uso de postizos.
Jesús
flagelado recogiendo las vestiduras exhibe un verismo virtuoso en el
tratamiento de la fisonomía y expresividad de Cristo durante uno de los
momentos más humillantes de la Pasión, aquel en el que es despojado de las
prendas que porta y que recoge del suelo; la anatomía está perfilada con esmero,
igual que las heridas que cubren todo su cuerpo; la fuerza expresiva se pone de
manifiesto en la mirada, que se dirige al suelo, ensimismada y sufriente.
Cristo
crucificado
presenta un estudio anatómico virtuoso, donde están definidas con precisión la
estructura ósea y la musculatura; el cuerpo parece vencerse al caer la cabeza
hacia la derecha y caderas y rodillas hacia la izquierda; los pliegues oblicuos
del paño de pureza aportan movimiento; la paleta de colores es escasa, pero
contrastada, el castaño de la madera, el blanco lechoso de la piel y el rojo de
las heridas en rostro, manos, costado, rodillas y pies; Cristo muestra la
extenuación en el dolor a través de la boca entreabierta y la mirada apagada,
pero mantiene la serenidad.
La
trascendencia artística de Luis Salvador Carmona se constata por el volumen de
obras que salieron de su taller, donde contó con una gran cantidad de
colaboradores, entre los que destacaron su hijo Bruno, sus sobrinos Manuel y
Juan Antonio y Francisco Gutiérrez Arribas; su actividad como docente en la
Real Academia de Bellas Artes de San Fernando de Madrid, influyendo en un gran
número de alumnos; la importancia y número de los encargos recibidos, habiendo
obras suyas en Madrid, Castilla, País Vasco, Navarra, Andalucía y América;
haber contado entre sus clientes a la Corona y la Iglesia; y la realización de
obras de estilo barroco y otras en las que se reconocen los estilos rococó y
neoclásico.
Por último, hay que señalar que un número importante de sus obras localizadas en Madrid fueron destruidas por milicianos del Frente Popular durante la guerra civil de 1936 a 1939, debiéndose citar las de la congregación de San Fermín de los Navarros y las del colegio y convento de Santo Tomás, de la que solo se salvó la ya citada Virgen del Rosario del oratorio del Olivar.