Diego Velázquez (Sevilla, 1599-Madrid, 1660) es el pintor barroco español más universal. Se formó en Sevilla a la sombra de Herrera el Viejo y Francisco Pacheco. En 1623 se instaló en Madrid y fue nombrado pintor de cámara de Felipe IV. Viajó a Italia en dos ocasiones (1629 y 1649). Pintó cuadros costumbristas, desnudos, históricos, mitológicos, paisajes, religiosos y retratos. Entre los retratos ecuestres hay que citar Felipe III, a caballo, Felipe IV, a caballo, La reina Isabel de Borbón, a caballo, La reina Margarita de Austria, a caballo y El príncipe Baltasar Carlos, a caballo, todos pintados entre 1634 y 1635, durante la segunda etapa madrileña (1631-1649). El rey Felipe IV le nombró caballero de la Orden de Santiago (1658).
El príncipe Baltasar
Carlos, a caballo
fue uno de los cuadros que formaron parte de la galería de retratos ecuestres
del Salón de Reinos del palacio del Buen Retiro de Madrid, construido entre
1630 y 1635. Se situó en uno de los
lados cortos, sobre una puerta, entre los
cuadros de sus padres Felipe IV e Isabel de Borbón. De esta manera se
quería insistir en la idea de
continuidad dinástica.
El príncipe Baltasar Carlos tendría seis años en el momento en el que Velázquez pintó el cuadro. Así y todo, aparece con todos los elementos de quien estaba llamado a ser rey de la Monarquía Hispánica. Aparece erguido sobre la silla de montar, en actitud de mando, con semblante serio, sujetando las riendas del caballo con la mano izquierda y el bastón de mando de general con la mano derecha. Viste de gala. La piel pálida y el cabello rubio contrastan con el negro del sombrero y el chambergo.
El caballo se presenta en corveta de tres cuartos, con las patas delanteras en alto, apoyado en las traseras. Ofrece un vientre desarrollado en exceso si se observa a una corta distancia, pero tal deformación no la apreciaría el espectador que mirase el cuadro en el sitio original en el que fue situado, sobre una puerta. Llama la atención el desarrollo de las crines y la cola, movidas por la brisa.
El paisaje resalta las figuras del jinete y el caballo, que ocupan el centro del cuadro, en primer plano. El paisaje de fondo es un rincón de las sierras que rodean Madrid. Está estructurado sobre manchas de color predominantes, los ocres y verdes del suelo, en diagonal, y los azules y plateados del cielo, muy vaporoso.
La luz se concentra en el rostro del príncipe Baltasar Carlos con el fin de que el espectador se fije en su mirada severa y punzante. Procede desde un foco exterior al cuadro situado en parte derecha a más altura de la que se encuentra el príncipe Baltasar Carlos.
La paleta de colores es escasa, pero rica en tonalidades.
Se combinan pinceladas minuciosas para retratar al príncipe Baltasar Carlos y remarcar las texturas de su indumentaria, también para el caballo, con otras largas y fluidas para el paisaje, dar vaporosidad al cielo y crear la perspectiva aérea.
El príncipe Baltasar Carlos, a caballo pasa por ser uno de los retratos ecuestres más sobresalientes de Velázquez y del estilo barroco por su composición, virtuosismo técnico y estudio psicológico de un niño llamado a ser rey.