Fernando Yáñez de la Almedina (Almedina, 1475-1537) fue uno de los pintores renacentistas españoles más sobresalientes. Se formó en Italia e introdujo en España las enseñanzas de Leonardo da Vinci. Su carrera artística en España la realizó en Valencia, Cuenca y Almedina, durante unos años en colaboración con Fernando de Llanos. Su obra maestra es Santa Catalina (1510), una de las obras más destacadas del Renacimiento.
Las pinturas de Yáñez de la Almedina se caracterizan por composiciones equilibradas, el sfumato leonardesco, figuras monumentales, bien proporcionadas en actitud serena, introducción de arquitectura clásica como marco escenográfico y de elementos moriscos y como técnica empleada el óleo sobre tabla.
La
trayectoria artística de Yáñez de la Almedina pasó por tres etapas:
- Italiana, antes de 1506.
- Valenciana, de 1506 a 1518.
- Almedinense, de 1518 a 1537.
La
etapa italiana (antes de 1506) fue breve, pero intensa. No hay datos de
sus años de formación en España, por lo que no se sabe con qué grado de
conocimientos llegó a Italia; tampoco se sabe en qué año llegó a Italia, pero
sí está documentada su presencia en 1505 y sé sabe que regresó a España en
1506. En Italia se formó en Milán, Florencia y Roma; trabajó con Leonardo da
Vinci, de quien aprendió su manera de pintar hasta asumir su estilo; también
estudió a otros maestros italianos, caso de Lippi, Perugino, Pollaiuolo y
Rafael; además estudió los grabados de Durero. Inició su colaboración con
Fernando de Llanos. De esta etapa son las obras Santos en un paisaje, El
Salvador y La batalla de Anghiari, de la Gran Sala del Consejo de la
Señoría de Florencia, en colaboración con Leonardo da Vinci, pero que quedó sin
terminar.
Durante la etapa valenciana (de 1506 a 1518) sigue trabajando con Fernando de Llanos en algunas de sus obras más sobresalientes, la primera de ellas el retablo de los santos Cosme y Damián (1506) para la iglesia catedral basílica metropolitana de la Asunción de Nuestra Señora de Valencia, de la que la tabla dedicada a san Cosme la debió hacer Yáñez de la Almedina y la predela, en la que aparece una Piedad, la pintaría en colaboración con Fernando de Llanos.
Otra obra en la que colaboraron Yáñez de Almedina y Fernando de Llanos fue el retablo mayor de la iglesia catedral basílica metropolitana de la Asunción de Nuestra Señora de Valencia (1607), compuesto por doce tablas en las que se representan los gozos de la Virgen María. De Yáñez de la Almedina son las tablas Abrazo ante la Puerta Dorada, Presentación de María en el templo, Visitación, Natividad, Pentecostés y Dormición de María. Son obras de gran formato en las que se reconoce todo lo que Yáñez de la Almedina aprendió en Italia, en particular de Leonardo, abriendo la etapa clásica de la pintura renacentista española.
Yañez
de la Almedina pintó dos de sus obras más destacadas en 1510: San Damián
y Santa Catalina.
En San Damián las líneas verticales del traje del santo se imponen a las horizontales de un paisaje inconcluso; la paleta de colores está equilibrada entre el azul, el encarnado, el negro y el ocre; la condición de patrón de los médicos de san Damián viene indicada por el tarro de ungüentos que sostiene en la mano izquierda.
Santa Catalina es su obra maestra. Yáñez de la Almedina representa a santa Catalina de Alejandría en primer término de cuerpo entero, de pie, delante de una arquitectura, en la parte baja renacentista, asemejando mármol, y en la parte alta morisca, imitando piedra y ladrillo. Aparecen los símbolos martiriales que identifican a la santa: a sus pies la rueda dentada y en su mano derecha la espada con la que fue decapitada; otros símbolos son la corona, que alude a su ascendencia real, el libro en referencia a su sabiduría y la palma que dice que murió siendo virgen; aparece vestida con telas lujosas para simbolizar su origen aristocrático, las telas son pesadas, en color azul, oro y rojo, adornadas al modo morisco, con motivos epigráficos; la santa recoge con su mano derecha la túnica formando pliegues angulosos; y está adornada con nimbo, velo y un collar de perlas, oro y piedras preciosas. La disposición vertical de santa Catalina de Alejandría se compensa con el movimiento suave de los brazos y la monumentalidad por la expresión leonardesca y mirada delicada. Esta obra sirvió para consolidar en España el estilo leonardesco.
Yáñez de la Almedina volvió a trabajar para la iglesia catedral basílica metropolitana de la Asunción de Nuestra Señora de Valencia entre 1511 y 1514, ocupándose en la decoración del órgano.
Yáñez de la Almedina viajó a Barcelona en 1515 para valorar las pinturas que Juan de Borgoña realizó para el retablo de la iglesia de Santa María del Pino. Se desconoce si realizó alguna obra durante su estancia en Barcelona.
Durante
los últimos años de la etapa valenciana, entre 1515 y 1518, Yáñez de Almedina
se aleja del clasicismo luminoso para introducir algunas novedades en sus
obras: los personajes se agolpan en el primer plano, la iluminación se oscurece
y en la paleta de colores predominan los tonos fríos. Así se pone de manifiesto
en Resurrección, Calvario y Cristo presenta a la Virgen a los
redimidos del limbo. Esta última obra es singular porque desarrolla un tema
poco tratado en la producción artística; se vale de un elemento arquitectónico,
la pilastra, para dividir el escenario y separar a los personajes, la Virgen
María aparece a la derecha, con expresión sumisa, mientras Cristo resucitado,
señalando a su madre, y los padres y patriarcas del limbo abarrotan el lado
izquierdo de la tabla.
La etapa almedinense (de 1518 a 1537) se desarrolló entre la localidad de Almedina y Cuenca. Muchas de las obras de este período se han perdido, caso del retablo mayor de la iglesia parroquial de Almedina, y muchas otras no se conservan en el lugar para el cual fueron realizadas.
De los primeros años de la etapa almedinense es La Sagrada Familia (1523), San Onofre y San Francisco de Asís, ambos de 1525. En La Sagrada Familia sigue a Leonardo da Vinci en la agrupación geométrica de las figuras, en San Onofre se detiene en hacer un estudio anatómico del cuerpo semidesnudo del santo y en San Francisco de Asís se mantiene fiel a sus principios estéticos en la definición de los rasgos faciales, rostro oval, barbilla pronunciada, ojos grandes y mirada esquiva; en los dos últimos cuadros también aparece una característica de Yáñez de la Almedina, el muro de ladrillo para delimitar el espacio.
Durante
la etapa almedinense, Yáñez de la Almedina trabajó para la catedral de Santa
María y San Julián de Cuenca entre los años 1526 y 1531. Para la capilla de los
Carrillo Albornoz ejecutó los retablos Epifanía, Piedad y Crucifixión
y para la capilla de Hernández del Peso el retablo de La Adoración de los
pastores. A los modelos de Leonardo da Vinci y Filippo Lippi se suman los
de Sebastiano del Piombo.
Durante
sus últimos años en Cuenca, quizá en 1530, Yáñez de la Almedina debió concluir Salvador
eucarístico, iniciado cerca de 1520; representa al Cristo siriaco, de
frente al espectador, con los párpados bajados, bendiciendo con la mano derecha
y sujetando el cáliz con la izquierda y sobre el cáliz aparece la Sagrada
Forma; se reconoce la inspiración leonardesca.
Yáñez
de la Almedina regresó a su localidad natal para pasar los últimos años de su
vida. Pinta Santa Ana, la Virgen, santa Isabel, san Juan y Jesús Niño
(1532) para el retablo mayor de la iglesia de Santa María; recupera los modelos
de Durero y Leonardo da Vinci, pero las proporciones son manieristas, además la
iluminación es sombría.
Yáñez
de la Almedina es una de las figuras más destacadas de la pintura española por haber
introducido en ella la estética leonardesca, consolidando el arte renacentista
en España y, en sus últimos años, abrir el camino hacia el manierismo.