sábado, 18 de diciembre de 2021

Zurbarán

Francisco de Zurbarán (Fuente de Cantos, 1598-Madrid, 1664) pasa por ser uno de los pintores más destacados del Barroco español, junto con Velázquez, Ribera, Murillo y Ribalta. Se le reconoce por sus lienzos de temática religiosa, que se ajustan a los principios del Concilio de Trento (1545-1563) y de la Contrarreforma. Desarrolló su carrera pictórica entre Llerena, Sevilla y Madrid, además sus cuadros tuvieron una demanda creciente en América. Sus mejores clientes fueron las órdenes religiosas. Sus mejores años transcurrieron entre la décadas veinte y cuarenta del siglo XVII.

Las características que definen la pintura de Zurbarán son las siguientes:

  • Predominio de la temática religiosa –vida conventual, santos mártires, Inmaculada Concepción y Cristo crucificado–. Otros temas que desarrolló fueron las naturalezas muertas y bodegones.
  • Figuras monolíticas que se recortan sobre fondos poco elaborados.
  • Rostros y expresiones individualizados, que en el caso de los personajes religiosos mueven al misticismo.
  • Tratamiento magistral de las texturas de las telas, sobre todo de los hábitos religiosos, y de los objetos en los bodegones.
  • Perspectivas y composiciones sencillas y ordenadas.
  • Tratamiento delicado de los colores, en particular del blanco.
  • Evolución del tenebrismo de Caravaggio al claroscuro manierista. 

La trayectoria pictórica de Zurbarán se divide en las etapas siguientes:

  • Formación, hasta 1617.
  • Extremeña, de 1617 a 1628.
  • Sevillana, de 1628 a 1658.
  • Madrileña, de 1658 a 1664. 

La etapa de formación (hasta 1617) se divide en dos fases. La primera la pasó en Fuente de Cantos, en el taller de Juan de Roelas. En 1614 viajó a Sevilla a completar su formación en el taller de Pedro Díaz de Villanueva. Le influyó Juan Sánchez Cotán, conoció a Francisco Pacheco y Francisco Herrera el Viejo y estableció contactos con Alonso Cano y Velázquez. De esta etapa es Inmaculada (1616). Abandonó Sevilla sin pasar el examen de los gremios.

La etapa extremeña (1617-1628) la pasa en Llerena, donde abre un taller que no deja de recibir encargos, incluso de Sevilla.

En 1626 firmó un contrato con el convento dominico de San Pablo el Real de Sevilla. Tenía que pintar veintiún cuadros, catorce de ellos sobre la vida de santo Domingo de Guzmán. Se conserva Santo Domingo en Soriano, en el que Zurbarán ya demuestra su maestría en la reproducción de los tejidos de los vestidos y del color blanco.

Santo Domingo en Soriano (1626) es uno de los lienzos que Zurbarán pintó para el convento dominico de San Pablo el Real de Sevilla.

  

En estos años Zurbarán inició uno de los géneros que más celebridad le dio, el de los santos. Destaca San Gregorio (1626).

De estos años es su primera obra maestra, Cristo en la Cruz (1627). Cristo aparece clavado en una cruz hecha con maderos de una calidad basta, su rostro se inclina sobre el hombro derecho proyectando una sombra que recorre el costado derecho; el paño de pureza se ciñe a la cintura y cae hasta por debajo de la rodilla derecha; los pies están clavados por separado, es decir, es un Cristo de cuatro clavos, al estilo de Francisco Pacheco; la expresividad del rostro sirve para trascender el dolor corporal hacia la resurrección; Cristo, el paño de pureza y la cruz se recortan sobre un fondo negro. Este cuadro tuvo tanto éxito que el Cabildo Municipal de Sevilla pidió a Zurbarán que se instalase en la ciudad andaluza.

Cristo en la Cruz (1627) se considera la primera obra maestra de Zurbarán.

  

Durante la etapa sevillana (1628-1664) Zurbarán se confirmó como uno de los pintores más sobresalientes del Barroco español.

En 1628 firmó un contrato con el convento de la Orden de la Merced Calzada de Sevilla lo que le llevó a instalarse en la capital hispalense. Tenía que pintar veintidós lienzos para el claustro de los Bojes del convento de Nuestra Señora de la Merced Calzada de Sevilla. De los diez cuadros que se han conservado seis son de Zurbarán, a saber: Visión de la Jerusalén celeste, Nacimiento de san Pedro Nolasco, Aparición del apóstol san Pedro a san Pedro Nolasco, Partida de san Pedro Nolasco, Aparición milagrosa de la Virgen del Puig y La rendición de Sevilla. El más espectacular es Aparición del apóstol san Pedro a san Pedro Nolasco; llama la atención por su composición, san Pedro aparece crucificado en escorzo ante san Pedro Nolasco, el tratamiento dado a las telas y la luminosidad de los blancos de las telas y de san Pedro como foco de luz, al estar los santos muy cerca del espectador introduce a este en la escena. Además, pintó San Serapio, en memoria de uno de los santos de la Orden de la Merced Calzada, martirizado en 1240 por los piratas ingleses; se le representa atado por las muñecas, desvanecido, sufriendo, pero sin derramar sangre, la boca entreabierta expresa el abatimiento y la capa blanca ocupa e ilumina la mayor parte del cuadro en oposición al fondo negro.


San Serapio (1628) es uno de los cuadros de santos más valorados de Zurbarán.


Zurbarán pintó Aparición de san Pedro a san Pedro Nolasco (1629) para el convento de la Orden de la Merced Calzada de Sevilla.

  

A partir de este momento Zurbarán se presenta como “maestro pintor de la ciudad de Sevilla”, aun sin haberse presentado a los exámenes que le habrían dado derecho a utilizar tal título, lo que le llevó a enemistarse con Alonso Cano.

En 1629 Zurbarán trabajó para el Colegio franciscano de San Buenaventura de Sevilla. Firmó cuatro lienzos en los que representó la vida de san Buenaventura de Fidanza.

De estos años son otros cuadros a destacar, caso de Exposición del cuerpo de san Buenaventura (1629), Visión del beato Alonso Rodríguez y Santa Casilda (ambos de 1630), Apoteosis de santo Tomás de Aquino y Santa Margarita (ambos de 1631), San Andrés (1632) y Santa Águeda (1633). En los cuadros de santas evita cualquier gesto que pueda herir la condición femenina de la santa, parecen damas de época, no muestra el dolor del martirio y a través del vestido hace referencia al milagro que elevó a la santidad a la protagonista del lienzo.


Santa Casilda (1630) es retratada como santa y dama de época.

  

Zurbarán apenas trató el tema de la Santa Faz, pero lo hizo de una manera muy distinta según la etapa de su carrera profesional. La Santa Faz que pintó en 1631 se caracteriza por presentar un paño simétrico y de pliegues rígidos, el rostro de Cristo está dibujado con precisión.


La Santa Faz (1631) presenta una composición simétrica.

  

Zurbarán se rebeló como un maestro en la representación de los bodegones. De estos años son Tazas y vasos y Plato con limones, cesta con naranjas y taza con una rosa (ambos de 1633). Los objetos aparecen alineados sobre un fondo negro. La plasmación de las texturas de los objetos es magistral. Los focos de luz son los propios objetos que aparecen representados.


Plato con limones, cesta con naranjas y taza con una rosa (1633) es uno de los bodegones más valorados de Zurbarán.

  

Zurbarán viajó a Madrid en 1634. Estudió las obras de los pintores italianos que trabajaban en la corte, caso de Angelo Nardi y Guido Reni. Analizó su obra anterior en compañía de Velázquez, fue entonces cuando abandonó el tenebrismo, sus cielos se aclararon y la combinación de colores se hizo menos contrastada. Participó en la decoración del Salón de Reinos del Palacio del Buen Retiro. De los doce cuadros de batallas pintó La defensa de Cádiz contra los ingleses, que representa los hechos acaecidos en 1625: Fernando Girón, gobernador de Cádiz, aparece sentado dando órdenes para la defensa de la ciudad ante el ataque de la flota anglo-holandesa dirigida por Edward Cecil. Además, pintó Trabajos de Hércules, que no está entre sus mejores obras por cuanto Zurbarán nunca fue un virtuoso en la representación del cuerpo desnudo. Salió de Madrid con el título de Pintor del Rey.


La defensa de Cádiz contra los ingleses (1634) es uno de los cuadros que Zurbarán pintó en su primer viaje a Madrid para el Palacio del Buen Retiro.

  

A su regreso a Sevilla, Zurbarán tuvo que hacer frente a un número creciente de encargos, muchos con destino a América. Entre los cuadros de estos años destaca San Antonio Abad y San Lorenzo (ambos de 1636) y San Andrés (1640).

 Zurbarán recibió el encargo de once cuadros para el altar mayor de la Cartuja de Santa María de la Defensión de Jerez de la Frontera en 1636, que le tuvo ocupado hasta 1640. Destacan La Anunciación, La Circuncisión, La Adoración de los pastores y La Adoración de los Magos. Llama la atención la fuerza del claroscuro, el colorido rico en tonalidades, la autenticidad de los retratos y el tratamiento de los objetos.


La Adoración de los Magos (1640) es el último cuadro que Zurbarán pintó para la Cartuja de Santa María de la Defensión de Jerez de la Frontera.

  

El tema de la Inmaculada Concepción fue uno de los favoritos de la Contrarreforma y de Zurbarán, además, era muy venerada en Sevilla. A través de la Virgen María como Inmaculada Concepción se quería insistir en dos ideas, una, que la Virgen concibió libre de pecado, otra, que es intercesora entre los hombres y su hijo Dios. Ambas ideas se ponen de manifiesto a través de los gestos y de una simbología del color muy cuidada: el blanco representa la pureza de la Virgen y el azul su eternidad y nobleza y que es la reina de los cielos, aparece rezando, nimbada y rodeada de ángeles. A lo largo de su vida Zurbarán pintó un gran número de Inmaculadas, muchas durante los años treinta del siglo XVII.


Inmaculada Concepción (1636) es una de sus obras religiosas más reconocidas.

  

Dos cuadros en los que Zurbarán cuida el mensaje que ha de llegar al espectador son La Cena de Emaús (1639) y Cristo y la Virgen en Nazaret (1640).

En La Cena de Emaús, Zurbarán elige el momento en el que Cleofás reconoce a Cristo. Contrasta el blanco del mantel con la oscuridad que invade el cuadro, ello sirve para orientar la mirada del espectador sobre lo importante, la transubstanciación. La figura de Cristo se diluye en la oscuridad, pero es quien parte el pan que se va a comer. Los objetos –dos platos, una jarra y un trozo de pan– que hay sobre la mesa están alineados para resaltar el hieratismo de la escena y la devoción de Zurbarán hacia los monjes cartujos. El foco de luz está a la izquierda del cuadro.


En La Cena de Emaús (1639) contrastan la luz y la oscuridad.

  

En Cristo y la Virgen en Nazaret los símbolos elegidos han de mover al espectador a meditar y orar con fervor hacia la Virgen y Dios. El malva de la túnica de Jesús representa el Adviento, las palomas el sacrificio de Jesús por el hombre, las frutas la redención y las labores textiles y los libros el amor por el trabajo.


Cristo y la Virgen en Nazaret (1640) es un lienzo lleno de símbolos para mover al espectador a orar y sentir devoción por Dios y la Virgen.

 

Zurbarán pintó Agnus Dei en 1640. Es uno de sus cuadros más trascendentales por su contenido religioso, que comunica al espectador el mensaje de la Pascua cristiana, y delicado por el tratamiento dado a la lana del cordero, que empuja a acariciarlo.


Agnus Dei (1640) es una de las obras maestras de Zurbarán.

  

Entre 1639 y 1645 Zurbarán atendió el encargo del monasterio jerónimo de Guadalupe de pintar ocho cuadros para la sacristía y tres para la capilla adyacente. En los de la sacristía aparecen obras relacionadas con monjes jerónimos, a saber: Fray Diego de Orgaz ahuyentando las tentaciones, Aparición de Jesucristo a fray Andrés de Salmerón, Retrato de fray Gonzalo de Illescas, obispo de Córdoba, La misa milagrosa de fray Pedro de Cabañuelas, Enrique III de Castilla ofreciendo a fray Fernando Yáñez el arzobispado de Toledo, La visión de fray Pedro de Salamanca, Fray Martín de Vizcaya distribuyendo limosna a los pobres y Fray Juan de Carrión despidiéndose de la comunidad antes de morir. Los cuadros de la capilla aluden a la vida de san Jerónimo, a saber: La apoteosis de san Jerónimo, Las tentaciones de san Jerónimo y San Jerónimo flagelado por los ángeles, el primero en la cúspide del retablo, el segundo en el lado derecho y el tercero en el izquierdo.

Zurbarán se ve afectado por la crisis económica que sufrió España en la década de los cuarenta del siglo XVII. Ello se tradujo en una caída de los encargos que recibía su taller por parte de la clientela sevillana, que compensó atendiendo la demanda americana. Sus principales destinos fueron Lima y Buenos Aires. Sus clientes, desde conventos a altos funcionarios y comerciantes, encargaban series de apóstoles, santos o vírgenes, que hizo que el taller trabajase de una manera repetitiva.

Zurbarán viajó a Madrid por segunda vez entre 1650 y 1652. Se aprecia un cambio en su estilo, predomina el sfumato y un modelado suave de las figuras.

A su regreso a Sevilla la obra de Zurbarán se hace repetitiva, no se actualiza, pero aun así pinta la que se convirtió en su obra maestra: San Hugo en el refectorio de los cartujos (1655). Se narra el milagro que tuvo lugar en la Cartuja de Grenoble en 1083. San Hugo, obispo de Grenoble, envió carne a los monjes cartujos. San Bruno y otros seis frailes discutieron acerca de la abstinencia de comer carne. Mientras discutían cayeron en un profundo sueño por intervención divina, sueño que se prolongó durante cuarenta y cinco días. Un paje de san Hugo visitó la cartuja y le informó del estado de los monjes y de la presencia de carne en su menú. San Hugo se presentó en la cartuja el miércoles de ceniza, los monjes despertaron y vieron como san Hugo convirtió la carne en ceniza. Se simboliza la aceptación divina de la abstinencia. La composición se estructura en tres planos: en el primero, san Hugo, a la derecha, encorvado, apoyado en un bastón y tocando la carne que convierte en ceniza, y su paje, en el centro de la escena; en el segundo plano, la mesa a modo de bodegón con cerámicas de Talavera de la Reina, cuchillos, escudillas y pan; en el tercer plano, san Bruno, mirando al espectador, y seis monjes, cabizbajos. Sin embargo, apenas hay profundidad. Las figuras adolecen de estatismo, y están bien perfiladas gracias a un dibujo nítido. Los rostros de san Bruno y los cartujos están demacrados por el ayuno. El refectorio es austero, la única decoración es el cuadro de la pared en el que aparecen la Virgen y san Juan Bautista, protectores de la orden cartuja. La única cesión al paisaje es la iglesia cartuja que se ve a través de un arco abierto el lado derecho de la pared del refectorio. En cuanto al color, blancos y grises predominan sobre azules, malvas y ocres. Aparece sólo un color cálido, el rojo, en las vestimentas de la Virgen y san Juan Bautista, que sirve para simbolizar la Pasión que le espera a Cristo. El tratamiento dado al color blanco, lleno de matices, evidencia el virtuosismo de Zurbarán.


San Hugo en el refectorio de los cartujos (1655) es la obra maestra de Zurbarán más valorada.


En Santa Faz (1658) las formas del rostro aparecen apenas esbozadas.

  

La etapa madrileña (1658-1664) es la más genuina en la carrera profesional de Zurbarán. Se instaló en Madrid bajo la protección de Velázquez. Su estilo se hace delicado e intimista, la pincelada es blanda y el colorido luminoso y transparente. Se ocupó en atender los encargos de clientes particulares. Los cuadros de estos años están libres de la intervención de sus ayudantes dado que no abrió un taller en Madrid. Cuadros destacados de estos años son San Francisco arrodillado con una calavera en las manos, San Jacobo de la Marca y Santa Faz (los tres de 1658), San Francisco arrodillado con una calavera (1659), Virgen niña en oración (1660), Inmaculada Concepción (1661) y La Virgen y el Niño con san Juan Bautista (1662).


Zurbarán fue el pintor de los santos. En San Francisco arrodillado con una calavera (1659) invita a la oración y a reflexionar acerca de la fugacidad de la vida.

  

Zurbarán consiguió ser uno de los pintores más sobresalientes del Barroco español. Desarrolló un estilo personal en cuanto a temática y aspectos formales. Fue el pintor de la vida monástica –con especial inclinación hacia la Orden de los Cartujos–, de los santos y de la Inmaculada Concepción, además sus bodegones y naturalezas muertas son de una calidad excelente. Supo ajustarse a los principios de la Contrarreforma. En cuanto a los aspectos formales fue maestro en la representación de los valores táctiles de los tejidos y objetos y del color blanco. Sus cuadros se reconocen a simple vista.


La Virgen y el Niño con san Juan Bautista (1662) es el último cuadro de Zurbarán.

sábado, 11 de diciembre de 2021

San Pedro de Nora

La iglesia de San Pedro de Nora es de estilo prerrománico asturiano, de la etapa prerramiriense, construida durante el reinado de Alfonso II el Casto (791-842). Se atribuye la autoría a Tioda. Alfonso III el Magno (866-910) y su esposa Jimena donaron la iglesia a la catedral de San Salvador de Oviedo. Alejandro Ferrant inició una primera restauración en 1935. La iglesia fue incendiada en 1936, al inicio de la Guerra Civil, por tropas del Frente Popular. Luis Menéndez Pidal dirigió la restauración entre 1952 y 1964, criticándosele la construcción de la torre campanario, y durante los años noventa se llevaron a término excavaciones arqueológicos para estudiar las capillas laterales desaparecidas.

Vista de la cabecera de la iglesia de San Pedro de Nora. Llama la atención el aspecto macizo, los contrafuertes, los vanos con celosía y el vano triforio correspondiente a la cámara del tesoro.

  

La iglesia de San Pedro de Nora presenta una planta basilical de tres naves de cuatro tramos, ofreciendo la central una anchura doble a las laterales; los tramos vienen marcados por pilares de planta cuadrada, que soportan arcos de medio punto peraltados; la cabecera presenta un ábside por cada nave, son de planta rectangular, el central tiene una anchura doble a los laterales y comunicándose a través de un arco de medio punto; la cabecera presenta dos contrafuertes; la iglesia cuenta a los pies con un vestíbulo de planta cuadrada. Se han perdido sendas capillas que aparecían adosadas a los muros norte y sur, de las que solo se conservan los arranques. Tampoco se han conservado las dos cámaras que se situaban a ambos lados del vestíbulo de acceso a la iglesia.

La planta de la iglesia de San Pedro de Nora es basilical de tres naves.

  

Se accede al vestíbulo de la iglesia de San Pedro de Nora a través de un arco de medio punto peraltado con dovelas de ladrillo; los pilares que sostienen el arco son monolíticos y de planta rectangular; sobre el arco se abre un óculo de fábrica de ladrillo. Los muros son macizos, reforzados con seis contrafuertes, dos en la cabecera y dos en los muros norte y sur; además, en los muros se abren vanos de diferentes dimensiones, muchos ocupados con celosías, que sirven para iluminar el interior del templo, los hay en los muros cabecero y de la nave central, en la parte que destaca en altura sobre las naves laterales. El elemento más llamativo es el vano triforio que se encuentra en la parte alta del cuerpo central de la cabecera, sobre el ábside, y que da acceso a la cámara del tesoro; el vano se divide en tres gracias a dos columnas, que soportan arcos de medio punto peraltados.


El vestíbulo de la iglesia de San Pedro de Nora cuenta con acceso en arco de medio punto con dovelas de ladrillo.

  

El acceso al interior del templo se realiza desde el vestíbulo a través de una puerta adintelada con jambas monolíticas. Los arcos que separan las naves son de medio punto peraltado; descansan en pilares cuadrados con basa y capitales rectilíneos. Las cubiertas de las naves son de madera, las de los ábsides cabeceros de cañón y se apoyan en una línea de imposta.

Las paredes de la iglesia de San Pedro de Nora debieron estar decoradas con pinturas murales, de las que apenas se ha conservado algún pequeño resto.

El interior de la iglesia de San Pedro de Nora se ilumina a través de vanos con celosía abiertos en el muro perimetral y en el de la nave central que destaca sobre las naves laterales.

 

La techumbre del vestíbulo, la nave y el ábside centrales es a dos aguas y las de las naves y ábsides laterales a una vertiente. Los aleros descansan sobre modillones de rollo.

Para la construcción de la iglesia de San Pedro de Nora se empleó sillares de granito, sillarejo, ladrillo y madera.

La iglesia de San Pedro de Nora es Monumento Nacional desde 1931.