Gregorio Fernández (Sarria, 1576-Valladolid, 1636) es el mejor representante de la Escuela castellana de escultura barroca. Se formó como escultor con Francisco de Rincón y Pompeo Leoni. Se instaló en Valladolid en 1605 atraído por su condición de capital de la Monarquía Hispánica. Contó con clientes poderosos y adinerados: Felipe III, el duque de Lerma, los condes de Fuensaldaña, órdenes monásticas y cofradías de Semana Santa. En 1606 Madrid recuperó la capitalidad, pero Gregorio Fernández decidió quedarse en Valladolid y fundar un taller de escultura que atendiese un número creciente de encargos. Sus obras son de temática religiosa destacando el Cristo yacente (1614), La Piedad con dos ladrones (1616) y Cristo atado a la columna (1619).
Cristo yacente se trata de
Cristo muerto sin acompañamiento de ningún tipo, ni la cruz, ni la Virgen, ni
ningún otro personaje, sólo Cristo antes de ser enterrado. El cadáver de Cristo
aparece desnudo, tendido sobre una sábana y un almohadón y con la cabeza inclinada hacia el lado derecho. Las señales del sufrimiento son visibles: la
herida en el costado derecho, la sangre brotando de la misma, de las rodillas y
de la frente, párpados caídos, casi cerrados, boca entreabierta, que deja ver
los dientes, esternón elevado, costillas marcadas, pies entumecidos, bañado en
sudor. El cuerpo está modelado con delicadeza y maestría, el estudio anatómico
es perfecto en el tratamiento de cada parte del cuerpo. La maestría en las
texturas también se muestra en los pliegues de la sábana, que en parte hace las
veces de paño de pureza. Se usaron postizos para aumentar el patetismo: cristal
para los ojos, marfil para los dientes, asta para las uñas, resina para el
sudor y las lágrimas y corcho para los coágulos de sangre.
Las
imágenes de Cristo yacente se situaban en el sotabanco de los retablos y se
sacaban en procesión durante la Semana Santa –aún hoy sigue siendo así– con el
fin de promover la identificación del creyente con Cristo. En este sentido,
Gregorio Fernández, inspirándose en los principios de la Contrarreforma, popularizó un nuevo tipo de imagen, el Cristo yacente, solo, a la espera de
ser enterrado.
Después del Cristo yacente del monasterio de San Felipe Neri de Madrid Gregorio Fernández hizo otros: los de San Pablo, Santa Catalina y Santa Ana, en Valladolid, los de la Encarnación y San Plácido, en Madrid, los de los conventos de las Clarisas en Monforte de Lemos y Medina de Pomar y el de la Santa Iglesia Catedral de Nuestra Señora de la Asunción y San Frutos de Segovia.
Gregorio Fernández tuvo el acierto de popularizar un tipo iconográfico que se insertó en el imaginario del creyente español.
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