Francisco de Zurbarán (Fuente de
Cantos, 1598-Madrid, 1664) pasa por ser uno de los pintores más destacados del
Barroco español, junto con Velázquez, Ribera, Murillo y Ribalta. Se le reconoce
por sus lienzos de temática religiosa, que se ajustan a los principios del
Concilio de Trento (1545-1563) y de la Contrarreforma. Desarrolló su carrera
pictórica entre Llerena, Sevilla y Madrid, además sus cuadros tuvieron una
demanda creciente en América. Sus mejores clientes fueron las órdenes
religiosas. Sus mejores años transcurrieron entre la décadas veinte y cuarenta
del siglo XVII.
Las
características que definen la pintura de Zurbarán son las siguientes:
- Predominio
de la temática religiosa –vida conventual, santos mártires, Inmaculada Concepción
y Cristo crucificado–. Otros temas que desarrolló fueron las naturalezas muertas y
bodegones.
- Figuras
monolíticas que se recortan sobre fondos poco elaborados.
- Rostros
y expresiones individualizados, que en el caso de los personajes religiosos
mueven al misticismo.
- Tratamiento
magistral de las texturas de las telas, sobre todo de los hábitos religiosos, y
de los objetos en los bodegones.
- Perspectivas
y composiciones sencillas y ordenadas.
- Tratamiento
delicado de los colores, en particular del blanco.
- Evolución
del tenebrismo de Caravaggio al claroscuro manierista.
La
trayectoria pictórica de Zurbarán se divide en las etapas siguientes:
- Formación,
hasta 1617.
- Extremeña,
de 1617 a 1628.
- Sevillana,
de 1628 a 1658.
- Madrileña,
de 1658 a 1664.
La
etapa de formación (hasta 1617) se divide
en dos fases. La primera la pasó en Fuente de Cantos, en el taller de Juan de
Roelas. En 1614 viajó a Sevilla a completar su formación en el taller de Pedro
Díaz de Villanueva. Le influyó Juan Sánchez Cotán, conoció a Francisco Pacheco
y Francisco Herrera el Viejo y
estableció contactos con Alonso Cano y Velázquez. De esta etapa es Inmaculada (1616). Abandonó Sevilla sin
pasar el examen de los gremios.
La
etapa extremeña (1617-1628) la pasa
en Llerena, donde abre un taller que no deja de recibir encargos, incluso de
Sevilla.
En
1626 firmó un contrato con el convento dominico de San Pablo el Real de
Sevilla. Tenía que pintar veintiún cuadros, catorce de ellos sobre la vida de
santo Domingo de Guzmán. Se conserva Santo
Domingo en Soriano, en el que Zurbarán ya demuestra su maestría en la reproducción de los tejidos de los vestidos y del color blanco.
Santo Domingo en Soriano (1626) es uno de
los lienzos que Zurbarán pintó para el convento dominico de San Pablo el Real
de Sevilla.
En
estos años Zurbarán inició uno de los géneros que más celebridad le dio, el de
los santos. Destaca San Gregorio
(1626).
De
estos años es su primera obra maestra, Cristo
en la Cruz (1627). Cristo aparece clavado en una cruz hecha con maderos de
una calidad basta, su rostro se inclina sobre el hombro derecho proyectando una
sombra que recorre el costado derecho; el paño de pureza se ciñe a la cintura y
cae hasta por debajo de la rodilla derecha; los pies están clavados por
separado, es decir, es un Cristo de cuatro clavos, al estilo de Francisco
Pacheco; la expresividad del rostro sirve para trascender el dolor corporal
hacia la resurrección; Cristo, el paño de pureza y la cruz se recortan sobre un
fondo negro. Este cuadro tuvo tanto éxito que el Cabildo Municipal de Sevilla
pidió a Zurbarán que se instalase en la ciudad andaluza.
Cristo en la Cruz (1627) se
considera la primera obra maestra de Zurbarán.
Durante
la etapa sevillana (1628-1664)
Zurbarán se confirmó como uno de los pintores más sobresalientes del Barroco
español.
En
1628 firmó un contrato con el convento de la Orden de la Merced Calzada de
Sevilla lo que le llevó a instalarse en la capital hispalense. Tenía que pintar
veintidós lienzos para el claustro de los Bojes del convento de Nuestra Señora
de la Merced Calzada de Sevilla. De los diez cuadros que se han conservado seis
son de Zurbarán, a saber: Visión de la
Jerusalén celeste, Nacimiento de san
Pedro Nolasco, Aparición del apóstol
san Pedro a san Pedro Nolasco, Partida
de san Pedro Nolasco, Aparición
milagrosa de la Virgen del Puig y La
rendición de Sevilla. El más espectacular es Aparición del apóstol san Pedro a san Pedro Nolasco; llama la
atención por su composición, san Pedro aparece crucificado en escorzo ante san
Pedro Nolasco, el tratamiento dado a las telas y la luminosidad de los blancos
de las telas y de san Pedro como foco de luz, al estar los santos muy cerca del
espectador introduce a este en la escena. Además, pintó San Serapio, en memoria de uno de los santos de la Orden de la
Merced Calzada, martirizado en 1240 por los piratas ingleses; se le representa atado
por las muñecas, desvanecido, sufriendo, pero sin derramar sangre, la boca
entreabierta expresa el abatimiento y la capa blanca ocupa e ilumina la mayor
parte del cuadro en oposición al fondo negro.

San Serapio (1628) es uno de
los cuadros de santos más valorados de Zurbarán.
Zurbarán pintó Aparición de san Pedro a
san Pedro Nolasco (1629) para el convento de la Orden de la Merced Calzada de
Sevilla.
A
partir de este momento Zurbarán se presenta como “maestro pintor de la ciudad
de Sevilla”, aun sin haberse presentado a los exámenes que le habrían dado
derecho a utilizar tal título, lo que le llevó a enemistarse con Alonso Cano.
En
1629 Zurbarán trabajó para el Colegio franciscano de San Buenaventura de
Sevilla. Firmó cuatro lienzos en los que representó la vida de san Buenaventura
de Fidanza.
De
estos años son otros cuadros a destacar, caso de Exposición del cuerpo de san Buenaventura (1629), Visión del beato Alonso Rodríguez y Santa Casilda (ambos de 1630), Apoteosis de santo Tomás de Aquino y Santa Margarita (ambos de 1631), San Andrés (1632) y Santa Águeda (1633). En los cuadros de santas evita cualquier gesto
que pueda herir la condición femenina de la santa, parecen damas de época, no
muestra el dolor del martirio y a través del vestido hace referencia al milagro
que elevó a la santidad a la protagonista del lienzo.

Santa Casilda (1630) es
retratada como santa y dama de época.
Zurbarán
apenas trató el tema de la Santa Faz, pero lo hizo de una manera muy distinta
según la etapa de su carrera profesional. La Santa Faz que pintó en 1631 se caracteriza por presentar un paño
simétrico y de pliegues rígidos, el rostro de Cristo está dibujado con
precisión.
La Santa Faz (1631) presenta una
composición simétrica.
Zurbarán
se rebeló como un maestro en la representación de los bodegones. De estos años
son Tazas y vasos y Plato con limones, cesta con naranjas y taza
con una rosa (ambos de 1633). Los objetos aparecen alineados sobre un fondo
negro. La plasmación de las texturas de los objetos es magistral. Los focos de
luz son los propios objetos que aparecen representados.
Plato con limones, cesta con naranjas y taza
con una rosa
(1633) es uno de los bodegones más valorados de Zurbarán.
Zurbarán
viajó a Madrid en 1634. Estudió las obras de los pintores italianos que
trabajaban en la corte, caso de Angelo Nardi y Guido Reni. Analizó su obra
anterior en compañía de Velázquez, fue entonces cuando abandonó el tenebrismo,
sus cielos se aclararon y la combinación de colores se hizo menos contrastada.
Participó en la decoración del Salón de Reinos del Palacio del Buen Retiro. De
los doce cuadros de batallas pintó La defensa
de Cádiz contra los ingleses, que representa los hechos acaecidos en 1625:
Fernando Girón, gobernador de Cádiz, aparece sentado dando órdenes para la
defensa de la ciudad ante el ataque de la flota anglo-holandesa dirigida por
Edward Cecil. Además, pintó Trabajos de
Hércules, que no está entre sus mejores obras por cuanto Zurbarán nunca fue
un virtuoso en la representación del cuerpo desnudo. Salió de Madrid con el título
de Pintor del Rey.

La defensa de Cádiz contra los ingleses (1634) es uno de
los cuadros que Zurbarán pintó en su primer viaje a Madrid para el Palacio del
Buen Retiro.
A
su regreso a Sevilla, Zurbarán tuvo que hacer frente a un número creciente de
encargos, muchos con destino a América. Entre los cuadros de estos años destaca
San Antonio Abad y San Lorenzo (ambos de 1636) y San Andrés (1640).
Zurbarán
recibió el encargo de once cuadros para el altar mayor de la Cartuja de Santa
María de la Defensión de Jerez de la Frontera en 1636, que le tuvo ocupado
hasta 1640. Destacan La Anunciación, La Circuncisión, La Adoración de los pastores y La
Adoración de los Magos. Llama la atención la fuerza del claroscuro, el
colorido rico en tonalidades, la autenticidad de los retratos y el tratamiento
de los objetos.
La Adoración de los Magos (1640) es el
último cuadro que Zurbarán pintó para la Cartuja de Santa María de la Defensión
de Jerez de la Frontera.
El
tema de la Inmaculada Concepción fue uno de los favoritos de la Contrarreforma
y de Zurbarán, además, era muy venerada en Sevilla. A través de la Virgen María
como Inmaculada Concepción se quería insistir en dos ideas, una, que la Virgen
concibió libre de pecado, otra, que es intercesora entre los hombres y su hijo
Dios. Ambas ideas se ponen de manifiesto a través de los gestos y de una
simbología del color muy cuidada: el blanco representa la pureza de la Virgen y
el azul su eternidad y nobleza y que es la reina de los cielos, aparece rezando, nimbada y rodeada de ángeles. A lo largo
de su vida Zurbarán pintó un gran número de Inmaculadas, muchas durante los
años treinta del siglo XVII.
Inmaculada Concepción (1636) es una de sus obras religiosas más reconocidas.
Dos
cuadros en los que Zurbarán cuida el mensaje que ha de llegar al espectador son
La Cena de Emaús (1639) y Cristo y la Virgen en Nazaret
(1640).
En La
Cena de Emaús, Zurbarán elige el momento en el que Cleofás reconoce a
Cristo. Contrasta el blanco del mantel con la oscuridad que invade el cuadro,
ello sirve para orientar la mirada del espectador sobre lo importante, la transubstanciación. La figura de Cristo se diluye en la oscuridad, pero es
quien parte el pan que se va a comer. Los objetos –dos platos, una jarra y un
trozo de pan– que hay sobre la mesa están alineados para resaltar el hieratismo
de la escena y la devoción de Zurbarán hacia los monjes cartujos. El foco de
luz está a la izquierda del cuadro.
En La Cena de Emaús (1639)
contrastan la luz y la oscuridad.
En
Cristo y la Virgen en Nazaret los
símbolos elegidos han de mover al espectador a meditar y orar con fervor hacia
la Virgen y Dios. El malva de la túnica de Jesús representa el Adviento, las
palomas el sacrificio de Jesús por el hombre, las frutas la redención y las
labores textiles y los libros el amor por el trabajo.
Cristo y la Virgen en Nazaret (1640) es un
lienzo lleno de símbolos para mover al espectador a orar y sentir devoción por
Dios y la Virgen.
Zurbarán
pintó Agnus Dei en 1640. Es uno de
sus cuadros más trascendentales por su contenido religioso, que comunica al
espectador el mensaje de la Pascua cristiana, y delicado por el tratamiento
dado a la lana del cordero, que empuja a acariciarlo.
Agnus Dei (1640) es una de
las obras maestras de Zurbarán.
Entre
1639 y 1645 Zurbarán atendió el encargo del monasterio jerónimo de Guadalupe de
pintar ocho cuadros para la sacristía y tres para la capilla adyacente. En los
de la sacristía aparecen obras relacionadas con monjes jerónimos, a saber: Fray Diego de Orgaz ahuyentando las
tentaciones, Aparición de Jesucristo
a fray Andrés de Salmerón, Retrato de
fray Gonzalo de Illescas, obispo de Córdoba, La misa milagrosa de fray Pedro de Cabañuelas, Enrique III de Castilla ofreciendo a fray Fernando Yáñez el arzobispado
de Toledo, La visión de fray Pedro de
Salamanca, Fray Martín de Vizcaya
distribuyendo limosna a los pobres y Fray
Juan de Carrión despidiéndose de la comunidad antes de morir. Los cuadros
de la capilla aluden a la vida de san Jerónimo, a saber: La apoteosis de san Jerónimo, Las
tentaciones de san Jerónimo y San
Jerónimo flagelado por los ángeles, el primero en la cúspide del retablo,
el segundo en el lado derecho y el tercero en el izquierdo.
Zurbarán
se ve afectado por la crisis económica que sufrió España en la década de los
cuarenta del siglo XVII. Ello se tradujo en una caída de los encargos que
recibía su taller por parte de la clientela sevillana, que compensó atendiendo
la demanda americana. Sus principales destinos fueron Lima y Buenos Aires. Sus clientes,
desde conventos a altos funcionarios y comerciantes, encargaban series de
apóstoles, santos o vírgenes, que hizo que el taller trabajase de una manera
repetitiva.
Zurbarán
viajó a Madrid por segunda vez entre 1650 y 1652. Se aprecia un cambio en su
estilo, predomina el sfumato y un
modelado suave de las figuras.
A
su regreso a Sevilla la obra de Zurbarán se hace repetitiva, no se actualiza,
pero aun así pinta la que se convirtió en su obra maestra: San Hugo en el refectorio de los cartujos (1655). Se narra el
milagro que tuvo lugar en la Cartuja de Grenoble en 1083. San Hugo, obispo de
Grenoble, envió carne a los monjes cartujos. San Bruno y otros seis frailes
discutieron acerca de la abstinencia de comer carne. Mientras discutían cayeron
en un profundo sueño por intervención divina, sueño que se prolongó durante cuarenta
y cinco días. Un paje de san Hugo visitó la cartuja y le informó del estado de
los monjes y de la presencia de carne en su menú. San Hugo se presentó en la
cartuja el miércoles de ceniza, los monjes despertaron y vieron como san Hugo
convirtió la carne en ceniza. Se simboliza la aceptación divina de la
abstinencia. La composición se estructura en tres planos: en el primero, san
Hugo, a la derecha, encorvado, apoyado en un bastón y tocando la carne que
convierte en ceniza, y su paje, en el centro de la escena; en el segundo plano,
la mesa a modo de bodegón con cerámicas de Talavera de la Reina, cuchillos,
escudillas y pan; en el tercer plano, san Bruno, mirando al espectador, y seis
monjes, cabizbajos. Sin embargo, apenas hay profundidad. Las figuras adolecen
de estatismo, y están bien perfiladas gracias a un dibujo nítido. Los rostros
de san Bruno y los cartujos están demacrados por el ayuno. El refectorio es
austero, la única decoración es el cuadro de la pared en el que aparecen la
Virgen y san Juan Bautista, protectores de la orden cartuja. La única cesión al
paisaje es la iglesia cartuja que se ve a través de un arco abierto el lado
derecho de la pared del refectorio. En cuanto al color, blancos y grises
predominan sobre azules, malvas y ocres. Aparece sólo un color cálido, el rojo,
en las vestimentas de la Virgen y san Juan Bautista, que sirve para simbolizar
la Pasión que le espera a Cristo. El tratamiento dado al color blanco, lleno de
matices, evidencia el virtuosismo de Zurbarán.

San Hugo en el refectorio de los
cartujos
(1655) es la obra maestra de Zurbarán más valorada.
En Santa Faz (1658) las formas del
rostro aparecen apenas esbozadas.
La
etapa madrileña (1658-1664) es la
más genuina en la carrera profesional de Zurbarán. Se instaló en Madrid bajo la
protección de Velázquez. Su estilo se hace delicado e intimista, la pincelada
es blanda y el colorido luminoso y transparente. Se ocupó en atender los
encargos de clientes particulares. Los cuadros de estos años están libres de la
intervención de sus ayudantes dado que no abrió un taller en Madrid. Cuadros destacados
de estos años son San Francisco arrodillado
con una calavera en las manos, San
Jacobo de la Marca y Santa Faz (los
tres de 1658), San Francisco arrodillado
con una calavera (1659), Virgen niña
en oración (1660), Inmaculada
Concepción (1661) y La Virgen y el
Niño con san Juan Bautista (1662).
Zurbarán fue el pintor de los santos. En San
Francisco arrodillado con una calavera (1659) invita a la oración y a reflexionar
acerca de la fugacidad de la vida.
Zurbarán
consiguió ser uno de los pintores más sobresalientes del Barroco español.
Desarrolló un estilo personal en cuanto a temática y aspectos formales. Fue el
pintor de la vida monástica –con especial inclinación hacia la Orden de los
Cartujos–, de los santos y de la Inmaculada Concepción, además sus bodegones y
naturalezas muertas son de una calidad excelente. Supo ajustarse a los
principios de la Contrarreforma. En cuanto a los aspectos formales fue maestro
en la representación de los valores táctiles de los tejidos y objetos y del
color blanco. Sus cuadros se reconocen a simple vista.
La Virgen y el Niño con san Juan Bautista (1662) es el
último cuadro de Zurbarán.