sábado, 21 de noviembre de 2015

Grito nº 7, de Antonio Saura

Antonio Saura (Huesca, 1930-Cuenca, 1998) inició su carrera de pintor autodidacta en 1947. Sus primeras pinturas fueron de estilo surrealista y se expusieron en Zaragoza en 1950 y en Madrid en 1952. Se trasladó a París en 1954, donde encontró un surrealismo devaluado, que terminó abandonando. En 1957 regresó a España y fundó el grupo El Paso con Canogar, Feito, Francés, Millares, Rivera, Serrano y Suárez, que se disolvió en 1960. Durante estos años inició sus series Crucifixiones, Damas, Sudarios, Retratos imaginarios, de los que destaca la serie Brigitte Bardot, y otras. Desde su regreso a España, y siguiendo a Pollock y De Kooning, su obra es de estilo expresionista abstracto. Se caracteriza por hacer uso de las técnicas del action painting y el dripping, por usar una gama de colores reducida -blanco, gris y negro- y por la fuerza gestual. A estas características se ajusta Grito nº 7, (1959).

Antonio Saura: Grito nº 7, 1959.
Estilo: Expresionismo abstracto.
Técnica: Óleo sobre lienzo.
Temática: Figurativa.
Dimensiones: 195 x 130 cms.
Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, Madrid, España.


En Grito nº 7 se reconocen las formas antropoides básicas -cabeza, brazos, manos, tronco, piernas y pies-, pero esquematizadas, desfiguradas hasta el desgarro, con el fin de resaltar la fuerza expresiva del grito que está llevando a cabo la figura que ocupa el lienzo.

La expresividad se refuerza de dos maneras: mediante la composición en aspa de la figura que expresa el grito y mediante las técnicas empleadas, el action paintng y el dripping. La pincelada se aplicó con una vehemencia y un vigor al mismo nivel de intensidad que la energía que exhibe la figura en su boca, manos y pies.

La gama de colores se reduce al mínimo. Se utilizaron el blanco, el gris y el negro y en diversas tonalidades. El gris se utilizó para llenar los espacios dejados por el negro y reforzarle en su función de color que estructura la composición.

La pincelada es gruesa con el fin de dar más expresividad a la figura.

Antonio Saura consiguió en Grito nº 7 una simbiosis perfecta entre abstracción y realismo. Las formas humanas se reducen a su estructura básica, pero no desaparecen. Además, supo hacer de Grito nº 7 un símbolo de la frustración y la rebeldía del hombre frente a la desilusión y la falta de expectativas.

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