sábado, 3 de junio de 2017

La adoración de los pastores, de El Greco

El Greco (Candia, 1541-Toledo, 1614) inició su carrera artística pintando iconos de estilo tardobizantino; entre 1567 y 1570 se instaló en Venecia, donde estudió a Tiziano, Tintoretto y Veronés; y entre 1570 y 1577 vivió en Roma, relacionándose con el círculo del cardenal Farnesio y estudiando a Miguel Ángel. En 1577 se instaló en España, en la ciudad de Toledo, donde pintó sus mejores lienzos por encargo de la Iglesia. De entre sus obras religiosas destacan El expolio (1579), El entierro del conde de Orgaz (1587) y La adoración de los pastores (1614).

El Greco: Adoración de los pastores, 1614.
Estilo: Manierismo.
Técnica: Óleo sobre lienzo.
Temática: Religiosa.
Dimensiones: 320 x 180 cm.
Museo Nacional del Prado, Madrid, España.


El Greco pintó La adoración de los pastores para que colgase sobre su tumba en la cripta de la iglesia de Santo Domingo el Antiguo de Toledo, su primer cliente en España. Pintó el lienzo entre 1512 y 1614. Según Luis Tristán, su ayudante, El Greco estuvo ocupado en el cuadro hasta sus últimos días.

La composición de La adoración de los pastores se presenta en una espiral ascendente y en dos planos, el terrenal y el celestial. El protagonista del plano terrenal es el Mesías; aparece desnudo sobre una tela blanca, sostenido por la Virgen María y rodeado por san José y tres pastores, que le adoran. La expresión de la Virgen María ante su hijo Dios es de serenidad y la de san José y los pastores de asombro. Junto al pastor arrodillado aparece insinuado el Agnus Dei o Cordero de Dios, que simboliza al Señor como ofrenda de sacrificio para la salvación de los hombres. El plano celestial está ocupado por dos ángeles, que cierran la composición, jubilosos por el nacimiento de Dios hecho hombre; el de la izquierda porta un pergamino en el que se lee “Gloria in excelsis”, es decir, “Gloria en el cielo”; entre los dos ángeles aparecen angelotes y cabezas de ángeles; todos aparecen suspendidos sobre los protagonistas de la escena que se desarrolla en el plano terrenal.

Las figuras aparecen en un escenario carente de perspectiva, aunque detrás de la Virgen María aparece difuminada una arquitectura abovedada.

El foco de luz que ilumina el cuadro es el Niño Jesús. La luz es blanca y brillante. Es un recurso técnico e intelectual manierista: un único foco de luz ilumina al resto de figuras provocando su éxtasis ante quien es la luz del mundo.

El juego de colores es intenso. Hay un contraste muy acusado entre los tonos cálidos de las ropas, con predominio de morados, naranjas y rojos, y el fondo oscuro. Los colores que viste la Virgen están llenos de contenido: el rojo simboliza la Pasión que le espera al niño Jesús, el blanco la pureza de la concepción y el azul la nobleza, la eternidad y que es la reina de los cielos.

La pincelada es larga y fluida, lo que permitió sugerir formas en vez de crearlas.

Las figuras se alargan hasta la exageración; las cabezas resultan pequeñas si se comparan con el resto del cuerpo. Fue la manera que utilizó El Greco para subrayar la espiritualidad de los personajes representados. De los pastores se distingue el arrodillado por dos motivos: puede ser un autorretrato de El Greco y está a la misma altura que el Niño Jesús con quien parece entablar un diálogo de miradas.


De las obras maestras de El Greco La adoración de los pastores es la que mejor representa su etapa manierista por su composición, tratamiento de la luz y el color y por valerse de los recursos pictóricos para comunicar el mensaje cristiano de ver al Niño Jesús como el elegido para iluminar a los hombres.

La adoración de los pastores cuelga de las paredes del Museo Nacional del Prado desde 1954.

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