Eduardo Rosales (Madrid, 1836-
ídem, 1873) se formó como pintor en la Real Academia de Bellas Artes de San
Fernando. Viajó a Roma en 1857, donde entró en contacto con los nazarenos,
perfeccionó su dibujo y apostó por los tonos fríos y pálidos. Evolucionó desde
el romanticismo, caso de Tobías y el
ángel (1859), al realismo, caso de Muerte
de Lucrecia (1869). Su mejor obra es de carácter realista, Doña
Isabel la Católica dictando su testamento (1864).
Rosales pintó Doña Isabel la Católica dictando su testamento en Roma para la
Exposición Nacional de Bellas Artes de 1864. En carta a Fernando Martínez de
Pedrosa lo justificó: “(He elegido) este momento de la gran Reina (porque) es
uno de los más hermosos de su gloriosa vida porque se ve en él el inmenso amor
que tenía a su pueblo”.
Eduardo Rosales:
Doña Isabel la Católica dictando su
testamento, 1864.
Estilo:
Realismo.
Técnica: Óleo
sobre lienzo.
Temática:
Histórica.
Dimensiones: 290
x 400 cm .
Museo Nacional
del Prado, Madrid, España.
De los diez personajes que aparecen en
el cuadro se identifican a Isabel la Católica, en cama; a Fernando el Católico,
sentado a su lado; a doña Juana, hija de ambos, de pie junto a su padre; al
notario Gaspar de Gricio, sentado copiando al dictado el testamento de la
Reina; al contador López de Cárraga; a Cisneros, confesor de la Reina, vestido
de cardenal, aunque no lo fue hasta 1506; y a los marqueses de Moya, al fondo.
No todos los personajes estuvieron presentes el 12 de octubre de 1504 en la
redacción del testamento en el castillo de la Mota en Medina del Campo, pero
Rosales quiso reconocerles su importancia histórica incorporándoles como
testigos de la redacción del testamento de Isabel la Católica.
La disposición de los personajes crea
una composición equilibrada, casi velazqueña. En el centro Isabel la Católica,
acostada en cama con dosel y escudo de sus reinos; sobre su pecho destaca la
medalla de la Orden de Santiago, apóstol patrón de España. El resto de
personajes se disponen a más o menos distancia de la Reina según su
importancia: los más cercanos son Fernando el Católico y doña Juana, mientras
que los más alejados y en penumbra son los marqueses de Moya. Pero todos se
muestran apenados y pensativos por la trascendencia del momento.
La luz y el color refuerzan el
protagonismo de Isabel la Católica. El foco de luz se concentra en la Reina y
empuja al espectador a fijar su mirada en ella. El color blanco de la
vestimenta de la Reina sobre las sábanas blancas de la cama contrasta con el
resto de colores del lienzo. Es un blanco que recuerda el de los cuadros de
Zurbarán.
El resto de los colores son apagados y
fríos. Predomina el verde en diferentes tonalidades, que contrasta con el rojo
del manto que viste Fernando el Católico.
El dibujo permite valorar la calidad de
las texturas de las ropas y los objetos.
La pincelada amplia y suelta permite
recrear la atmósfera de angustia del momento.
Con Doña
Isabel la Católica dictando su testamento Rosales obtuvo la Primera Medalla
de la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1864 y la Primera Medalla de Oro
para extranjeros de la Exposición Universal de París de 1867 y la Legión de
Honor francesa.
Doña
Isabel la Católica dictando su testamento está considerado el mejor cuadro
de la escuela española de la llamada pintura de historia. Para José Luis Díez
García, doctor en Historia del Arte y miembro de la Real Academia de la
Historia, es la “obra cumbre de la pintura española del siglo XIX (…) y una de
las piezas capitales de toda la historia del arte español”.
El Museo Nacional del Prado adquirió el
cuadro en 1865, el Museo de Arte Moderno desde 1894 y regresó al Prado en 1971.
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