viernes, 22 de septiembre de 2017

Doña Isabel la Católica dictando su testamento, de Rosales

Eduardo Rosales (Madrid, 1836- ídem, 1873) se formó como pintor en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Viajó a Roma en 1857, donde entró en contacto con los nazarenos, perfeccionó su dibujo y apostó por los tonos fríos y pálidos. Evolucionó desde el romanticismo, caso de Tobías y el ángel (1859), al realismo, caso de Muerte de Lucrecia (1869). Su mejor obra es de carácter realista, Doña Isabel la Católica dictando su testamento (1864).

Rosales pintó Doña Isabel la Católica dictando su testamento en Roma para la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1864. En carta a Fernando Martínez de Pedrosa lo justificó: “(He elegido) este momento de la gran Reina (porque) es uno de los más hermosos de su gloriosa vida porque se ve en él el inmenso amor que tenía a su pueblo”.

Eduardo Rosales: Doña Isabel la Católica dictando su testamento, 1864.
Estilo: Realismo.
Técnica: Óleo sobre lienzo.
Temática: Histórica.
Dimensiones: 290 x 400 cm.
Museo Nacional del Prado, Madrid, España.


De los diez personajes que aparecen en el cuadro se identifican a Isabel la Católica, en cama; a Fernando el Católico, sentado a su lado; a doña Juana, hija de ambos, de pie junto a su padre; al notario Gaspar de Gricio, sentado copiando al dictado el testamento de la Reina; al contador López de Cárraga; a Cisneros, confesor de la Reina, vestido de cardenal, aunque no lo fue hasta 1506; y a los marqueses de Moya, al fondo. No todos los personajes estuvieron presentes el 12 de octubre de 1504 en la redacción del testamento en el castillo de la Mota en Medina del Campo, pero Rosales quiso reconocerles su importancia histórica incorporándoles como testigos de la redacción del testamento de Isabel la Católica.

La disposición de los personajes crea una composición equilibrada, casi velazqueña. En el centro Isabel la Católica, acostada en cama con dosel y escudo de sus reinos; sobre su pecho destaca la medalla de la Orden de Santiago, apóstol patrón de España. El resto de personajes se disponen a más o menos distancia de la Reina según su importancia: los más cercanos son Fernando el Católico y doña Juana, mientras que los más alejados y en penumbra son los marqueses de Moya. Pero todos se muestran apenados y pensativos por la trascendencia del momento.

La luz y el color refuerzan el protagonismo de Isabel la Católica. El foco de luz se concentra en la Reina y empuja al espectador a fijar su mirada en ella. El color blanco de la vestimenta de la Reina sobre las sábanas blancas de la cama contrasta con el resto de colores del lienzo. Es un blanco que recuerda el de los cuadros de Zurbarán.

El resto de los colores son apagados y fríos. Predomina el verde en diferentes tonalidades, que contrasta con el rojo del manto que viste Fernando el Católico.

El dibujo permite valorar la calidad de las texturas de las ropas y los objetos.

La pincelada amplia y suelta permite recrear la atmósfera de angustia del momento.

Con Doña Isabel la Católica dictando su testamento Rosales obtuvo la Primera Medalla de la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1864 y la Primera Medalla de Oro para extranjeros de la Exposición Universal de París de 1867 y la Legión de Honor francesa.

Doña Isabel la Católica dictando su testamento está considerado el mejor cuadro de la escuela española de la llamada pintura de historia. Para José Luis Díez García, doctor en Historia del Arte y miembro de la Real Academia de la Historia, es la “obra cumbre de la pintura española del siglo XIX (…) y una de las piezas capitales de toda la historia del arte español”.

El Museo Nacional del Prado adquirió el cuadro en 1865, el Museo de Arte Moderno desde 1894 y regresó al Prado en 1971.

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