sábado, 16 de diciembre de 2023

Francisco Pradilla

Francisco Pradilla (Villanueva de Gállego, 1848-Madrid, 1921) es uno de los pintores españoles románticos más sobresalientes en la creación de cuadros de temática histórica, destacando los cuadros Doña Juana la Loca (1877) y La rendición de Granada (1882). Se formó en Zaragoza y Madrid y desarrolló su carrera profesional en Roma y Madrid. Fue director de la Academia Española de Bellas Artes en Roma (1881-1882) y del Museo del Prado (1897-1988).

Las características de la pintura de Francisco Ribalta son las siguientes:

  • Predominio de cuadros de temática histórica de gran formato y documentados en fuentes históricas contemporáneas a los hechos recogidos en el cuadro.
  • Otros géneros desarrollados fueron los autorretratos y retratos, de gran profundidad psicológica, el costumbrista y el paisajista.
  • Composiciones muy estudiadas y equilibradas.
  • Abundancia de elementos y detalles.
  • Pincelada vigorosa.
  • Equilibrio entre dibujo y color.
  • Reproducción realista de las texturas de los objetos y efectos atmosféricos. 

La carrera artística de Francisco Pradilla pasó por las siguientes etapas:

  • De formación (1861-1874).
  • Romana (1874-1897).
  • Madrileña (1897-1921). 

La etapa de formación (1861-1874) se desarrolló en Zaragoza y Madrid.

Para 1861 ya había demostrado su capacidad para el dibujo, lo que le permitió trabajar como ayudante en el taller del pintor escenógrafo Mariano Pescador, a la vez que siguió formándose en la Real Academia de Bellas de San Luis de Zaragoza.

Llegó a Madrid en 1866 para completar su formación en la Escuela Superior de Pintura y Escultura, en el estudio de Federico de Madrazo y en la Agrupación de Acuarelistas, fundada por Casado de Alisal y Martínez de Espinosa en 1869. Aparece en la relación de copistas del Museo Nacional del Prado y trabajó en el taller de los escenógrafos Augusto Ferri y Jorge Bussato, para las revistas ilustradas La Ilustración de Madrid (1870) y La Ilustración Española y Americana (1872-1874).

De estos años destaca Autorretrato de juventud (1869), el primero de los varios autorretratos que pintó a lo largo de su vida. Aparece con el cuello girado hacia la derecha para poder mirar de frente al espectador, aunque su mirada no la fija en este, por el contrario, parece perdida en el vacío, evidenciando que está ensimismado en sus pensamientos; luce un aspecto físico que mantuvo a lo largo de su vida, cabello abundante, peinado con raya en el lado derecho, barba no demasiado poblada y gafas. Se trata de un autorretrato de estilo romántico.

Autorretrato de juventud (1869) es el primer autorretrato de Francisco Pradilla. Es de estilo romántico.

  

Francisco Pradilla inicia la etapa romana (1874-1897) como pensionado en la Academia de Bellas Artes de Roma en la especialidad de pintura histórica. Realizó viajes a Nápoles, Capri, Venecia, París y Múnich, donde completó su formación visitando los museos y copiando pinturas antiguas y de grandes maestros. Su primera obra como pensionado fue la copia del cuadro de Rafael Disputa del Santísimo Sacramento (1875) y la segunda El náufrago (1876).

Doña Juana la Loca (1877) es la primera obra maestra de Francisco Pradilla. Le sirvió para ser reconocido como uno de los grandes maestros de la pintura.

 

Su gran obra como pensionado fue Doña Juana la Loca (1877), que le encumbró como uno de los grandes maestros de la pintura española, en particular del género histórico. Este cuadro recoge un hecho histórico, el momento en el que la reina Juana de Castilla hace un alto en el traslado del féretro de su marido Felipe el Hermoso desde la cartuja de Santa María de Miraflores de Burgos a la catedral metropolitana de la Encarnación de Granada en 1506; el viaje se hacía en etapas muy cortas y de noche, por el día se descansaba en algún monasterio o iglesia; sin embargo, en la etapa de Torquemada a Hornillos sucedió algo inesperado que despertó los celos de la reina; Pedro Mártir de Anglería dejó escrito: “mandó la reina colocar el féretro en un convento que creyó ser de frailes, mas como luego supiese que era de monjas, se mostró horrorizada y al punto mandó que lo sacaran de allí y le llevaran al campo. Allí hizo permanecer toda la comitiva a la intemperie, sufriendo el riguroso frío de la estación”. La composición se organiza a partir de la diagonal que marca el féretro de Felipe el Hermoso; la reina doña Juana ocupa el centro de la escena, inclina la cabeza y fija la mirada en el catafalco en el que descansa su marido, viste traje de terciopelo negro, que pone en evidencia el avanzado estado de gestación, en la mano izquierda se observa dos alianzas, que dicen que la reina es viuda; las parihuelas están cubiertas por un lienzo blanco donde aparecen estampados el águila imperial bicéfala y la de Sicilia y los cuarteles de Aragón, Borgoña, Castilla, Flandes, Granada, León y Tirol; el féretro aparece cubierto por una tela negra adornada con bordados del águila imperial y el león de Bramante; dos velones flanquean la cabecera del féretro; los personajes que acompañan a la reina doña Juana son su séquito; está formado por caballeros, nobles, eclesiásticos y criadas ancianas; al fondo se divisa el convento de monjas. La tensión de la escena se refuerza presentando a la reina doña Juana de luto y en posición erguida y aislada del resto de personajes, el recogimiento en oración de uno de los religiosos, el cielo oscuro poco antes del ocaso, el árbol seco y la gama cromática cargada de tonalidades frías y oscuras. Pradilla demuestra su virtuosismo en una pincelada vigorosa, que no anula un dibujo correcto, en la representación del frío y del viento a través de la llama de los velones y el humo de la hoguera, que parecen arrastrados, del silencio, presentado a la reina doña Juana en una escena de recogimiento e introversión y sus conocimientos históricos en su magnífica puesta en escena y a través del vestuario de los personajes y accesorios. La reina doña Juana nunca llegó a su destino por varios motivos: la lentitud del cortejo en la marcha, la peste, el alumbramiento de doña Catalina de Austria en Torquemada y las quejas de los nobles al rey Fernando el Católico. Los restos de Felipe el Hermoso descansaron en el convento de Santa Clara de Tordesillas hasta 1525, año en el que el emperador Carlos V ordenó su traslado a Granada. Doña Juana permaneció encerrada por orden de su padre el rey Fernando el Católico y de su hijo el emperador Carlos V en el convento de Santa Clara de Tordesillas desde 1509 hasta su muerte en 1555. Francisco Pradilla obtuvo por Doña Juana la Loca la Medalla de Honor en la Exposición Nacional de Bellas Artes en Madrid y la Medalla de Honor en la Exposición Universal de París, ambas en 1878.

Otros cuadros de temática histórica fueron los retratos de los reyes aragoneses Alfonso I el Batallador y Alfonso V el Magnánimo, ambos de 1879. Estos cuadros forman pareja, razón por la cual Francisco Pradilla ensalza a los reyes, presentando a Alfonso I como rey guerrero en un campo de batalla, acompañado por un soldado, y a Alfonso V como rey renacentista, en su estancia, reflexionando, con la vista perdida en el paisaje que se atisba por la ventana, después de haber estudiado el documento que sujeta con la mano izquierda.


Francisco Pradilla pintó Alfonso V el Magnánimo (1879) con el fin de subrayar su proyección histórica.

  

Otra de sus obras más valoradas y de mayor trascendencia fue La rendición de Granada (1882). El Senado encargó a Francisco Pradilla la realización de una pintura que reprodujese una escena relacionada con la toma de Granada por los Reyes Católicos en 1492; el cuadro habría de exaltar la unidad española y la gloria nacional. Francisco Pradilla se documentó visitando la Capilla Real de Granada y el Museo del Ejército para conocer objetos militares y otros de finales del siglo XV, textos contemporáneos a los hechos representados, estudió los retratos de los Reyes Católicos hechos hasta entonces y viajó a Marruecos para conocer los rasgos físicos y vestuario de la población autóctona. Realizó numerosos dibujos y bocetos preparatorios en Granada para estudiar la atmósfera y el paisaje de la ciudad, pero el cuadro lo terminó en Roma. En La rendición de Granada se recoge el momento en el que Boabdil, último rey nazarí de Granada, se rinde y entrega las llaves de la ciudad a los Reyes Católicos el 2 de enero de 1492. En primer plano se sitúan los ejércitos cristiano y musulmán; el ejército cristiano ocupa la mitad derecha del cuadro y se dispone en una diagonal izquierda derecha, desde la esquina inferior hasta el centro de la escena, los personajes que aparecen son el rey de armas con dalmática en la que aparecen representados los símbolos de los reinos que componían en ese momento la Monarquía Hispánica (León, Castilla, Aragón y Sicilia), el paje real, que sujeta el caballo blanco sobre el que monta la reina Isabel la Católica, que viste saya, brial, manto real, toca, joyas y corona, la princesa doña Isabel sobre una mula baya, el príncipe don Juan sobre caballo blanco, el rey Fernando el Católico, que viste un manto veneciano, monta un caballo bayo, que sujeta un paje real, además, entre las filas del ejército castellano aparecen el conde de Tendilla, el Gran Maestre de la Orden de Santiago, don Gonzalo de Córdoba, el duque de Medina-Sidonia, el marqués de Cádiz, Tomás de Torquemada, confesor de la reina Isabel la Católica, y diversas damas; entre los elementos que portan los miembros del ejército cristiano destacan las cruces para simbolizar el triunfo del catolicismo sobre el islam; entre los dos ejércitos se abre un camino embarrado en el que aparecen marcadas las rodadas de varios carros; el ejército musulmán ocupa poco menos de un tercio del lado izquierdo, se reconoce al rey Boabdil sobre un caballo negro, que se adelanta a sus hombres para entregar las llaves de la ciudad de Granada a los Reyes Católicos; al fondo, en el último plano y en altura, aparece la ciudad de Granada, distinguiéndose el barrio del Albaicín por sus casas blancas y la Alhambra por sus muros rojo arcilla. Las marcas de los carros sobre el barro marcan la perspectiva en el cuadro; la perspectiva aérea permite reproducir la atmósfera entre los personajes y elementos que componen la escena. En la paleta de colores predomina las tonalidades azul, blanco, negro, ocre, rojo y verde. La reproducción de la luz es realista, abriéndose paso entre las nubes después de un día lluvioso. Francisco Pradilla demostró su virtuosismo técnico en la reproducción fidedigna de las texturas y del más mínimo detalle de los objetos que aparecen en el cuadro, desde la vestimenta de los personajes al barro del suelo. La rendición de Granada fue expuesto en Roma antes de que fuese alojado en el Senado de Madrid en 1883; también fue exhibido en Múnich en 1883 y en la Exposición Universal de París de 1889, recibiendo en todas las ciudades una crítica favorable; sin embargo, Francisco Pradilla no recibió ningún premio, pero es el cuadro más popular de los que pintó y el que más fama le ha dado; el rey Alfonso XII le entregó la gran cruz de la Orden de Isabel la Católica y el Senado le abonó el doble de la cantidad contratada por la realización de la obra.

La rendición de Granada (1882) es el cuadro histórico más popular de los que pintó Francisco Pradilla. Recoge el momento en el que Boabdil, rey nazarí de Granada, rinde la ciudad a los Reyes Católicos.

  

Francisco Pradilla dimitió en 1882 como director de la Academia Española de Bellas Artes en Roma, después de denunciar las carencias en recursos humanos y materiales.

Francisco Pradilla durante la segunda mitad de los años ochenta y la primera de los noventa del siglo XIX pintó lienzos y series de gran valor; por ejemplo, las pinturas que decoran el palacio de los marqueses de Linares (1886), dos autorretratos y un retrato de su hija (1887), dos retratos de los marqueses de Linares (1888), la serie de pinturas de las lagunas Pontinas (1890) y El suspiro del moro (1892), cuadro de temática histórica.


Francisco Pradilla pintó El suspiro del moro (1892) por iniciativa propia, sin atender ningún encargo. Es por ello, su cuadro más personal de los de temática histórica.

  

Francisco Pradilla pintó en El suspiro del moro una escena que se desarrolló después de la rendición de Boabdil ante los Reyes Católicos; aparece apartado del resto de personajes, que se arremolinan en una escena abigarrada; el paisaje juega un papel importante para subrayar el dramatismo de la composición; las formas aparecen desdibujadas gracias a una pincelada suelta; los colores dominantes son el blanco, que viste Boabdil y que luce el caballo, el azul y el ocre, en diferentes tonalidades.

Francisco Pradilla inició la etapa madrileña (1897-1921) asumiendo la dirección del Museo del Prado después de haber sido nombrado para ese cargo en 1896. Dimitió en 1898 por no poder desempeñar el cargo a su criterio, la desaparición de un boceto de Murillo, una política fallida de adquisición de obras y no contar con el apoyo de la regente María Cristina ni del Gobierno.

Tras su dimisión como director del Museo del Prado, Francisco Pradilla se centró en su carrera artística. De sus últimos años destacan los lienzos históricos de gran formato La reina doña Juana la Loca, recluida en Tordesillas con su hija, la infanta doña Catalina (1907), Cortejo del bautizo del príncipe don Juan, hijo de los Reyes Católicos, por las calles de Sevilla (1910), los dos encargados por el industrial bilbaíno Luis Ocharán para adornar su casa, y Autorretrato (1918), el último de los cinco autorretratos que realizó a lo largo de su carrera artística.

El cuadro La reina doña Juana la Loca, recluida en Tordesillas con su hija, la infanta doña Catalina es una reproducción en gran formato del cuadro homónimo que pintó un año antes, en formato gabinete. Muestra un momento familiar de la reclusión a la que fue sometida la reina doña Juana, dulcificado por la presencia de su hija, la infanta doña Catalina; las dos aparecen junto a un ventanal, que ilumina la estancia desde la izquierda; la reina, sentada, ha hecho una pausa en la lectura de un libro, dejado sobre el alfeizar de la ventana, para atender a su hija, aunque observa al espectador, al que parece querer transmitir su sentimiento de pesar por la situación por la que está pasando; una dama de corte y una criada están sentadas a cierta distancia, cerca de la chimenea encendida, que calienta la estancia; la criada está ocupada en hilar valiéndose de una rueca de pequeño tamaño; la estancia está decorada con motivos heráldicos, religiosos y objetos corrientes, además, el suelo aparece ocupado por juguetes con los que jugaba la infanta doña Catalina. Francisco Pradilla ha sabido reflejar la atmósfera de angustia de los adultos y la inocencia de la niña; también las texturas de los objetos, lo que demuestra el preciosismo que caracteriza sus obras.

Francisco Pradilla se sintió atraído por la figura de la reina doña Juana la Loca. Así lo pone de manifiesto en La reina doña Juana la Loca, recluida en Tordesillas con su hija, la infanta doña Catalina (1907), donde muestra el ambiente claustrofóbico y de angustia interior en el que vivió la reina.

  

Francisco Pradilla consultó Historia de los Reyes Católicos D. Fernando y D.a Isabel. Crónica inédita del siglo XV, escrita por el bachiller Andrés Bernaldez cura que fue de los palacios para pintar Cortejo del bautizo del príncipe don Juan, hijo de los Reyes Católicos, por las calles de Sevilla. Reproduce el ambiente festivo que rodeó el bautismo del que estaba llamado a heredar a los Reyes Católicos; los sevillanos se echaron a las calles para acompañar el cortejo real. Esta obra llama la atención por la composición compleja y monumental, pero equilibrada en la distribución de los personajes que en ella aparecen, la matización de la luz y de la penumbra, el dibujo preciso, una paleta de colores brillante y el detallismo, sabiendo transmitir el lujo a través de los vestidos y las flores que tapizan el suelo.

Francisco Pradilla se documentaba de manera precisa antes de pintar sus cuadros de temática histórica. Así lo demuestra en Cortejo del bautizo del príncipe don Juan, hijo de los Reyes Católicos, por las calles de Sevilla (1910).

  

Francisco Pradilla se autorretrató por última vez en 1918. Se muestra elegante, observando al espectador de manera grave y reflexiva. La paleta de colores es escasa, sobre un fondo neutro en tono terroso, resalta la figura del pintor, con sus gafas inconfundibles, cabello gris, barba y traje blancos y pajarita negra adornada con lunares blancos.

En Autorretrato (1918) Francisco Pradilla se muestra de manera sobria en la última etapa de su vida.

  

Francisco Pradilla debe su importancia artística a ser el pintor de temática histórica más sobresaliente de su tiempo, en los que combinó rigor histórico y virtuosismo técnico en la calidad del dibujo, las tonalidades de color, luces y sombras y el verismo en los detalles; además, también fue un consumado retratista como demostró la serie de autorretratos que realizó a la largo de su vida. Se puede concluir que es uno de los  grandes maestros de la pintura española.

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