sábado, 6 de marzo de 2021

San Serapio, de Zurbarán

Francisco de Zurbarán (Fuente de Cantos, 1598-Madrid, 1664) se formó como pintor en el taller de Pedro Díaz de Villanueva. Se instaló en Llerena en 1617, en Sevilla en 1626 y en Madrid en 1658. Pintó por encargo para la Iglesia y varias órdenes religiosas ajustándose a los principios del Concilio de Trento (1545-1563) y de la Contrarreforma. Pintó lienzos de diversas temáticas, pero destacó como pintor religioso. Sus mejores años transcurrieron entre 1626 y la década de los cuarenta del siglo XVII con obras como San Serapio (1628), Aparición de san Pedro crucificado a san Pedro Nolasco (1629), Apoteosis de santo Tomás de Aquino (1631) y Santa Casilda (1640). Desde mediados del siglo XVII su arte se estanca y su principal mercado será América; sin embargo, de esos años es San Hugo en el refectorio de los cartujos (1655), considerada su obra maestra.

Francisco de Zurbarán: San Serapio, 1628.
Estilo: Barroco.
Técnica: Óleo sobre lienzo.
Temática: Religiosa.
Dimensiones: 120 x 103 cm.
Wadsworth Atheneum, Hartford, Estados Unidos.

  

El irlandés Peter Serapion nació en 1179. Participó en las cruzadas al servicio del rey de Inglaterra Ricardo Corazón de León. También participó en la Reconquista al servicio del rey Alfonso VIII de Castilla, conoció a san Pedro Nolasco e ingresó en la Orden de la Merced en 1222. Murió en 1240 en la última de las redenciones en las que participó al no llegar a tiempo el dinero para liberarlo; los musulmanes de Argel lo martirizaron, atándolo en una cruz en forma de aspa, destripándolo y descuartizándolo. Por este hecho, se le conoce como san Serapio mártir.

Zurbarán firmó en 1628 un contrato con el convento de Nuestra Señora de la Merced Calzada de Sevilla, comprometiéndose a pintar un retrato de san Serapio para la capilla De Profundis del sótano funerario del convento.

San Serapio ocupa la mayor parte del cuadro, dejando libre una estrecha franja a la derecha y la parte superior del mismo. Aparece de pie o arrodillado, con los brazos en alto, pero no vencidos, sujetos a la pared con unas cuerdas anudadas en las muñecas. La cabeza está ladeada hacia su derecha, descansa sobre el hombro; el cabello se ofrece despeinado, la frente abultada, los ojos cerrados y la boca entreabierta. La túnica es blanca, con pliegues angulosos, que permiten un juego de luces y sombras lleno de matices. Sobre la túnica se observa el escudo de la Orden Mercedaria en colores blanco, grana y oro. El fondo es negro. A la derecha aparece un papel clavado en la pared en el que se lee “Aquí estoy también yo”. No aparece ni una gota de sangre, a pesar del cruento martirio que sufrió san Serapio.

Zurbarán quiso subrayar la espiritualidad del momento eligiendo el instante último de vida de san Serapio, dado que los brazos no aparecen vencidos por el peso de un cuerpo inerte, omitiendo la presencia de los victimarios, dejando al santo en absoluta soledad y no recreándose en la brutalidad del martirio que sufrió, lo que explica la ausencia de sangre.

La paleta de colores es escasa, predominando los blancos, grises, rosados y negro, con algunas notas de grana y oro. Contrastan el blanco de la túnica y el negro del fondo.

El punto de vista alto y la luz blanca, la cual entra en la estancia por una ventana elevada que se encuentra en el lado derecho, pero no a la vista, centran la visión del espectador en el santo.

San Serapio es una de las mejores obras de los primeros años de Zurbarán y de toda su carrera artística por su composición, sobriedad en los elementos, tenebrismo, uso del color y la luz para mostrar la mística del martirio, virtuosismo en la reproducción de la textura de la túnica, expresividad del santo y contraste con otros cuadros martiriales contemporáneos en los que no se ocultan los aspectos más escabrosos del martirio.


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