sábado, 8 de octubre de 2022

Ecce Homo, de Luisa Roldán

Luisa Roldán (Sevilla, 1652-Madrid, 1706), conocida como La Roldana, es la primera escultora española de la que se tiene noticia y es una de las representantes del arte barroco andaluz. Se formó en el taller de su padre, Pedro Roldán. Su carrera pasó por tres etapas: sevillana, de 1671 a 1684, gaditana, de 1684 hasta 1688, y madrileña, de 1688 hasta 1706. Toda su producción es de carácter religioso. De entre sus obras destacan San José con el Niño (1677), Ecce Homo de la Santa y Apostólica catedral de la Santa Cruz de Cádiz (1684), Nuestra Señora de la Soledad (1688) y El entierro de Cristo (1701).

Luisa Roldán: Ecce Homo, 1684.
Estilo: Barroco.
Técnica: Madera policromada.
Temática: Religiosa.
Dimensiones: 165 cm.
Santa y Apostólica catedral de la Santa Cruz de Cádiz, España.

  

El Ecce Homo, de Luisa Roldán, muestra un momento de la pasión de Cristo, tras haber sido azotado. Cristo aparece en contraposto, cabeza inclinada hacia el hombro derecho, cabello negro, largo y ondulado, boca entreabierta, torso en parte desnudo, manos amarradas al frente y cubierto por una clámide púrpura con orla dorada, que forma una gran cantidad de pliegues de pequeño tamaño. Ofrece las rodillas magulladas y brazos, torso y piernas apenas ensangrentadas. Aparece descalzo. Los únicos postizos son las espinas de la corona y la caña que hace las veces de cetro.

Luisa Roldán ha sabido dotar a la imagen de una anatomía realista y minuciosa. 

La imagen se realizó de la cabeza a la cintura en madera de cedro y el resto, incluida la clámide, en madera de pino. La parte añadida se data en el tercer cuarto del siglo XVIII.

La policromía original es de Luis Antonio de los Arcos, marido de Luisa Roldán.

Por todo lo dicho, el Ecce Homo de Luisa Roldán es una obra maestra de la escultura barroca española. Llama la atención la expresión dramática y conmovedora, que buscaba exacerbar la fe del creyente y su identificación con Cristo. 

Este Ecce Homo de Luisa Roldán fue adquirido en 1688 por el presbítero Francisco Maderuelo, que lo donó a la Orden de los Carmelitas Descalzos. En 1868 fue trasladado a la Santa y Apostólica catedral de la Santa Cruz de Cádiz. José Miguel Sánchez Peña lo restauró en 1984.

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