Juan Valdés Leal (Sevilla, 1622-1690) es uno de los pintores barrocos más destacados. Es posible que se formase como pintor en los talleres de Francisco Herrera el Viejo en Sevilla y de Antonio del Castillo en Córdoba. Desarrolló su carrera artística en Córdoba y Sevilla. Fue uno de los artistas fundadores de la Academia de pintores de Sevilla (1660). Ingresó en la Hermandad de la Caridad de Sevilla (1667), donde conoció a su fundador y Hermano Mayor Miguel de Maraña, quien le encargó decorar el hospital de la Caridad de Sevilla; para su iglesia pintó In ictu oculi y Finis gloriae mundi (1670-1672), sus obras maestras.
La obra de Valdés
Leal presenta las siguientes características:
- Diversidad de géneros, destacando las vánitas o bodegones moralizantes y la temática religiosa, en concreto series de santos de órdenes religiosas.
- Uso tenebrista de las luces y las sombras, en muchas ocasiones para subrayar el mensaje moralizante que quiere hacer llegar al espectador.
- Una paleta de colores escasa y en tonos apagados.
- Pincelada suelta, más evidente en las obras realizadas a partir de 1660.
- Virtuosismo en la reproducción de detalles y texturas.
La carrera
artística de Valdés Leal pasó por las etapas siguientes:
- Formación y primeros años, de 1637 a 1647.
- Cordobesa, de 1647 a 1656.
- Sevillana, de 1656 a 1690.
Durante la etapa de formación y primeros años (1637-1647) aprendió el oficio de pintor en los talleres de Francisco Herrera el Viejo en Sevilla y de Antonio del Castillo en Córdoba.
La
etapa cordobesa (1647-1656) se inicia con San Andrés, para la
iglesia de San Francisco, que llama la atención por el naturalismo y paleta de
colores escasa; aparece el santo delante de la cruz en aspa en la que fue
martirizado, con un libro a los pies y un paisaje de fondo.
Valdés
Leal se ocupó de decorar los muros laterales del presbiterio de la iglesia conventual
de Santa Clara de Carmona (1653). Se trata de una serie de lienzos de gran
tamaño en los que se narran episodios de la vida de santa Clara en los que se
aprecia la influencia de Francisco Herrera el Viejo, en particular en la
sobriedad y equilibrio de las composiciones; los lienzos se titulan La procesión
de santa Clara, El milagro de santa Clara con su hermana Inés, La
procesión de santa Clara con la Sagrada Forma, La retirada de los
sarracenos del convento de Asís y La muerte de santa Clara.
De nuevo en Córdoba realizó pinturas de gran interés, caso de Virgen de los plateros, Inmaculada Concepción con san Felipe y Santiago el Mayor, ambas de 1654; los rostros están individualizados y rebelan la influencia que tuvieron Francisco Herrera el Viejo y Antonio del Castillo en Valdés Leal.
Pedro Gómez de Cárdenas, comendador del Tesoro de la Orden de Calatrava (1655), contrató a Valdés Leal los doce cuadros del retablo mayor de la iglesia del Carmen Calzado, que terminó en 1658.
La etapa sevillana (1656-1690) es la de mayor producción y calidad de Valdés Leal. Durante estos años se aleja de las influencias recibidas y desarrolla un estilo propio característico.
El primer encargo que recibe es decorar la sacristía de la iglesia del monasterio de San Jerónimo de Buenavista (1657), que se distribuía en dos conjuntos: el primero suma cuatro lienzos en los que se desarrolla la vida de san Jerónimo, de acabado desigual, dibujo deficiente y riqueza cromática; y el segundo, compuesto por doce retratos de santos y frailes de la Orden, que se caracteriza por un cromatismo sobrio.
Otros
cuadros de gran valor que Valdés Leal pintó en la segunda mitad de los años
cincuenta del siglo XVII fueron Los desposorios de la Virgen con san José
(1657), llamativo por la factura deshecha y el color, San Juan Evangelista y
las tres Marías camino del Calvario, La Piedad, Descendimiento de
la Cruz y La liberación de san Pedro, todos de 1658, caracterizados
por un fuerte patetismo.
Valdés Leal participó en la creación de la Academia de dibujo de Sevilla (1660) junto con Francisco Herrera el Mozo, Bartolomé Esteban Murillo, siendo su presidente de 1663 a 1667.
Valdés Leal realizó sus mejores obras a partir de 1660, destacando las del género vanitas con dos obras que en un principio hacían pareja y que ahora están dispersas, se trata de Alegoría de la vanidad y Alegoría de la salvación, en los que se apela al espectador a reflexionar sobre la fugacidad de la vida y las glorias mundanas.
Otros cuadros importantes en la producción de Valdés Leal son Las bodas de Caná y La comida en casa de Simón, ambas de 1660, pintadas alla prima con una pincelada rápida, variedad de expresiones de los personajes que aparecen retratados y paisajes arquitectónicos, e Inmaculada Concepción con dos donantes (1661), en la que pone en valor sus capacidades como retratista.
Valdés Leal viajó a Madrid en 1664 para participar en la decoración del Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial. Aprovechó este viaje para estudiar a fray Juan Ricci y dejarse influir por este.
Valdés Leal participó en las fiestas habidas en Sevilla por la canonización del rey Fernando III de Castilla (rey, 1217-1252), desde entonces conocido como Fernando el Santo. Diseñó numerosas estampas y arquitecturas efímeras.
Valdés Leal pintó sus mejores obras para decorar la iglesia del hospital de la Caridad de Sevilla por encargo de Miguel Maraña, fundador y Hermano Mayor de la Hermandad de la Caridad de Sevilla, de la que era miembro. Son los lienzos In ictu oculi y Finis gloriae mundi, ambos de 1672. Se trata de dos vanitas o bodegones moralizantes, que forman los Jeroglíficos de las postrimerías.
En In ictu oculi la muerte es la protagonista. Está representada por el esqueleto, que con la mano derecha apaga una vela, representación de la vida, con la izquierda sujeta una guadaña, que simboliza la muerte que siega la vida, y con el brazo izquierdo porta un ataúd, la última morada de las personas, sea cual sea su condición. Sobre la mano derecha se lee un mensaje en latín que dice “IN ICTV OCVLI”, es decir, “En un parpadeo” o si se quiere “En un abrir y cerrar de ojos”, haciendo entender al espectador lo rápido que pasa la vida. En la mitad inferior del cuadro, en primer y segundo plano, se acumulan los objetos de una manera desordenada, todos con un mensaje simbólico evidente: los libros el saber intelectual, la armadura el poder militar, la mitra y otros objetos litúrgicos el poder religioso, las joyas la riqueza, la vela la vida y el pie del esqueleto sobre el globo terráqueo el desengaño universal. In ictu oculi presenta una composición piramidal, facilitada por el hecho de que el lienzo culmina en arco de medio punto, siendo la mano derecha con la que apaga la vela la cúspide de la pirámide y la acumulación de objetos del primer plano su base. Valdés Leal creó una atmósfera tenebrista para In ictu oculi con fuertes contrastes de luz y sombra entre las diferentes zonas del cuadro, lo que sirve para subrayar el mensaje moralizante que se quiere hacer llegar al espectador, el de que la muerte le puede llegar en cualquier momento. La luz procede de un foco exterior situado a la izquierda del lienzo, que ilumina los objetos acumulados en la mitad inferior del mismo y la representación de la muerte; los objetos de color blanco reflejan una mayor cantidad de luz, mientras que los ocres la absorben. El fondo del cuadro queda en la oscuridad absoluta. La paleta de colores es escasa, con el predominio del ocre, en tonalidades oscuras, el blanco, el negro y el rojo de manera aislada, pero llamativa. El dibujo es nítido y la pincelada suelta. Llama la atención el virtuosismo en la representación de los detalles y de las texturas de los objetos.
Finis
gloriae mundi
presenta tres planos. En el primero se disponen dos ataúdes, que dejan ver los
cuerpos de un obispo, reconocible por el báculo, y el un caballero de la Orden
de Calatrava, que se distingue porque la capa que lo cubre lleva bordada la
cruz roja que le corresponde; delante de ellos hay una cinta en la que se lee “FINIS
GLORIAE MUNDI”, es decir, “El fin de la gloria del mundo”. El segundo plano
está ocupado por una mano que ocupa la parte superior del lienzo; sostiene una
balanza con dos platillos: en el izquierdo se reconocen tres animales, un
cerdo, una cabra, un pavo real y un murciélago, además de una manzana que hace
las veces de un corazón podrido, y se lee “NI MÁS”, en el derecho se distingue
un libro y un corazón coronado con una cruz y las letras JHS y se lee “NI
MENOS”. En el tercer plano se reconocen, de izquierda a derecha, una lechuza,
que mira al espectador, cráneos amontonados y un cadáver recostado. Los
elementos que aparecen en el lienzo tienen un simbolismo específico. Así, que
los cadáveres reconocibles sean los de un obispo y un caballero de la Orden de
Calatrava quiere decir que aquellos que han logrado la gloria en vida no se
libran de la muerte; la balanza hace referencia al peso de las almas; los
animales representan algunos de los pecados capitales: el cerdo la gula,
el perro la ira, el pavo real la
soberbia y el murciélago la envidia; la lechuza guarda relación con las
tinieblas, por ello aparece en una zona de sombra; los elementos del platillo
derecho están relacionados con las virtudes a cultivar para conseguir la
salvación. Finis gloriae mundi presenta una composición piramidal,
facilitada por el hecho de que el lienzo culmina en arco de medio punto, siendo
la mano que sostiene la balanza la cúspide de la pirámide y los cuerpos inertes
su base. Valdés Leal creó una atmósfera tenebrista para Finis gloriae mundi
con fuertes contrastes de luz y sombra entre las diferentes zonas del cuadro,
lo que sirve para subrayar el mensaje moralizante que se quiere hacer llegar al
espectador, el de la fugacidad de las glorias mundanas. Hay dos focos de luz:
uno cenital, que rodea la mano que asoma en la parte superior del cuadro y otro
exterior al mismo, que ilumina los cuerpos del primer plano. La paleta de
colores es escasa, con el predominio del ocre, en tonalidades oscuras, el
blanco, el negro y el rojo de manera aislada, pero llamativa. El dibujo es
nítido y la pincelada suelta. Llama la atención el virtuosismo en la
representación de los detalles y de las texturas de los objetos.
Valdés
Leal viajó a Cabra en 1672 para pintar Visión de san Francisco en la Porciúncula
para el retablo mayor de la iglesia del convento de la Orden Capuchina. Su
iconografía es poco corriente y dramática, apareciendo las figuras propias del
evento que son las de Jesús de Nazaret, la Virgen María, san Francisco, el
ángel portador de la bula, además del arcángel san Gabriel, san Antonio de
Padua y el patriarca san José con gran número de ángeles.
El arzobispo Ambrosio Ignacio Spínola y Guzmán encargó a Valdés Leal que realizase una serie de cuadros de la vida de san Ambrosio para el oratorio del palacio arzobispal de Sevilla. Estuvo compuesta por los lienzos El nombramiento de san Ambrosio como gobernador, La consagración de san Ambrosio como arzobispo, San Ambrosio negando al emperador Teodosio la entrada en el templo y San Ambrosio absolviendo al emperador Teodosio, con un acabado exquisito, y El milagro de las abejas y Última comunión, no tan cuidados.
De
entre las últimas obras de Valdés Leal hay que citar San Fernando (1674)
para la santa iglesia catedral de la Asunción de María y el dorado y otros
trabajos de los retablos mayores de la iglesia del hospital de la Caridad de
Sevilla (1675) y las pinturas murales del hospital de los Venerables (1688) en
colaboración con su hijo Lucas.
Entre los seguidores de Valdés Leal hay que citar a su hijo Lucas y a Clemente Torres.
Valdés Leal debe su trascendencia artística a haber elevado a la máxima categoría el género vanitas con el fin de influir en el espectador y orientarle hacia una vida virtuosa ajustada a la doctrina católica.