Francisco de Goya (Fuendetodos, 1746-Burdeos, 1828) es uno de los pintores españoles más destacados de la pintura universal de todos los tiempos. Sobresalió entre sus contemporáneos, superó el Barroco y el Neoclasicismo para crear el Romanticismo, además anunció estilos artísticos muy posteriores como el impresionismo, el expresionismo y el surrealismo e influyó en Delacroix, Manet, Munch y Bacon.
Goya
se formó como pintor en el taller de José Luzán (1760-1761), en la Real
Academia de Bellas de San Fernando (1763-1766), en Roma (1768-1771) y con
Francisco Bayeu a su regreso a España. Destacó como cartonista, grabador y pintor;
como cartonista en la Real Fábrica de Tapices de Santa Bárbara (1775-1792);
como grabador con sus series Los caprichos,
La Tauromaquia, Desastres de la Guerra, Disparates
y Los toros de Burdeos; y como pintor
desarrolló los más diversos géneros: religioso con los frescos
de la iglesia de San Antonio de la Florida (1789), patriótico con El dos de mayo de 1808 en Madrid y El tres de mayo de 1808 en Madrid, ambos
de 1814, y el retrato con Los duques de
Osuna y sus hijos (1788), La duquesa
de Alba (1795), La condesa de
Chinchón (1800) y La familia de
Carlos IV (1801). Entre los autorretratos destaca Goya atendido por su médico Arrieta (1820). Entre su producción más
singular se cuentan las Pinturas Negras
de la Quinta del Sordo en Madrid (1823).
Goya fue reconocido en vida por su obra con varios nombramientos: académico de mérito de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando en 1780, su Teniente Director de Pintura en 1785, Pintor del Rey en 1786, Pintor de Cámara del Rey en 1789 y Director de Pintura de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando en 1795.
La
trayectoria pictórica de Goya se divide en tres etapas:
- De formación, de 1759 a 1774.
- Madrileña, de 1775 a 1824.
- Bordalesa, de 1824 a 1828.
Goya
pasó la etapa de formación (1759-1774)
en Zaragoza entre 1759 y 1768, en Italia entre 1768 y 1771 y en Zaragoza entre
1771 y 1774.
Fue alumno de la Academia de Dibujo de Zaragoza, dirigida por José Luzán, entre 1759 y 1763. Su aprendizaje es lento y poco diestro como demuestra sus dos fracasos en los concursos de pintura convocados por la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, el primero en 1763 y el segundo en 1766, que le impiden ganar una beca para estudiar en Roma. Esto explica su acercamiento a Francisco Bayeu.
De esta época es el lienzo de carácter religioso Sagrada Familia con san Joaquín y santa Ana ante el Eterno en gloria (1769). Aparece la Sagrada Familia, bajo un cielo en gloria, donde unos ángeles sostienen unas nubes sobre las que se apoya Dios Padre, con el Espíritu Santo sobre su cabeza en forma de paloma. San Joaquín y santa Ana contemplan la escena. La luz es típica del Barroco tardío.
Goya se financió su viaje y estudios en Italia. Allí estuvo entre 1768 y 1771. En 1770 se presentó al concurso de pintura que convocó la Academia de Parma con el cuadro de temática histórica Aníbal vencedor contempla por primera vez Italia desde los Alpes, que se considera su primera obra maestra y se ajusta a la estética neoclásica. Aníbal aparece erguido, alzándose el yelmo del caso, con el cuerpo girado hacia un ángel que le muestra Italia; tras un jinete abanderado aparece la Victoria en su carro de la Fortuna portando una rama de laurel; parte del ejército de Aníbal inicia el descenso hacia el valle, al otro lado una escena bélica; el río Po aparece representado mediante una alegoría, la de un hombre robusto con cabeza de buey; la sensación de viento se muestra por el movimiento de la bandera blanca de un caballero y la capa de Aníbal; dominan los azules, grises y rosas. Goya ganó una mención especial, pero no el premio dado que el jurado consideró que los colores eran poco realistas.
De
regreso a España, de nuevo en Zaragoza entre 1771 y 1774, Goya pintó La adoración del nombre de Dios (1772) y
Las pinturas de la Cartuja del Aula Dei
(1774), ambas de contenido religioso.
La adoración del nombre de Dios es una pintura al fresco en el techo del coreto de la Basílica de Nuestra Señora del Pilar de Zaragoza. Su estética es tardobarroca. Se disponen dos grupos de ángeles a los lados de la escena central, presidida por el símbolo de Dios Padre, un triángulo equilátero con su nombre inscrito; la composición es en aspa, pero la impresión es estática.
Las pinturas de la cartuja del Aula Dei de Zaragoza están hechas al secco, es decir, óleo sobre muro. De los cuadros originales, en los que se narra la vida de la Virgen María, sólo siete de los que se conservan son de Goya, a saber: San Joaquín y santa Ana, Nacimiento de la Virgen, Desposorios de la Virgen y san José, Visitación de María a su prima Isabel, La Circuncisión, Adoración de los Reyes Magos y Presentación de Jesús en el templo. Las composiciones son horizontales y estáticas, la escena principal ocupa el centro entre paisajes y arquitecturas, el punto de vista es bajo; la pincelada es precisa.
La
etapa madrileña (1775-1824) es la
más rica y diversa en la producción pictórica de Goya.
Mengs persuadió a Goya con el fin de que se instalase en Madrid. Desde 1775 a 1792 trabajó para la Real Fábrica de Tapices de Santa Bárbara. Realizó varias series de cartones para tapices que decorarían dependencias de los Sitios Reales. Todos muestran escenas costumbristas de distinta temática.
La primera serie de cartones es de 1775 para tapices destinados al comedor de los Príncipes de Asturias, Carlos y María Luisa de Parma, en El Escorial. Se muestran escenas costumbristas relacionadas con la caza. Son nueve cartones: Caza con mochuelo y red, Caza con reclamo, Cazador cargando su escopeta, El cazador con sus perros, El pescador de caña, La caza de la codorniz, Partida de caza, Perros en traílla, Perros y útiles de caza. En todos se aprecia la influencia de Bayeu y Mengs.
La segunda serie de cartones se realizó en dos fases, entre 1776 y 1778 los destinados a decorar el comedor de los Príncipes de Asturias del Palacio de El Pardo y entre 1778 y 1780 los que decorarían el dormitorio. Todos se caracterizan por presentar figuras realistas, colores vivos y pinceladas sueltas. Los primeros cartones son La merienda a orillas del Manzanares o La merienda, El paseo por Andalucía o La maja y los embozados, El baile de San Antonio de la Florida o Baile a orillas del Manzanares, El bebedor, La riña en la venta nueva y El quitasol. De todos los cartones el más famoso es El quitasol, una escena galante en la que aparecen una joven vestida a la moda francesa y un criado vestido de majo, la composición es academicista, la mirada directa de la joven al espectador hace a éste cómplice del posible galanteo. El segundo grupo de cartones son los titulados La novillada, La feria de Madrid, El juego de la pelota a pala y El cacharrero, que recogen escenas costumbristas relacionadas con fiestas populares. El más logrado de todos es El cacharrero, con escenas en primer y segundo plano y personajes de distintas clases sociales, el movimiento se capta a través de la carroza y los colores dominantes son los azules, cobrizos, dorados y grises.
La tercera serie de cartones se llevó a cabo entre 1786 y 1789 con el fin de decorar distintas dependencias del Palacio de El Pardo. Todas las escenas son de gran realismo. Un primer conjunto de cartones hace referencia a las cuatro estaciones: Las floreras a la primavera, La era al verano, La vendimia al otoño y La nevada al invierno. En La nevada, Goya muestra la crudeza de la estación invernal, los protagonistas se intentan proteger de la nieve y el viento arropándose con las prendas; el color blanco trasmite la sensación de frío y las ramas desnudas de hojas y los copos de nieve el viento. Los cartones Los pobres de la fuente y El albañil herido son de denuncia social, de apoyo a las medidas sociales de Carlos III y buscan dignificar a los más humildes, la pincelada suelta y las sombras coloreadas preludian el impresionismo. Otro conjunto de cartones de esta serie es el formado por La ermita de San Isidro, La merienda, y los dos más valorados, La pradera de San Isidro y La gallina ciega, que muestran escenas de fiesta en Madrid. La pradera de San Isidro muestra una panorámica de Madrid desde la ermita de San Isidro durante el día del patrón de la villa, se aprecia San Francisco el Grande y el Palacio Real, la composición carece de unidad, con varios puntos de atención, los colores dominantes son el azul, blanco, rosa y verde, con alguna pincelada roja, y la iluminación remarca el contraste entre los colores. La gallina ciega muestra a jóvenes, vestidos de majos o a la moda francesa, jugando a la gallina ciega, un juego popular, la composición es dinámica y la técnica depurada en las texturas de los vestidos y tratamiento de luz y colores.
La
cuarta serie se realizó entre 1788 y 1792 para decorar el despacho de Carlos IV
en El Escorial. La temática es lúdica, caso de Los zancos y Las gigantillas,
o satírica, caso de El pelele y La boda. En El pelele se ridiculiza al sexo masculino recurriendo a un grupo de
majas que mantean y se ríen de un pelele, y en La boda el novio presenta rasgos faciales casi simiescos.
Goya destacó como retratista. Desde la década de los ochenta del siglo XVIII entró en contacto con la aristocracia de la Corte, que le encargó retratos en un número creciente. Pintó retratos individuales y colectivos. Son muchos los retratos de Goya que se pueden considerar obras maestras de la pintura.
El primer retrato a destacar es El conde de Floridablanca y Goya (1783), que recoge el tema del acto in fieri, es decir, el momento en el que Goya muestra a Floridablanca el cuadro que le está pintando.
Su relación estrecha con la corte del infante don Luis en Arenas de San Pedro le permitió llevar a cabo el retrato colectivo La familia del infante don Luis de Borbón (1784), que muestra una escena familiar y a Goya a la izquierda pintando.
Los duques de Osuna y sus hijos (1788) es el primer retrato de familia de los que pintó Goya. Aparecen retratados todos los miembros de la familia de don Pedro Téllez Girón, IX duque de Osuna, además de dos perros y un juguete de los niños, lo que sirve para completar una imagen familiar. La composición es piramidal y jerárquica dentro de la familia; el IX duque de Osuna aparece de pie, a más altura que el resto de los personajes, su cabeza es la cúspide de la pirámide y aparece vestido con uniforme militar de gala; por debajo, su esposa, sentada, vestida y peinada a la moda francesa para subrayar que pertenece a la aristocracia; y los hijos varones, que aparecen en primer plano, por delante de sus hermanas: el futuro X duque de Osuna de pie, montado sobre un bastón a modo de caballo, su hermano sentado sobre un cojín, doña Joaquina amparada por su madre y doña María Manuela cogida de la mano por su padre. Los colores predominantes son el gris y el verde en tonos suaves, por lo que destaca el azul oscuro y el rojo del uniforme del IX duque de Osuna. La pincelada es suelta y vaporosa; así consiguió la textura de las transparencias de los vestidos de la condesa-duquesa de Benavente y de sus hijas. El fondo es neutro; se insinúa la pared y el suelo a través del juego de luces y sombras. Goya retrata al IX duque de Osuna y a su familia con respeto. La composición trasmite armonía dentro de la familia con gestos de cariño, nobleza con miradas limpias y ternura en la infancia. Así es porque los duques de Osuna fueron mecenas y protectores de Goya por afinidad política: los duques de Osuna y Goya fueron ilustrados.
En
La duquesa de Alba (1795) aparece
María del Pilar Teresa Cayetana de Silva y Álvarez de Toledo, XIII duquesa de
Alba, retratada de pie, de cuerpo entero, con un vestido blanco y tres lazos
rojos, uno ciñe la cintura y los otros adornan pecho y cabello. Un perrito
blanco acompaña a la duquesa. La gama de colores es escasa y contrastada, el
blanco del vestido y del perrito, el rojo de los lazos que adornan a la duquesa
y al perrito, el negro del cabello de la duquesa y el gris azulado del fondo.
La pincelada es suelta y vaporosa.
En La duquesa de Alba y la beata (1795) aparece la duquesa asustando a Rafaela Luisa de Velázquez, la beata, una de sus camaristas, que empuña un crucifijo en su mano derecha. La gama de colores es escasa –blanco, dorado y negro– sobre un fondo neutro, apenas sugerido; la pincelada es suelta y vaporosa, lo que permitió a Goya mostrar las calidades de los vestidos.
En La condesa de Chinchón (1800) María Teresa de Borbón aparece sentada en un sillón, embarazada de Carlota. El tocado de espigas de trigo verde simboliza la maternidad. La pincelada es suelta y vaporosa. La gama de colores es escasa, destaca el vestido en plata sobre un fondo neutro. Llama la atención el cariño con el que Goya retrató a la condesa de Chinchón, que se aprecia en su sonrisa tímida y dulce. La luz se focaliza en el vientre de la condesa de Chinchón para mostrar y llamar la atención sobre su embarazo. Su vínculo con su marido Manuel de Godoy se exhibe a través de la efigie que de este lleva en el anillo.
La familia de
Carlos IV
(1801) es un retrato colectivo de la familia real española en el que Goya se autorretrata.
Presenta características propias del retrato neoclásico tales como la
disposición vertical de los personajes y la ausencia de movimiento, sin
embargo, no es neoclásico en cuanto que el color tiene más importancia que el
dibujo y es evidente el estudio psicológico de los personajes. La familia real
se distribuye en tres grupos: en el centro, Carlos IV, su esposa María Luisa y
sus hijos María Isabel y Francisco de Paula; a la derecha del lienzo, Antonio
Pascual, hermano del rey, las hijas de los monarcas Carlota Joaquina y María
Luisa Josefina, con su marido Luis de Borbón, y su hijo Carlos Luis, en brazos
de la madre; y a la izquierda del cuadro, el futuro Fernando VII, acompañado de
su futura esposa, que por no saberse aún quién es oculta su rostro, el infante
Carlos María Isidro, María Josefa de Borbón, hermana de Carlos IV, y Goya, al
fondo. Los gestos de los personajes hacen de ellos unas personas muy cercanas y
familiares. La pincelada es suelta y vigorosa. Destaca el cromatismo y las
calidades de los trajes y las joyas, se combinan azules, blancos, dorados,
rojos y negro. Los personajes que focalizan la luz son los más importantes
dentro de la familia real, es decir, el matrimonio real y sus hijos. La gran
cantidad de personajes y la poca profundidad acentúa la sensación de falta de
espacio.
El
Retrato de Manuel de Godoy (1801) se
pintó por encargo de Godoy después de la victoria de España sobre Portugal en
la Guerra de las Naranjas. Godoy aparece representado como Generalísimo del
ejército y Príncipe de la Paz, con bastón de mando, y rodeado de caballos y
soldados. La luz es crepuscular.
La maja desnuda (antes de 1800) y La maja vestida (1805) forman pareja y destacan por su erotismo. En ambas pinturas aparece retratada la misma mujer recostada de manera plácida en un lecho mirando al espectador. En La maja desnuda el dibujo y la gama de colores fríos es de corte neoclásico, la luz ilumina el cuerpo rosado de la mujer, que resalta sobre el verde del sofá y el fondo oscuro. En La maja vestida el traje blanco y el lazo rosa de la cintura ciñen la figura de la mujer, la luz ilumina y resalta el blanco del vestido sobre la tela verde del sofá y el fondo oscuro. Se duda acerca de quién puede ser la mujer retratada, María del Pilar Teresa Cayetana de Silva y Álvarez de Toledo, XIII duquesa de Alba, o Pepita Tudó, primero amante y luego esposa de Manuel de Godoy.
El Retrato de Isabel Porcel (1805) es de medio cuerpo en posición de medio perfil, viste a la moda española, con camisa blanca y mantilla negra y el porte es aristocrático. Una singularidad en este retrato es la mirada del personaje, esquiva con la del espectador se pierde hacia su derecha. En cuanto a la técnica llama la atención las texturas de las ropas, el tono rosáceo del rostro y el castaño claro de ojos y cabello y la pincelada suelta.
Otros
retratos de Goya que hay que mencionar por su calidad son Retrato de Francisco Bayeu (1786), Carlos III cazador (1788), Retrato
de Sebastián Martínez (1793), La
marquesa de Solana (1795), Retrato de
Juan Meléndez Valdés (1797), Retrato
de Gaspar Melchor de Jovellanos (1798), Retrato
de Leandro Fernández de Moratín y Retrato
de María del Rosario Fernández, la Triana, ambos de 1799, Retrato del marqués de San Adrián (1804)
y Retrato de la marquesa de Vilafranca
(1805).
Goya se autorretrató en numerosas ocasiones, muchas dentro de cuadros colectivos, pero dos autorretratos destacan sobre el resto: Autorretrato ante un caballete (1785), donde aparece de perfil, a contraluz, ocupado en pintar, la presencia de velas en el sombrero habla de su incesante actividad como pintor; y Goya atendido por su médico Arrieta (1820), que recoge su convalecencia por tifus durante el año anterior, acompañado por el doctor Eugenio García Arrieta y unas mujeres que pueden representar a Las Parcas.
Goya
dio inicio al grabado romántico en 1799 con la serie Los caprichos. Son los primeros grabados españoles de carácter
satírico. En ellos se critica las tradiciones, el inmovilismo, las
supersticiones y el Antiguo Régimen desde la Ilustración. Cada capricho está
constituido por una sentencia y una escena. El grabado más famoso de la serie
es el titulado El sueño de la razón
produce monstruos, que le sirve para denunciar al Antiguo Régimen como
fuente de pesadillas al identificarlo con el sueño profundo en oposición a la
luz y el progreso de los que se mantienen despiertos y activos. La técnica
empleada fue el aguafuerte y la aguatinta con toques de buril, bruñidor y punta
seca.
La
Guerra de la Independencia (1808-1814) fue determinante en la producción
pictórica de Goya.
Inició la serie de grabados Desastres de la guerra en 1810 y la concluyó en 1815. La técnica utilizada fue el aguafuerte, la punta seca y la aguada. En un principio iban a tener un fin patriótico, pero evolucionaron hacia una denuncia de la guerra y sus consecuencias catastróficas. Los 82 grabados se dividen en tres grupos: del 1 al 47 están centrados en la guerra, del 48 al 64 en el hambre consecuencia de la guerra y del 65 al 82 son una crítica social y política de la vuelta de Fernando VII y el absolutismo.
Las
obras maestras de Goya son de temática histórica, tienen carácter patriótico y están
relacionadas con la Guerra de Independencia, son El dos de mayo de 1808 en Madrid y El tres de mayo de 1808 en Madrid, los dos de 1814.
Los sucesos representados en El dos de mayo de 1808 en Madrid son los acaecidos en la mañana de ese día tras la invasión francesa. El pueblo de Madrid se levantó contra el ejército francés, dirigido por el general Murat. Los madrileños, armados con cuchillos, atacaron a la mejor unidad del ejército napoleónico, los mamelucos, mercenarios egipcios, y a un dragón de la emperatriz, que se distingue a la derecha de la escena, los franceses a caballo y los españoles a pie. La intención del cuadro es doble: por una parte, exacerbar el sentimiento nacional español y cristiano frente al invasor francés que se vale de tropas musulmanas y, por otro, denunciar la irracionalidad de la guerra. Goya utilizó para el boceto del cuadro un soporte poco habitual entonces, papel sobre madera, debido a la falta de lienzo dada la carencia de materiales y la carestía que se padecía en 1814, tras seis años de guerra. La escena es abigarrada; las figuras se concentran en el primer plano. El centro de la composición lo forma el soldado mameluco muerto que cae del caballo y dos patriotas españoles, el que dio muerte al invasor y el que mata al caballo. En el suelo ya aparecen los primeros caídos por ambos bandos en la Guerra de la Independencia y en segundo plano diversos grupos enzarzados en una lucha despiadada. La fuerza expresiva de los personajes es sobresaliente; los sentimientos de miedo y odio se reflejan en el rostro de los invasores y los de rabia y pundonor en el de los españoles. El dramatismo y el movimiento se exaltan mediante escorzos y torsiones violentas, las miradas de los caballos, la pincelada suelta y estableciendo marcados contrastes entre los colores.
El
hecho que se recoge en el lienzo El tres
de mayo de 1808 en Madrid son los fusilamientos llevados a término por
orden del general Murat aquella madrugada en la montaña de Príncipe
Pío. Goya estructura el lienzo sobre dos diagonales, la de los soldados
franceses y la de los héroes españoles, ambas separadas por la linterna, que
sirve de foco de luz. Los soldados franceses son presentados como una máquina
de asesinar inocentes. No muestran su rostro al espectador, al que le dan la
espalda y están listos para disparar los fusiles. Por el uniforme se sabe que
pertenecían al Batallón de Marineros de la Guardia Imperial. Los héroes
españoles muestran dignidad ante la muerte. Se organizan en tres grupos: los
que ya han sido asesinados están tendidos en el suelo y su sangre se derrama
hacia la luz; los que van a ser fusilados de inmediato muestran gestos
diversos, desde cubrirse el rostro hasta rezar; y los que están a la espera de
ser ejecutados más adelante. De entre los héroes dos llaman la atención sobre
los demás: en el centro, de rodillas, con los brazos abiertos en cruz, las
manos alzadas al cielo y vestido de amarillo y blanco, en las manos se ven
estigmas y recibe la luz que emite la linterna que hay en el suelo; sirve para
invocar a Jesús de Nazaret en el Monte de los Olivos y en la esquina izquierda
del cuadro de una mujer con su hijo en brazos recuerda la imagen de la Piedad y
subraya la brutalidad de los soldados franceses, que están inmersos en una
espiral de muerte y destrucción. Así Goya deposita toda esperanza en Dios. Goya
es fiel a la historia de los hechos al introducir a un religioso entre los
ejecutados. El sacerdote Francisco Gallego y Dávila fue el único clérigo
fusilado en Madrid en la madrugada del 3 de mayo de 1808 y lo fue en la montaña
de Príncipe Pío. El tratamiento de la luz es tenebrista. El foco de luz es la
linterna que descansa en el suelo e ilumina a los héroes y la sangre derramada.
El resto del cuadro queda en la penumbra. La gama cromática es escasa
–amarillo, blanco, negro, ocre y rojo– y la pincelada suelta, independiente del
dibujo, lo que crea una atmósfera lúgubre. El tres de mayo de 1808 en Madrid se
ha convertido en un símbolo contra la irracionalidad de la guerra desde el
pensamiento ilustrado.
Otras
obras de carácter histórico o patriótico son Retrato de Juan Martín, el Empecinado (1809), Retrato
ecuestre del general Palafox (1814) y Fabricación
de balas en la Sierra de Tardienta (1814).
Durante los años de la Guerra de la Independencia Goya también pintó cuadros costumbristas, como La aguadora y El afilador, de entre 1808 y 1812, alegorías, caso Alegoría de Madrid (1810) y bodegones, caso de Bodegón con costillas, lomo y cabeza de cordero, Bodegón con pavo muerto y Pavo pelado y sartén, entre 1808 y 1812.
La serie de grabados La Tauromaquia es de 1816. En un principio Goya iba a ilustrar la historia del toreo a partir de la Carta histórica sobre el origen y progreso de las corridas de toros en España, que escribió Nicolás Fernández Moratín en 1777, pero la completó con situaciones habidas en corridas de toros célebres en aquellos años.
Goya
pintó pocos cuadros religiosos. Del siglo XVIII son Cristo crucificado, San
Bernardo de Siena predicando ante Alfonso V de Aragón, ambos de 1780, San Francisco de Borja y el moribundo
impenitente (1788), los frescos de la
ermita de San Antonio de la Florida (1789), La multiplicación de los panes y los peces, Última Cena, ambos de 1797, y Prendimiento
de Cristo (1798). Del siglo XIX son Santas
Justa y Rufina (1817), Procesión de
disciplinantes, Auto de fe de la
Inquisición, Cristo en el monte de
los olivos y La última comunión de san
José de Calasanz, los cuatro de 1819.
En Cristo crucificado se aprecia la influencia de Megs. Es un Cristo neoclásico sobre fondo negro, de cuatro clavos, los pies sobre una peana, con la inscripción “Jesús de Nazaret rey de los judíos” en hebreo, latín y griego, sentimiento devocional moderado, estudio anatómico excelente en sfumato, pincelada suelta, dominio de las transparencias, luz que irradia del pecho de Cristo y predominio de los tonos encarnados y grises.
San Francisco de
Borja y el moribundo impenitente es una de las pinturas religiosas más
originales de su tiempo. Francisco de Borja intenta convencer a un moribundo de
que se confiese, mientras unos demonios esperan hacerse con su alma. Llaman la
atención los contrastes de luz, el rictus dramático del moribundo y los tonos
amarillos, blancos y verdes.
En los frescos de la ermita de San Antonio de la Florida Goya introduce como novedad representar la Gloria en la semicúpula del ábside, mientras el milagro de san Antonio de Padua ocupa la cúpula de la ermita, además, san Antonio aparece rodeado de personas humildes. Las pinceladas son rápidas, muchas veces abocetadas, están resaltadas las luces y los brillos y la composición es dinámica.
Procesión de los
disciplinantes
y Auto de fe de la Inquisición forman
parte de un mismo conjunto pictórico. En el primero se representa a unos personajes
fustigándose en penitencia, tras ellos las imágenes de la Virgen de la Soledad,
el Ecce Homo y el Cristo de la Cruz, unos encapirotados y varias beatas
arrodilladas. En el segundo varios reos encorazados y en actitud sumisa están
siendo procesados por la Inquisición en presencia de público. En ambos cuadros
los personajes del primer plano aparecen individualizados y los del segundo son
anónimos. Contrastan las zonas de luz y sombra.
La última comunión de san José de Calasanz muestra al santo comulgando por última vez, con rostro moribundo, arrodillado sobre una almohada roja e iluminado por un rayo de luz divina. El hábito blanco del santo y las pinceladas amarillas, encarnadas y rojas contrastan con el fondo negro.
Durante
el Trienio liberal (1820-1823) Goya se ocupó en los Disparates y las Pinturas
negras de la Quinta del Sordo.
Los Disparates es una serie de veintidós grabados realizados a aguatinta y aguafuerte con retoques de punta seca y bruñidor. Se realizaron entre 1815 y 1823. Las escenas tienen una estética onírica y grotesca, propia del carnaval, llenas de violencia y sexualidad, donde se critica el poder, las instituciones y la moral dominantes. Así se pone en evidencia en el Disparate femenino, donde un pelele vestido de militar está siendo sacudido por un grupo de mujeres, en el Disparate matrimonial, donde una figura siamesa de hombre-mujer pide cuentas a un fraile apesadumbrado, y en Caballo raptor, donde un caballo, símbolo de la potencia sexual, captura a una mujer.
Las Pinturas negras es uno de los conjuntos pictóricos más sobresalientes de la historia de la pintura por su fuerza expresiva. Goya las pintó para sí, sin poner freno a su imaginación. En ellas manifestó su decepción por el ser humano y su amargura por el mundo que le rodeaba. Pinta un mundo degradado, lleno de monstruos y de los peores sentimientos del hombre. En el aspecto formal son pinturas al fresco (llevadas al lienzo en 1874 por Salvador Martínez Cubells), pintura aplicada con pincel, paleta y dedos, predominan los colores oscuros –gris, negro, ocre y tierra– y algunas pinceladas de azul, blanco, rojo y verde, la pincelada larga y gruesa, las composiciones descentradas y la luz tenue, pero suficiente para contrastar las zonas iluminadas de las dejadas en sombra.
Las
Pinturas negras son quince, a saber:
- Duelo a garrotazos o La riña, donde aparecen dos villanos que
se baten en duelo a garrote, simbolizan la lucha entre liberales y
absolutistas, aparecen en primer plano sobre un paisaje yermo.
- Dos viejos comiendo sopa, donde aparecen
dos personajes con expresiones propias de una vejez demacrada próxima a la
muerte.
- La romería de San Isidro, donde se
reconocen personajes de clases sociales distintas, los más humildes en primer
plano.
- El aquelarre, donde los
personajes principales son un macho cabrío que representa al demonio y una
joven que se postula a bruja, las dos y el resto de los personajes tienen un
aspecto grotesco.
- Judith y Holofernes, donde se alude
al poder que puede ejercer una mujer sobre un hombre.
- Saturno devorando a su hijo sitúa al
espectador ante el horror caníbal del padre que devora a su hijo sin ningún
escrúpulo.
- Una manola, doña Leocadia Zorrilla o La Leocadia, retrató, en tono
nostálgico, de Leocadia Zorrilla y Galarza, Leocadia Weiss, amante de Goya.
- Dos viejos, o Dos frailes, o Un viejo y un fraile son dos varones, un anciano de barba cana,
apoyado en un bastón, y otro con rasgos monstruosos que le grita al oído.
- Visión fantástica o Asmodea formada por dos personajes
enigmáticos en vuelo, varios edificios y una batalla.
- Peregrinación a la fuente de San Isidro o El Santo Oficio, donde aparece un hombre
con el hábito de la Santa Inquisición y otros, monjas y brujas de aspecto
grotesco, que van en procesión.
- Átropos, o Las Parcas, o El Destino,
donde aparecen las parcas, Átropos, con unas tijeras, Cloto, con una rueca, y
Láquesis, que mira a través de una lente. Aparece una figura masculina con las
manos atadas. Todo simboliza que los hombres son esclavos de su destino.
- Mujeres riendo o Dos mujeres riéndose de un hombre, donde
dos mujeres se ríen de un hombre que muestra un gesto de estúpido.
- Hombres leyendo hace referencia a
las tertulias políticas clandestinas antiabsolutistas.
- Perro semihundido, donde sólo
aparece la cabeza de un perro mirando hacia arriba, queriendo simbolizar la
soledad.
- Cabezas en un paisaje, donde cinco personas parecen asomarse a la realidad del espectador, con quien quieren comunicarse.
Las
Pinturas negras son el precedente
directo del expresionismo del siglo XX.
La
etapa bórdalesa (1724-1728) cierra
la vida y carrera artística de Goya, que se refugió en Burdeos huyendo de la
restauración absolutista. De estos años son Los
toros de Burdeos (1825) y La lechera
de Burdeos (1826).
Los toros de Burdeos es una serie de cuatro litografías: El famoso americano Mariano Ceballos, Bravo toro, Diversión de España y Plaza partida. Representan otras tantas escenas relacionadas con la fiesta de los toros. El tono de Los toros de Burdeos es expresionista y le sirve para denunciar la brutalización de las masas.
La lechera de Burdeos es el último gran cuadro de Goya. Aparece retratada una joven con expresión añorante. Los colores son alegres y suaves, son dominantes los tonos azules y rosas. Anuncia el retrato romántico.
Goya es uno de los más grandes pintores de todos los tiempos. Destacó de entre sus contemporáneos por su maestría en la ejecución de sus obras y proyección histórica. A caballo entre el Barroco y el Neoclasicismo creó uno nuevo estilo, el romanticismo, y dio los primeros pasos hacia el expresionismo, impresionismo y surrealismo. Delacroix reconoció en vida de Goya que le imitaba y Manet, Munch y Bacon reconocieron que se inspiraron en él.
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