Francisco de
Zurbarán
(Fuente de Cantos, 1598-Madrid, 1664) se formó como pintor en el taller de
Pedro Díaz de Villanueva. Se instaló en Llerena en 1617, en Sevilla en 1626 y
en Madrid en 1658. Pintó por encargo para la Iglesia y varias órdenes
religiosas ajustándose a los principios del Concilio de Trento (1545-1563) y de
la Contrarreforma. Sus pinturas se caracterizan por la austeridad, el realismo,
el uso de la luz para reducir las figuras a su volumen esencial, la ausencia de
movimiento y el virtuosismo en el color, sobre todo en el blanco. Pintó lienzos
de diversas temáticas, pero destacó como
pintor religioso. Sus mejores años transcurrieron entre 1626 y la década de los
cuarenta del siglo XVII con obras como Aparición
de san Pedro crucificado a san Pedro Nolasco (1629), Apoteosis de santo Tomás de Aquino (1631) y Santa Casilda (1640). Desde mediados del siglo XVII su arte se
estanca y su principal mercado será América; sin embargo, de esos años es su
mejor lienzo: San Hugo en el refectorio de los cartujos (1655).
Francisco de
Zurbarán: San Hugo en el refectorio, 1655.
Estilo: Barroco.
Técnica: Óleo
sobre lienzo.
Temática:
Religiosa.
Dimensiones: 268
x 318 cm.
Museo de Bellas
Artes de Sevilla.
San
Hugo en el refectorio de los cartujos formó parte de una serie de lienzos que
encargó don Blas Domínguez, prior de la cartuja de Santa María de las Cuevas de
Sevilla entre 1652 y 1657. Los otros lienzos son Virgen de la Misericordia y San
Bruno y el papa Urbano II.
En San
Hugo en el refectorio de los cartujos se narra el milagro que tuvo lugar en
la cartuja de Grenoble en 1083. San Hugo, obispo de Grenoble, envió carne a los
monjes cartujos; San Bruno y otros seis frailes discutieron acerca de la
abstinencia de comer carne; mientras discutían cayeron en un profundo sueño por
intervención divina, sueño que se prolongó durante cuarenta y cinco días. Un
paje de san Hugo visitó la cartuja y le informó del estado de los monjes y de
la presencia de carne en su menú. San Hugo se presentó en la cartuja el
miércoles de ceniza, los monjes despertaron y vieron como san Hugo convirtió la
carne en ceniza. Se simboliza la aceptación divina de la abstinencia.
La composición se estructura en tres
planos. En el primero, san Hugo, a la derecha, encorvado, apoyado en un bastón
y tocando la carne que convierte en ceniza, y su paje, en el centro de la
escena. En el segundo plano, la mesa a modo de bodegón con cerámicas de
Talavera de la Reina, cuchillos, escudillas y pan. En el tercer plano, san
Bruno, mirando al espectador, y seis monjes, cabizbajos. Sin embargo, apenas hay
profundidad.
Las figuras adolecen de estatismo, pero
están bien perfiladas gracias a un dibujo nítido. Los rostros de san Bruno y
los cartujos están demacrados por el ayuno.
El refectorio es austero. La única
decoración es el cuadro de la pared en el que aparecen la Virgen y san Juan
Bautista, protectores de la orden cartuja.
La única cesión al paisaje es la iglesia
cartuja que se ve a través de un arco abierto el lado derecho de la pared del
refectorio.
En cuanto al color, blancos y grises
predominan sobre azules, malvas y ocres. Aparece sólo un color cálido, el rojo,
en las vestimentas de la Virgen y san Juan Bautista. El tratamiento dado al
color blanco, lleno de matices, evidencia el virtuosismo de Zurbarán.
San
Hugo en el refectorio de los cartujos es el lienzo más sobresaliente de
Zurbarán por reunir todas las características de su pintura, personalísima
dentro del arte barroco español, y mostrar la vida monástica inspirada en los
principios y valores de la Contrarreforma.
Por último, la localización original del
lienzo fue la sacristía de la cartuja de Santa María de las Cuevas de Sevilla;
la localización actual es el Museo de Bellas Artes de Sevilla.
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