Pedro Berruguete (Paredes de Nava, 1450-Ávila, 1504) fue un pintor renacentista español. Se formó en Castilla e Italia, donde realizó obras notables, caso de Retrato de Federico de Montefeltro y su hijo Guidobalo (1477). Regresó a Castilla en 1483, donde pintó sus mejores cuadros, caso de Auto de fe presidido por santo Domingo de Guzmán (1499). Estuvo influido por las pinturas gótica flamenca y renacentista italiana.
La
obra de Pedro Berruguete presenta las siguientes características:
- Combinó principios estéticos renacentistas italianos y de la pintura flamenca.
- Sus composiciones son renacentistas, pero el detallismo flamenco.
- Introdujo elementos arquitectónicos clásicos para enmarcar las escenas, a la vez que mantuvo elementos góticos, como los dorados.
- Practicó la perspectiva lineal.
- Las figuras representadas son sobrias.
- Mostró preocupación por la luz en espacios interiores.
- Virtuosismo en la reproducción de las texturas de cualquier objeto.
- Practicó diferentes técnicas, destacando el temple sobre lienzo y óleo sobre tabla.
La
carrera artística de Pedro Berruguete pasó por las siguientes etapas:
- Formación, de 1470 a 1473.
- Italiana, de 1473 a 1482.
- Castellana, de 1483 a 1503.
Pedro
Berruguete desarrolló su etapa de formación (1470-1473) en Salamanca con
Fernando Gallego, de quien aprendió los principios de la pintura
hispanoflamenca. De estos años son las obras Verificación de la cruz de
Cristo y Adoración de los Magos, ambas de 1471, y las tablas del retablo
de la iglesia de Santa Eulalia de Paredes de Nava (1473), destacando Anunciación
por presentar una composición equilibrada, perspectiva lineal, valiéndose del
enlosado, y uso de elementos góticos, desde el arco ojival de la arquitectura
al dorado del fondo de la tabla.
La etapa italiana (1473-1482) debió desarrollarse en varias ciudades. Entre 1473 y 1477 quizá estuviese en Nápoles y Roma, y desde este año en Urbino, donde debió conocer la obra de Jan van Eyck, aunó la pintura gótica hispanoflamenca con la renacentista italiana, aprendió a retratar el desnudo, el cuerpo en movimiento y el escorzo. Además, pintó alguna de sus obras más destacables. Colaboró con Justo de Gante, terminando algunas obras iniciadas por este, caso de Vitorino da Feltre y El papa Sixto IV, ambas de 1475, y con Francesco di Giorgo Martini, que pintó los elementos arquitectónicos de Federico de Montefeltro y su corte escuchando la lección de un humanista (1475).
La
gran obra de Pedro Berruguete en Italia es Retrato de Federico de
Montefeltro y su hijo Guidobaldo (1474-1477) para la serie de 28 retratos de
hombres célebres, que adornaría la biblioteca de Federico de Montefeltro, duque
de Urbino. Se trata de un retrato doble; Federico de Montefeltro aparece en su
estudio, sentado en un trono, retratado como humanista y militar, rodeado de
símbolos de poder y conocimiento, desde una armadura a un libro, además de los
símbolos que le identifican como caballero del Toisón de Oro y de la Orden de
la Jarretera, y como símbolo de su reconocimiento internacional la mitra de
perlas, regalo del sultán otomano, sobre la estantería; aparece retratado del
perfil izquierdo, puesto que el lado derecho del rostro se lo desfiguró en un lance
durante un torneo. Guidobaldo aparece de pie apoyado sobre la rodilla derecha
de su padre, está vestido de gala, con abundantes joyas. El cuadro presenta un
formato vertical con la perspectiva en orientación derecha izquierda.
Pedro
Berruguete abandonó Urbino tras el fallecimiento de Federico de Montefeltro en
1482.
Durante la etapa castellana (1483-1503) la Iglesia fue el cliente principal de Pedro Berruguete, que se especializó en pinturas para retablos. En las obras de esta etapa se aprecia una mejor representación de la perspectiva, de la anatomía humana en movimiento y de la arquitectura clásica, si bien sigue utilizando elementos góticos, tan característicos en Castilla.
La presencia de Pedro Berruguete en Toledo está documentada a partir de 1483, trabajando en la catedral de Santa María por decisión del cardenal Mendoza. También trabajó en otras localidades castellanas, donde realizó importantes obras, una de ellas La decapitación de san Juan Bautista (1485) para la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción en Santa María del Campo; combinó características de la pintura italiana, como la perspectiva, la arquitectura clásica y la gradación de la luz, con otras de la pintura hispanoflamenca, como la elegancia y el detallismo en los vestidos de las mujeres.
Otras obras que Pedro Berruguete realizó fuera de Toledo durante estos años fueron Milagro de la pierna de san Cosme y san Damián, Virgen con el Niño, Lamentación sobre Cristo muerto, Díptico de la Pasión y Asunción de la Virgen, todas hacia 1490.
Pedro
Berruguete perdió a su valedor tras la muerte del cardenal Mendoza en 1495; aun
así, trabajó en la catedral de Santa María de Toledo hasta 1497 para concluir los
trabajos que tenía comprometidos: Anunciación, Nacimiento de Cristo
y Adoración de los Magos, todos para el claustro catedralicio.
Fray Tomás de Torquemada, primer inquisidor general de Castilla y Aragón y miembro de la orden de los dominicos, llamó a Pedro Berruguete para que participase en la decoración del Real Monasterio de Santo Tomás de Ávila en 1499. Realizó varias tablas dedicadas a santo Domingo de Guzmán y san Pedro Mártir de Verona, santos dominicos. Son las mejores obras de Pedro Berruguete.
Las tablas dedicadas a santo Domingo de Guzmán son Aparición de la Virgen a una comunidad de dominicos, Auto de fe presidido por santo Domingo de Guzmán, Santo Domingo y los albigenses, Santo Domingo resucita a un joven y Santo Domingo de Guzmán.
En Aparición de la Virgen a una comunidad de dominicos se recoge el momento en el que la Virgen María se aparece a un grupo de monjes dominicos, que, gracias a su devoción mariana, lograron hacer desaparecer el demonio, que tanto intentó perturbarlos.
En
Auto de fe presidido por santo Domingo de Guzmán se representa un
episodio sucedido entre 1212 y 1221, aquel en el que santo Domingo de Guzmán
presidió el auto de fe en el que se procesó al hereje Raimundo de Corsi y a
otros albigenses; a santo Domingo de Guzmán se le reconoce por vestir los
hábitos de la orden dominica con las tres flores de lis y el nimbo; aparece
sentado en el trono de la tribuna superior, con la mano derecha extendida en
ademán de clemencia hacia Raimundo de Corsi, que al abjurar de la herejía
albigense fue indultado de morir en la hoguera; seis jueces acompañan a santo
Domingo de Guzmán en el tribunal, tres a cada lado, uno de ellos sostiene el
pendón del Santo Oficio; en la grada inferior aparecen doce hombres, unos
leyendo las sentencias a los herejes, otros hablando, otros observando el
desarrollo del Auto de fe y otro sentado durmiendo con la cabeza apoyada en el
respaldo de la grada; el graderío está cubierto con un dosel; en primer plano
aparecen soldados a caballo y a pie, clérigos, verdugos, público y condenados;
dos de los condenados están desnudos en el quemadero a la espera de que sea
encendida la hoguera y otros dos con corazas y sambenitos en los que se lee
“condenado herético”. Aunque el auto de fe se desarrolló en el siglo XIII todos
los personajes visten a la moda de finales del siglo XV.
En
Santo Domingo y los albigenses se muestra un episodio de la prueba del
fuego; santo Domingo ordenó arrojar al fuego los libros albigenses, pero uno
asciende y se salva de las llamas, lo que acreditaba que no era un libro
herético para la fe católica.
En
Santo Domingo resucita a un joven se representa un doble episodio, en el
primero, que se ve en el exterior, el joven Napoleón Orsini cae de un caballo y
muere, en el segundo, en el interior, santo Domingo, levitando de rodillas,
bendice con la mano derecha a Orsini, que se incorpora, volviendo a la vida
ante la sorpresa de los asistentes.
Santo
Domingo de Guzmán
es la tabla central del retablo dedicado al santo. Aparece retratado de pie, de
frente, con la mirada baja, con la mano izquierda sostiene un libro del que
brota la flor de lis, con la mano derecha empuña una cruz, que clava en el
perro demoniaco. Se aprecia la influencia italiana en la representación de la
perspectiva lineal y la influencia hispanoflamenca en la abundancia del dorado.
Las
tablas dedicadas a san Pedro Mártir de Verona son San Pedro Mártir, San
Pedro Mártir en oración, Muerte de san Pedro Mártir, El milagro
de la nube y Adoración del sepulcro de san Pedro Mártir.
San Pedro Mártir es la tabla del retablo dedicado a san Pedro Mártir de Verona. Al santo se le identifica por los elementos martiriales: el cuchillo en incrustado en la cabeza, el puñal clavado en el pecho, la palma con las tres coronas y el libro abierto por la oración del Credo. Hay que mencionar que se combinan elementos arquitectónicos góticos y renacentistas y al santo se le dota de movimiento al adelantar una pierna.
En
San Pedro Mártir en oración se retrata al santo de rodillas ante un
crucifijo; se lamenta ante Cristo, a quien dirige la mirada y sus palabras, por
sufrir por Él sin haber hecho daño a nadie, a los que el Señor le responde “¿Y
yo, Pedro, qué mal hice?”. El diálogo entre los dos aparece escrito en latín
sobre el paño dorado, que cubre el muro de cierre de la escena.
En
La muerte de san Pedro Mártir se representa el martirio de Pedro de
Verona, prior del convento dominico de Como, en su camino hacia Milán, donde
participaría en una vista contra unos herejes; unos correligionarios de estos
le ataron y martirizaron hasta darle muerte; Pedro de Verona recoge su sangre y
con ella escribe en el suelo el arranque del Credo.
En
El milagro de la nube se recoge el momento en el que el hereje, sentado
junto al púlpito, promete renunciar de su error si cesa el intenso calor que
están sufriendo, entonces una nube nubla el cielo. Se combinan la perspectiva
lineal y la jerárquica, por la cual san Pedro Mártir es de mayor tamaño que el
resto de las figuras.
En
Adoración del sepulcro de san Pedro Mártir se recoge el momento en el
que tiene lugar el milagro del encendido de la lámpara, que ilumina la estancia
donde los creyentes rezan ante el sepulcro de san Pedro Mártir, un rayo de luz
enciende la lámpara, que ocupa el centro de la escena, causando admiración
entre unos y reforzando la fe en san Pedro Mártir. Pedro Berruguete sigue el
relato que se recoge en La leyenda dorada, de Jacobo de Vorágine.
Pedro
Berruguete pintó obras de notable interés en sus últimos años; hay que
mencionar Cristo en la cruz (1499), San Juan Evangelista en Patmos
(1499), La Virgen con el niño en un trono (1500), La Virgen de la
leche (hacia 1500).
Pedro Berruguete se consagró como uno de los maestros de la pintura española por ser uno de los primeros maestros de la pintura renacentista en España, aunque nunca abandonó elementos característicos de la pintura gótica hispanoflamenca. Sus mejores obras fueron las que realizó para el Real Monasterio de Santo Tomás de Ávila a instancia del inquisidor general fray Tomás de Torquemada.
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