sábado, 13 de diciembre de 2025

Francisco Herrera el Viejo

Francisco Herrera el Viejo (Sevilla, hacia 1590-Madrid, hacia 1654) fue pintor, grabador y diseñador arquitectónico. Se formó con Juan de Herrera y Aguilar, su padre, que era grabador y pintor de miniaturas, y con el pintor Francisco Pacheco; además, recibió la influencia de Juan Roelas, Francisco de Zurbarán, con quien colaboró, y de Diego Velázquez, después de que contribuyese en su formación. Su carrera profesional se desarrolló en Sevilla hasta 1647, año en el que se trasladó a Madrid. Entre sus obras más destacadas hay que citar San Buenaventura recibe el hábito de san Francisco, Juicio Final, ambos en 1628, y San Jerónimo (1640-1645). 

La trayectoria pictórica de Francisco Herrera el Viejo pasó por tres etapas:

  • Formación, hasta 1614.
  • Manierista, de 1614 a 1626.
  • Barroca, de 1626 hasta 1654. 

Francisco Herrera el Viejo desarrolló su etapa de formación (hasta 1614) en el taller de su padre, Juan de Herrera y Aguilar, con quien se inició en el grabado y la pintura. La primera obra firmada por él fue el grabado calcográfico para la portada de un libro en la que aparece retratado san Ignacio de Loyola. 

Los primeros años de la etapa manierista (1614-1626) de Francisco Herrera el Viejo fueron controvertidos; hasta 1619 trabajó como pintor de manera ilegal dado que realizó encargos sin haber superado el examen de maestro. 

El primer encargo importante que recibió Francisco Herrera el Viejo fue la serie de lienzos que decoraron la capilla de la Vera Cruz del convento de San Francisco de Sevilla, de los que solo se conservan La Inmaculada con monjes franciscanos, El rescate de san Luis y La visión de Constantino, todos de 1614, de estilo manierista. 

Otro cuadro de sus primeros años es Pentecostés (1617), también de impronta manierista. 

El Colegio de Teología de la Compañía de Jesús de Sevilla le encargó uno de sus cuadros más célebres, Apoteosis de san Hermenegildo (1620-1624), que decoraría la iglesia de dicha institución. El lienzo se divide en dos registros superpuestos, en el inferior o terrenal aparece san Isidoro sometiendo al rey visigodo Leovigildo y a san Leandro, mientras protege al rey visigodo Recaredo, quien se convirtió al catolicismo (III Concilio de Toledo, 589), y en el superior o celestial se identifica a san Hermenegildo, hijo del rey visigodo Leovigildo quienes se enfrentaron por sus diferentes creencias, siendo Leovigildo arriano y san Hermenegildo católico, muriendo este en un enfrentamiento militar; se aprecian rasgos arcaizantes en la superposición de registros, la influencia de Juan de Roelas en el rompimiento de gloria y características personales como rostros con rasgos muy marcados, pinceladas enérgicas y sueltas y una paleta de colores dominada por los tonos azules, castaños, dorados y negros.

Apoteosis de san Hermenegildo (1620-1624) es la primera obra maestra de Francisco Herrera el Viejo. Se estructura en dos registros superpuestos, ocupando más espacio el superior o celestial.

  

Durante la etapa barroca (1626-1654), Francisco Herrera el Viejo alcanzó su madurez artística y pintó sus mejores obras: San Buenaventura recibe el hábito de san Francisco, Juicio Final, ambos en 1628, y San Jerónimo (1640-1645). 

El Colegio franciscano de San Buenaventura de Sevilla encargó en 1626 a Francisco Herrera el Viejo cuatro lienzos de la serie Historia de san Buenaventura, en colaboración con Francisco de Zurbarán. De los lienzos que realizó Francisco Herrera el Viejo destaca San Buenaventura recibe el hábito de san Francisco (1628); se representa el momento en el que san Buenaventura ingresa como novicio en la Orden Francisca en 1243; la escena se desarrolla en el interior de una iglesia; una línea diagonal que recorre el lienzo desde la parte inferior derecha hasta media altura del lado izquierdo, formada por las cabezas de los frailes franciscanos, marca el eje compositivo de la escena; aísla a san Buenaventura en la esquina inferior izquierda del lienzo; el resto del lienzo se rellana con el paisaje arquitectónico que ofrece el interior de la iglesia y los feligreses que asisten al evento, que se acumulan en el fondo superior izquierdo; las características más llamativas son el naturalismo, como evidencia la individualización de los rostros en rasgos y expresiones, aunque abundan los semblantes serios junto con el de aceptación de san Buenaventura, una paleta de colores dominada por las tonalidades castañas, ocres y grises, además del blanco y del negro del hábito de san Buenaventura, y una pincelada amplia y suelta. Otros lienzos de Francisco Herrera el Viejo para esta serie son Santa Catalina y la familia de san Buenaventura, San Buenaventura Niño, presentado a san Francisco y la Comunión de san Buenaventura, todos de 1628.


San Buenaventura recibe el hábito de san Francisco (1628) es la primera gran obra de Francisco Herrera el Viejo en estilo barroco.

  

Francisco Herrera el Viejo pintó Juicio Final (1628) para la iglesia de San Bernardo de Sevilla por encargo de la Hermandad Sacramental y de Ánimas. El cuadro y la composición son monumentales, buscando un fuerte impacto emocional en el espectador. El lienzo se divide en dos registros; en el inferior destaca la imagen de san Miguel Arcángel con armadura, espada y escudo, con los justos a su derecha, que reciben más luz, y los condenados a su izquierda, en penumbra; el superior o celestial se representa la Parusía o segunda llegada de Cristo, así Cristo preside la escena, sentado en un trono, sujetando la cruz con la mano izquierda y con la derecha alzada, porta nimbo crucífero y viste manto rojo, símbolos de la Pasión, aparece flanqueado por la Virgen María, vestida de blanco y azul, símbolos de la pureza y la eternidad, y san Juan, con un cáliz en mano del que sale una serpiente, símbolo del martirio, a san Pedro con un libro abierto, símbolo del ministerio divino en la tierra, a san Juan Bautista, vestido con piel de camello, a san Pablo con una espada en la mano derecha, símbolo de su martirio, y san Andrés cargando con la cruz en la aspa, símbolo de su martirio, y rodeado de ángeles niños, músicos, fundadores de órdenes religiosas, obispos, cardenales y santos. La pincelada es suelta y en la paleta de colores abundan las tonalidades azules, castañas, doradas, encarnadas y rojas.

Francisco Herrera el Viejo en Juicio Final (1628) desarrolló un programa doctrinal y simbológico muy completo.

  

En los años treinta del siglo XVII, Francisco Herrera el Viejo siguió atendiendo un número creciente de encargos realizados por diferentes instituciones religiosas. Hay que mencionar San Miguel (1632), La Santa Cena (1635), Las tentaciones del santo Job (1636), Santa Ana con la Virgen Niña (1636), El embarque de santa Paula a Tierra Santa (hacia 1636), La visión de san Basilio y San Basilio dictando su doctrina, ambos de 1638. 

Francisco Herrera el Viejo alcanza la madurez plena en la década de los cuarenta del siglo XVII, desarrollando su carrera entre Sevilla y Madrid. De esta década hay que mencionar Apostolado, La Inmaculada con san Joaquín y santa Ana, ambos hacia 1640, San José con el Niño y San Jerónimo, ambos de 1645. De entre todos destaca San Jerónimo; el santo aparece en su retiro, ocupado en estudiar, reflexionar y escribir, mientras escucha la trompeta apocalíptica; viste túnica roja; aparece acompañado por un león domesticado y una calavera, sin embargo, no aparecen los elementos penitenciales del santo, la piedra para golpearse y el crucifijo al que encomendarse; es decir, Francisco Herrera el Viejo retrato a san Jerónimo como intelectual; el santo aparece envejecido, pero su complexión es atlética; la mirada demuestra que san Jerónimo está concentrado en sus pensamientos; las pinceladas son ligeras; en la paleta de colores dominan las tonalidades castañas y rojizas.


San Jerónimo (1645) es una de las últimas obras maestras de Francisco Herrera el Viejo. Presenta al santo como un intelectual y no como un mártir.

  

De los últimos años de la carrera artística de Francisco Herrera el Viejo el más fructífero fue 1650. En ese año pintó La multiplicación de los panes y los peces, San Pedro arrepentido, Visitación, Custodia adorada por ángeles y La Adoración de los Reyes. 

Francisco Herrera el Viejo también destacó como dibujante. En sus dibujos utiliza las técnicas de la aguada parda, la pluma sobre papel y pluma de caña. Entre los dibujos más destacados hay que mencionar Las Marías, donde las tres mujeres muestran semblantes de dolor; un segundo dibujo también titulado Las Marías, donde aparecen representadas la Virgen María y las tres Marías con gestos de pesar; Los santos varones, que hace conjunto con los dos dibujos anteriores y que se caracteriza por un intenso dramatismo; Estudio de cabeza masculina barbada, un perfil bien definido y sobrio; Figura de apóstol, que llama la atención al concentrar la fuerza expresiva en las manos entrecruzadas; y Un apóstol (1642), uno de los dibujos más trascendentales de la Escuela andaluza del siglo XVII por su monumentalidad. Francisco Herrera el Viejo se valió de líneas diagonales cruzadas para dar volumen a las figuras que aparecen en sus dibujos.


Francisco Herrera el Viejo destacó como dibujante. Un apóstol (1642) es su mejor dibujo y uno de los más destacados de la Escuela andaluza del siglo XVII.

  

Francisco Herrera el Viejo realizó unos pocos diseños arquitectónicos; hay que citar el retablo de las Ánimas de la iglesia de San Pedro de Sevilla (1620), las yeserías de la iglesia del colegio de San Buenaventura de Sevilla (1626) y las yeserías del convento de Santa Inés de Sevilla (hacia 1630). 

Francisco Herrera el Viejo influyó en sus hijos, los también pintores Francisco Herrera el Mozo y Herrera el Rubio.