Antonio de Pereda (Valladolid, 1611-Madrid, 1678) fue un pintor barroco español. De niño se trasladó a Madrid tras quedar huérfano. Se formó en el taller de Pedro de las Cuevas. Estudió a Vicente Carducho. Estuvo protegido por el noble italiano Giovanni Battista Crescenzi, quien le acercó al naturalismo y a la pintura veneciana y le abrió la posibilidad de trabajar en la decoración del Palacio del Buen Retiro de Madrid. A la muerte de Crescenzi se le negó la posibilidad de trabajar para la Corona. Desde entonces su principales clientes fueron la Iglesia y la nobleza. Entre sus obras más destacadas hay que citar San Jerónimo penitente (1643) y El sueño del caballero (1650).
La
obra de Antonio de Pereda se caracteriza por:
- Presentar un estilo ecléctico, combinación del detallismo flamenco y del naturalismo, luz y color de la escuela veneciana.
- Desarrollar cuatro temáticas: histórica, religiosa, bodegón y vanitas o bodegón moralizante.
- Las obras de mayor calidad son las de formato menor y composición sencilla y equilibrada, con tendencia a la simetría, con pocas figuras.
- Valerse del color para reforzar las emociones.
- En la mayor parte de su producción utilizó la técnica del óleo sobre lienzo, pero también la aguada para los dibujos.
La
carrera artística de Antonio de Pereda pasó por las etapas siguientes:
- Formación, de 1622 a 1634.
- Pintor de la Corte, de 1634 a 1635.
- Pintor independiente, de 1635 a 1678.
La etapa de formación (1622-1634) la desarrolló en Madrid, después de quedar huérfano y demostrar interés por la pintura. Su tío Andrés Carreño lo llevó al taller de Pedro de las Cuevas, maestro de pintores tan importantes como Carreño de Miranda y Francisco Camilo. Estuvo protegido por Francisco Tejada, oidor del Consejo Real, y Giovanni Batista Crescenzi, noble italiano, coleccionista de pintura y bien relacionado con la Corona y la Iglesia. De esta etapa destaca Inmaculada Concepción, obra realizada para el cardenal Crescenzi.
Durante la etapa como pintor de la Corte (1634-1635) participó en la decoración del Palacio del Buen Retiro de Madrid. Fue Giovanni Batista Crescenzi quien le facilitó esa posibilidad gracias a sus contactos con la Corona. Pintó Socorro a Génova por el II marqués de Santa Cruz (1634) y El rey godo Agila (1635), ambos de temática histórica.
El
lienzo Socorro a Génova por el II marqués de Santa Cruz decoró el Salón
de Reinos del Palacio del Buen Retiro de Madrid. Recoge el momento en el que el
dux de la República de Génova recibe a las puertas de su ciudad a don Álvaro de
Bazán, almirante de la flota de la Monarquía Hispánica, que llegó a Génova para
levantar el asedio al que le sometían las tropas francesas y saboyanas, que se
resolvió con la victoria española en 1625. El II marqués de Santa Cruz ocupa el
centro del primer plano, estando el dux de Génova a la izquierda en actitud de
agradecimiento. El resto de personajes, militares, soldados y un niño completan
la escena disponiéndose en varios planos alrededor de las figuras principales.
El cuadro parece una galería de retratos oficiales. Se aprecia un detallismo
muy depurado en la reproducción de las texturas de los trajes y armaduras. A
través de un gran vano se observa un momento de la batalla por la liberación de
Génova, lo que sirve para dar profundidad al cuadro.
El cuadro El rey godo Agila formó parte de una serie inacabada de los reyes godos de autoría colectiva en la que entre otros participaron Vicente Carducho. Agila aparece vestido como jefe del ejército visigodo.
La etapa como pintor independiente (1635-1678) se inició tras la muerte de su protector Giovanni Batista Crescenzi, hecho que se tradujo en dejar de pintar para la Corte, pues el conde-duque de Olivares le negó tal posibilidad. Desde ese momento, su principal cliente fue la Iglesia, siendo la mayor parte de su producción de temática religiosa, aunque también realizó bodegones y vanitas. Sus mejores obras las realizó alrededor de 1650.
Antonio de Pereda sobresalió como pintor de cuadros de temática religiosa, debido a que su principal cliente fue la Iglesia y la preponderancia de los principios y valores contrarreformistas. Entre sus obras de temática religiosa hay que citar La Inmaculada Concepción (1636), Cristo, Varón de Dolores (1641), San Jerónimo (1643), San Pedro liberado por un ángel (1643) y San Alberto de Sicilia (hacia 1670).
La
Inmaculada Concepción
fue su primera gran obra de contenido religioso. La Virgen María ocupa el
centro de la composición; muestra una belleza contenida en un gesto amable y
reflexivo, con las manos en actitud orante y mirada baja; dos ángeles se
disponen a coronarla; el Espíritu Santo aparece sobre la corona; alrededor se
reconocen una multitud de cabezas de querubines. Pereda introdujo como novedad
un cromatismo diferente en la vestimenta de la Virgen María, sustituyendo el
blanco de la túnica por el violeta en diferentes tonalidades.
Cristo,
Varón de Dolores
se caracteriza por el detallismo, que sirve para subrayar el dramatismo de la
escena. Cristo aparece abrazado al tronco de un árbol, demacrado, dirigiendo la
mirada al cielo, con corona de espinas, la soga y manto púrpura.
San
Jerónimo
es la obra de temática religiosa más valorada de Antonio de Pereda. Muestra al
santo dirigiendo la mirada al cielo tras haber escuchado la trompeta que
anuncia su muerte y le convoca al Juicio Final, mientras con la mano izquierda
sujeta un crucifijo de madera; completan la escena un libro abierto que deja
ver la escena del Juicio Final, un cálamo en un tintero y una calavera sobre un
libro cerrado. El eje compositivo es la diagonal que dibuja el cuerpo de san
Jerónimo. Las calidades y el detallismo se aprecian en el estudio anatómico del
cuerpo y barba envejecidos del santo y los objetos que lo acompañan. Este
cuadro reúne dos géneros, el religioso y la vanitas, con el fin de
exacerbar la fe del creyente y hacerle reflexionar sobre la fugacidad de los
bienes terrenales.
Antonio de Pereda en San Pedro liberado por un ángel elige el momento en el que un ángel le indica al santo la salida del cautiverio después de haberle liberado de las cadenas. La potencia expresiva de la escena se centra en el rostro y manos de san Pedro y en el contraste entre el rostro envejecido del apóstol y el juvenil del ángel.
San
Alberto de Sicilia
es un cuadro que busca exaltar la fe del creyente. Para ello, Antonio de Pereda retrató al
santo en éxtasis, con la mirada puesta en el crucifijo que sostiene con la mano
derecha, con la mano izquierda sujeta el hábito. La paleta de colores es tan
sobria como la escena, se reduce al blanco y al marrón del hábito del santo
carmelita y del crucifijo y al negro del fondo.
Otros cuadros de temática religiosa de gran valor son Piedad (1640), Adoración de los Reyes (1654), La Trinidad (1659) y San Francisco de Asís en la Porciúncula (1664).
Antonio
de Pereda también destacó como pintor de bodegones, que se caracterizan por una
paleta de colores sobria, con predominio de los tonos ocres y terrosos, con una
iluminación apagada y variedad de objetos, que se agolpan en primer plano
delante de un fondo neutro. Hay que citar Bodegón con nueces (1634), Bodegón
de cocina, Bodegón con caza y fruta, Bodegón de frutas y Bodegón
de legumbres, los cuatro de 1651, Bodegón del reloj y Bodegón con
papelera de ébano, ambos de 1652.
Antonio
de Pereda ganó celebridad por sus cuadros de vanitas o bodegones
moralizantes, alegorías con las que se pretende hacer ver la fugacidad de a
vida y de las glorias mundanas. Hay que citar Alegoría de la vanidad
(1635) y El sueño del caballero (1650).
En Alegoría de la vanidad aparecen dos mesas en primer plano y un ángel al fondo. Las mesas aparecen cubiertas de objetos; en la mesa de la izquierda se observan varios cráneos, una armadura, un mosquete, libros, un reloj de arena, naipes y un candelabro con una vela con la llama extinguida, y en la mesa de la derecha un medallón, donde se lee la inscripción “Divus Augustus dictator”, es decir, “El Dios Augusto es dictador”, monedas de oro y plata, un reloj en forma de torre, un collar de perlas, pequeños cuadros de retratos de diferentes personas y una esfera del mundo; el ángel mira hacia el espectador, aunque la mirada parece perdida, con la mano derecha señala el globo terráqueo y con la izquierda sostiene un camafeo con la efigie del emperador Carlos V. Esta vanitas simboliza que el poder y la gloria que alcanzó Carlos V fue pasajero; en este sentido, las calaveras simbolizan la muerte y el resto de objetos la vanidad terrenal, que es arrasada por el paso del tiempo, que indica el reloj.
En El sueño del
caballero
aparece un personaje en un interior acompañado por objetos a los que se les
dota de una intención moralizante. El lienzo se divide en tres espacios, que,
de izquierda a derecha, están ocupados por un joven caballero, un ángel y un
bodegón, que ocupa la mayor parte del cuadro. El joven caballero aparece
sentado en un cómodo sillón, durmiendo un sueño profundo, que simboliza la
confusión entre la realidad y lo imaginario, que cuando se sueña parece real;
apoya los brazos en el sillón, el izquierdo lo tiene doblado para recibir la
cabeza; viste de manera elegante. El ángel aparece con las alas desplegadas;
observa al joven caballero, mientras sostiene una filacteria en la que se lee “Aeterna
pungit, cito volat et accidit”, es decir, “Eternamente hiere, vuela veloz y
mata”; el ángel presenta túnicas roja y verde y cabello dorado, colores que
simbolizan la Pasión, la esperanza y la Gloria. El bodegón presenta una gran
cantidad y diversidad de objetos con un rico mensaje moralizante: las monedas y
las joyas simbolizan la riqueza, la armadura, las armas y la mitra papal el
poder temporal y espiritual, el globo terráqueo el conocimiento, el reloj el
paso del tiempo, los naipes el azar, los libros, la partitura y la máscara de
teatro los placeres intelectuales y mundanos, las flores y la vela que la vida
se marchita y apaga y la calavera la muerte cierta; todo ello quiere hacer
recordar al joven caballero que ningún bien material ni cargo alcanzado se lo
podrá llevar al otro mundo. El dibujo define con exactitud cada elemento que
compone la escena. La paleta de colores es rica en variedad cromática y en
tonalidades, reservando el negro para el fondo del cuadro. La luz se reparte,
con más o menos intensidad, por toda la escena, pero concentrando una luz casi
blanquecida los rostros del joven caballero y del ángel; la luz pierde
intensidad a medida que se aleja del primer plano; el fondo queda en la sombra.
Las texturas de los ropajes y objetos son realistas.
Antonio de Pereda influyó en Valdés Leal, quien también cultivo el género de la vanitas en sus dos obras más destacadas In icti oculi y Finis gloriae mundi (1672).
Las
últimas obras de Antonio de Pereda pierden consistencia debido al declive de su
salud y a la resistencia a incorporar características de las nuevas tendencias
pictóricas. Así se aprecia en San Guillermo de Aquitania (1671), obra en
la que consigue reproducir los objetos de una manera minuciosa utilizando una
pincelada más fluida; Guillermo de Aquitania aparece retirado en una cueva de
Tierra Santa rezando, con gesto de arrepentimiento, con las manos cruzadas
delante del pecho, ante una vanitas, compuesta por un crucifijo, un
libro abierto por una página en la que aparecen la Virgen María con el Niño
Jesús y una calavera sobre un libro cerrado; Guillermo de Aquitania viste el
uniforme de caballero de los Austrias y no como debió vestir en 1156, después
de peregrinar a Tierra Santa; al fondo se puede observar un paisaje poblado por
monjes ante los que se arrodilla un penitente. La paleta de colores es escasa,
predominando los ocres, grises y azules, además del rojo del fajín del uniforme
de Guillermo de Aquitania.
Antonio
de Pereda también realizó dibujos de gran valor, todos de temática religiosa, y
los que empleó diversas técnicas, aguada, lápiz o pluma sobre papel. Algunos de
esos dibujos sirvieron de boceto para cuadros posteriores. Hay que citar La
oración en el huerto, Cristo crucificado y San Pablo.
Antonio de Pereda alcanzó a convertirse en uno de los pintores más destacados del Siglo de Oro español. Su estilo barroco es muy personal, pues supo aunar el detallismo de la escuela flamenca con el naturalismo, color y luz de la escuela veneciana. Destacó como pintor de cuadros de temática religiosa y vanitas.
Entre los seguidores de Antonio de Pereda hay que citar a Alonso del Arco y Teodoro Ardemans; además, influyó en Valdés Leal.