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sábado, 24 de junio de 2017

José de Ribera

José de Ribera (Játiva, España, 1591-Nápoles, Italia, 1652) fue pintor y grabador, para muchos el primer gran pintor barroco español, aunque desarrolló su carrera en Italia.

Martirio de san Felipe (1639) es la obra maestra de José de Ribera.
  

En la carrera artística de Ribera se distinguen dos etapas: de formación, en España hasta 1610 y en Roma hasta 1616, y de madurez, en Nápoles, desde 1616 hasta 1652.

La pintura de Ribera se caracteriza por la precisión en el dibujo, la pincelada pastosa, la monumentalidad de las figuras y la expresividad de los personajes; además, si los cuadros son tenebristas por el contraste entre luces y sobras y las tonalidades oscuras, pero si son coloristas por el predominio del color, las tonalidades claras y las escenas dinámicas. Hasta 1632 los cuadros de Ribera son tenebristas, hasta 1650 coloristas y en los últimos años recuperó el tenebrismo de la juventud.

La casi totalidad de los cuadros de Ribera son religiosos, mitológicos y retratos. Entre los religiosos predominan los martiriales, que siguen los principios del Concilio de Trento (1545-1563) y de la Contrarreforma, con el fin de reforzar entre los creyentes la fe católica; en los mitológicos reivindicó la Antigüedad clásica; y en los retratos buscó dignificar a la persona.

De los años que Ribera pasó en España no hay certeza alguna por falta de fuentes documentales concluyentes y obras firmadas por él. Aun así se cree que se formó en el taller de Francisco Ribalta.

Ribera viajó a Italia en 1610. La primera parada importante fue Parma, y en 1611 se instaló en Roma; allí completó su formación: pasó por la Academia de San Lucas y estudió la pintura clasicista de Ludovico Carracci y el tenebrismo de Caravaggio, de quien fue un gran seguidor.

El gusto (1615) es uno de los lienzos que componen la serie Los cinco sentidos.

  
De los primeros años de Ribera destacan los cuadros San Martín compartiendo su capa con un pobre (1611), pintado para la parroquia de San Próspero de Parma, del que se conserva una copia; la serie Los cinco sentidos (1615) en la que desde un enfoque naturalista se interpretan los sentidos mediante escenas evidentes para cualquier espectador: la vista se asocia a un telescopio, el oído a un laúd, el tacto a una escultura, el gusto a la acción de comer y el olfato a una cebolla; y La resurrección de San Lázaro (1616), lienzo de disposición apaisada en el que Ribera muestra su gusto por el tenebrismo.

Ribera se instaló en Nápoles desde 1616 hasta su muerte en 1652 atraído por un mecenazgo artístico financiado por un comercio próspero. Hizo carrera trabajando para la corte de los virreyes; tanto fue así que el virrey III duque de Alcalá le nombró pintor de la Corte en 1624.

En la década de los veinte del siglo XVII Ribera alcanzó fama europea gracias a los grabados. Realizó 18 planchas que le sirvieron para dar a conocer su obra y ganar encargos de pinturas. Casi todos los grabados se hicieron a partir de cuadros ya pintados. Destacan Lágrimas de san Pedro, San Jerónimo leyendo y Sileno ebrio. Rembrandt estudió los grabados de Ribera y los calificó de excepcionales. Alcanzado el objetivo de darse a conocer Ribera dejó de hacer grabados.

Lágrimas de san Pedro es uno de los grabados que Ribera realizó en los años veinte del siglo XVII para darse a conocer en Europa.
  

Ribera pintó sus cuadros más tenebristas entre 1626 y 1632. Los lienzos están atravesados por diagonales de luz, que remarcan los contrastes entre las zonas iluminadas y las dejadas en sombra. Las mejores obras de estos años son Sileno borracho (1626); Martirio de san Andrés (1628), San Andrés apóstol (1630), la serie Filósofos (1630) y La mujer barbuda (1631).

En Sileno borracho Ribera muestra sus conocimientos acerca de la religiosidad clásica. Sileno se asocia con Apolo y con Baco; aparece tumbado rodeado por tres sátiros, uno de ellos vierte vino en su copa.

Sileno borracho (1626) es uno de los cuadros mitológicos de Ribera.
  

En Martirio de san Andrés Ribera se presenta como fiel seguidor del tenebrismo de Caravaggio. San Andrés esta siendo atado a la cruz en aspa y rehúsa adorar la imagen de Zeus que le ofrece el cónsul de Patrás; aparece en escorzo diagonal iluminado de forma violenta mientras los verdugos quedan en la sombra. Destaca el tratamiento naturalista de las anatomías, los gestos y los ropajes.

En San Andrés apóstol se busca el impacto emotivo. San Andrés aparece con el torso desnudo abrazando la cruz de su martirio; el fondo es oscuro y el santo recibe la luz desde la izquierda; se hace referencia a su condición de pescador mediante un anzuelo del que cuelga un pez.

Martirio de san Andrés (1628) es uno más de los martirios que pintó Ribera.
  

De la serie Filósofos destaca Arquímedes; le retrata en una pausa en la tarea de estudiar y mira al espectador buscando su complicidad. Ribera muestra un dominio técnico absoluto al mostrar al personaje de una manera natural, sin disimular los rasgos distintivos de la vejez, como son las arrugas en el rostro y los dedos enjutos.

Ribera pintó La mujer barbuda a petición del III duque de Alcalá, virrey de Nápoles. Retrata a una mujer que sufre hirsutismo; en su rostro muestra la evidencia de su enfermedad y el drama psicológico que sufre por su aspecto varonil; su marido aparece con una actitud de resignación.

La mujer barbuda (1631) es uno de los cuadros más impactantes de Ribera.
  

En la década de los treinta del siglo XVII Ribera evolucionó desde el estilo tenebrista a otro más colorista y luminoso. Dicha evolución se explica por la influencia recibida de Guido Reni, Anton van Dyck y la escuela veneciana. Sin embargo, siguió pintando los mismos temas con absoluto naturalismo. Las obras más sobresalientes de estos años son Inmaculada Concepción (1636), Asunción de la Magdalena (1636), Isaac y Jacob (1639), Martirio de san Felipe (1639), El sueño de Jacob (1639) y El pie varo o El patizambo (1642).

En Inmaculada Concepción la Virgen María se presenta de un modo tradicional, con manto azul , que sirve para representar a la Virgen como reina de los cielos y simbolizar su nobleza y eternidad, y túnica blanca, que simboliza su pureza, y ángeles a su alrededor. Llama la atención la exuberancia cromática.

Asunción de la Magdalena representa el sacramento de la penitencia, pero también la fascinación por la belleza femenina.

Asunción de la Magdalena (1636) es uno de los cuadros de Ribera más coloristas.

  
El lienzo de Isaac y Jacob se presenta apaisado y la disposición de los personajes refuerzan la horizontalidad. Los personajes están unidos por gestos y el espectador al cuadro a través de la mirada de Rebecca. Es una obra bajo influencia veneciana como se aprecia en el tratamiento del color. Llama la atención por sus calidades el bodegón dispuesto a la derecha, más teniendo en cuenta que Ribera no cultivó el género del bodegón.

Martirio de san Felipe es la obra maestra de Ribera. El pintor eligió el momento anterior al martirio al que fue sometido san Felipe, aquel en el que unos verdugos ataron al santo a la cruz y lo izaron, ante la indiferencia de unos testigos y la curiosidad de otros. La escena se estructura sobre la diagonal que se dibuja desde el brazo derecho del santo hasta su pierna izquierda; en el centro, la figura protagonista de san Felipe; el resto de personajes se distribuyen a su alrededor en orden de importancia y tamaño: los sayones, el de la derecha sosteniendo una pierna a san Felipe, y los de la izquierda izándole y, más alejados, los testigos, a derecha e izquierda. Ribera retrató a san Felipe ajustándose a los cánones establecidos en el Concilio de Trento (1545-1563) para la representación de los mártires: sufrimiento contenido, resignación ante el martirio y fe y esperanza en el Señor; de ahí que san Felipe eleve su mirada al cielo; los verdugos reflejan el esfuerzo físico en rostro, brazos y piernas en tensión; los testigos de la derecha dirigen sus miradas hacia san Felipe a la espera del martirio; los testigos de la izquierda se muestran indiferentes; la mujer con el niño dirige la mirada hacia el espectador del cuadro. Los colores y la distribución de la luz remarcan la angustia previa al martirio; destacan por contraste el rojo del ropaje del sayón de la derecha y el azul de cielo, pero predominan el marrón, el verde, el gris y el amarillo en tonalidades oscuras. La luz se utiliza para iluminar los rostros de los personajes y el cuerpo de san Felipe. Otras características son el dibujo preciso, la pincelada pastosa y el movimiento.

En El sueño de Jacob se presenta el episodio bíblico en el que Jacob se echa a dormir y sueña con una escala de luz por la que bajan y suben ángeles, símbolo de la vida contemplativa. Ribera pintó a Jacob con absoluta naturalidad.

Ribera en El patizambo (1642) reivindica la dignidad de las personas discapacitadas.


En El patizambo Ribera buscó dignificar la condición de una persona lisiada y pobre que ejerce la mendicidad. Lo consigue dando al personaje una prestancia monumental al retratarlo desde un punto de vista bajo, igual que se hace en los retratos de reyes y nobles; se presenta de cuerpo entero sobre un fondo de paisaje, mira al espectador y le sonríe. Llama la atención el contraste de colores, entre el azul del cielo y los tonos terrosos del vestuario del patizambo.

En sus últimos años Ribera recuperó el tenebrismo de su primera etapa. De estos años destacan Santa María Egipciaca (1651) y San Jerónimo penitente (1652). En ambos lienzos Ribera se esmeró en retratar la humanidad de los santos y la intensidad de sus emociones.

San Jerónimo penitente (1652) es la última pintura de Ribera. En sus últimos años Ribera vuelve al tenebrismo de sus primeros años.
  

La trascendencia artística de Ribera se debe al menos a los siguientes motivos:
  • Popularizó el tenebrismo de Caravaggio.
  • Dio a conocer sus obras a través de su colección de grabados, que Rembrandt calificó de excepcional.
  • Influyó en pintores barrocos españoles de la talla de Velázquez y Murillo.
  • Creó la escuela napolitana de pintura barroca formada entre otros por Luca Giordano, Máximo Stanzione y Giovanni Lanfranco.

Para muchos José de Ribera es el primer gran maestro de la pintura barroca española.

sábado, 17 de junio de 2017

Torres Blancas, de Sáenz de Oiza

Frnacisco Javier Sáenz de Oiza (Cáseda, 1918-Madrid, 2000) se licenció en la Escuela de Arquitectura de Madrid en 1946 y amplió estudios en EE.UU. en 1947 con una beca de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. En 1949 inició su carrera docente en la Escuela de Arquitectura de Madrid, donde llegó a ser catedrático de Proyectos en 1968 y director entre 1981 y 1983. Obtuvo varios premios, entre otros el Nacional de Arquitectura (1946 y 1954), de la Excelencia Europea (1974) y el Príncipe de Asturias de las Artes (1993). Entre sus obras más importantes hay que citar el santuario de Nuestra Señora de Aranzazu en Oñate (1954), Torres Blancas (1969), la Torre del Banco Bilbao (1981) y el parque Juan Carlos I (1992), las tres en Madrid, y la Torre Triana en Sevilla (1993).

Torres Blancas es uno de los edificios emblemáticos de Madrid por su original silueta.
  

El proyecto Torres Blancas fue idea de Sáenz de Oiza y en él colaboraron los arquitectos Rafael Moneo y Juan Fullaondo y los ingenieros Fernández Troyano y Fernández Casado. El constructor fue Juan Huarte. En el proyecto se diseñaron dos torres, pero sólo se hizo una porque el Ayuntamiento de Madrid no concedió la licencia necesaria para levantar la segunda. El proyecto es de 1961, pero las obras se iniciaron en 1964 y concluyeron en 1969.

Sáenz de Oiza conjugó en Torres Blancas la idea de Le Corbusier de inmuebles-villa, es decir, viviendas con jardín, y el organicismo de Frank Lloyd Wright.

La planta de Torres Blancas tiene forma de trébol.
  

Torres Blancas es un rascacielos de 71 m. de altura y 21 plantas destinadas a viviendas y oficinas, además cuanta con sótanos, vestíbulo, una planta intermedia de servicios, restaurante y azotea con piscina y jardines. El edificio presenta planta de trébol; carece de pilares, se presenta anclado al suelo a través de las paredes externas y la estructura vertical interna alrededor de una escalera de caracol que recorre el edificio de abajo a arriba y que hace las veces de “grieta de luz”. Las plantas están agrupadas en “racimos” que presentan una línea semicircular, que sirve para dar al edificio su imagen singular de árbol. Hay un máximo de cuatro viviendas por planta de entre 90 y 300 m2 distribuidos en una planta simple o en dúplex; dentro de cada vivienda las dependencias se agrupan reuniendo dormitorios y baños por un lado y salones y cocinas por otro.

Los materiales de construcción utilizados fueron hormigón armado, visto al exterior, y mármol blanco para la escalera principal.

El edificio Torres Blancas está recorrido de abajo a arriba por una escalera de caracol que le sirve de anclaje.
  

La importancia artística de Torres Blancas radica en ser la obra maestra de Sáenz de Oiza, su primer edificio en altura y una de las más valoradas a nivel mundial dentro de la arquitectura organicista, además le sirvió para ganar el Premio de la Excelencia Europea 1974.

sábado, 10 de junio de 2017

Virgen Blanca de la catedral de Santa María de Toledo

De la Virgen Blanca de la catedral de Santa María de Toledo se sabe que se hizo en la segunda mitad del siglo XIV, pero se desconoce su autor.

Anónimo: Virgen Blanca de la catedral de Santa María de Toledo, segunda mitad del siglo XIV.
Estilo: Gótico.
Técnica: Alabastro policromado.
Temática: Religiosa.
Dimensiones: 153 cm.
Catedral de Santa María, Toledo, España.

  
La Virgen Blanca de la catedral de Santa María de Toledo es una escultura exenta de la Virgen María con el Niño Jesús en brazos. Se ajusta al modelo francés de coloquio maternal en oposición a la Virgen Teotocos románica en el que la Virgen aparece como trono de Dios.

La Virgen aparece de pie en cotraposto. El rostro es ovalado, con ojos rasgados y sonrisa amable; cabello ondulado, peinado con raya en medio y cubierto con una túnica; lleva corona, que la presenta como madre de Dios; la túnica es blanca, azul y dorada, que simboliza que la Virgen es pura, está libre de pecado, que es la reina de los cielos y que la gloria triunfa sobre la muerte.

El Niño Jesús aparece sentado sobre el brazo izquierdo de la Virgen, que le sujeta el pecho con el derecho. Con su mano derecha acaricia la barbilla de la Virgen y en la izquierda lleva un fruto en lugar del globo terráqueo de las imágenes románicas. Al igual que la Virgen viste túnica blanca, azul y dorada.

La Virgen y el Niño Jesús se ofrecen en una escena naturalista, llena de ternura, normal entre una madre y un hijo.

La Virgen Blanca de la catedral de Santa María de Toledo se encuentra en el altar de prima o altar en el que se celebraba la primera misa o de salida del sol.

La Virgen Blanca de la catedral de Santa María de Toledo se opone al modelo románico de Virgen Teotocos o Virgen trono de Dios y se ajusta al modelo de Virgen Madre intercesora de los hombres ante Dios. También rompe con el modelo de Virgen románica en cuanto a su tratamiento formal: abandona el hieratismo y la frontalidad y apuesta por una belleza ideal, el movimiento en una postura natural y la expresión de sentimientos entre madre e hijo.

sábado, 3 de junio de 2017

La adoración de los pastores, de El Greco

El Greco (Candia, 1541-Toledo, 1614) inició su carrera artística pintando iconos de estilo tardobizantino; entre 1567 y 1570 se instaló en Venecia, donde estudió a Tiziano, Tintoretto y Veronés; y entre 1570 y 1577 vivió en Roma, relacionándose con el círculo del cardenal Farnesio y estudiando a Miguel Ángel. En 1577 se instaló en España, en la ciudad de Toledo, donde pintó sus mejores lienzos por encargo de la Iglesia. De entre sus obras religiosas destacan El expolio (1579), El entierro del conde de Orgaz (1587) y La adoración de los pastores (1614).

El Greco: Adoración de los pastores, 1614.
Estilo: Manierismo.
Técnica: Óleo sobre lienzo.
Temática: Religiosa.
Dimensiones: 320 x 180 cm.
Museo Nacional del Prado, Madrid, España.


El Greco pintó La adoración de los pastores para que colgase sobre su tumba en la cripta de la iglesia de Santo Domingo el Antiguo de Toledo, su primer cliente en España. Pintó el lienzo entre 1512 y 1614. Según Luis Tristán, su ayudante, El Greco estuvo ocupado en el cuadro hasta sus últimos días.

La composición de La adoración de los pastores se presenta en una espiral ascendente y en dos planos, el terrenal y el celestial. El protagonista del plano terrenal es el Mesías; aparece desnudo sobre una tela blanca, sostenido por la Virgen María y rodeado por san José y tres pastores, que le adoran. La expresión de la Virgen María ante su hijo Dios es de serenidad y la de san José y los pastores de asombro. Junto al pastor arrodillado aparece insinuado el Agnus Dei o Cordero de Dios, que simboliza al Señor como ofrenda de sacrificio para la salvación de los hombres. El plano celestial está ocupado por dos ángeles, que cierran la composición, jubilosos por el nacimiento de Dios hecho hombre; el de la izquierda porta un pergamino en el que se lee “Gloria in excelsis”, es decir, “Gloria en el cielo”; entre los dos ángeles aparecen angelotes y cabezas de ángeles; todos aparecen suspendidos sobre los protagonistas de la escena que se desarrolla en el plano terrenal.

Las figuras aparecen en un escenario carente de perspectiva, aunque detrás de la Virgen María aparece difuminada una arquitectura abovedada.

El foco de luz que ilumina el cuadro es el Niño Jesús. La luz es blanca y brillante. Es un recurso técnico e intelectual manierista: un único foco de luz ilumina al resto de figuras provocando su éxtasis ante quien es la luz del mundo.

El juego de colores es intenso. Hay un contraste muy acusado entre los tonos cálidos de las ropas, con predominio de morados, naranjas y rojos, y el fondo oscuro. Los colores que viste la Virgen están llenos de contenido: el rojo simboliza la Pasión que le espera al niño Jesús, el blanco la pureza de la concepción y el azul la nobleza, la eternidad y que es la reina de los cielos.

La pincelada es larga y fluida, lo que permitió sugerir formas en vez de crearlas.

Las figuras se alargan hasta la exageración; las cabezas resultan pequeñas si se comparan con el resto del cuerpo. Fue la manera que utilizó El Greco para subrayar la espiritualidad de los personajes representados. De los pastores se distingue el arrodillado por dos motivos: puede ser un autorretrato de El Greco y está a la misma altura que el Niño Jesús con quien parece entablar un diálogo de miradas.


De las obras maestras de El Greco La adoración de los pastores es la que mejor representa su etapa manierista por su composición, tratamiento de la luz y el color y por valerse de los recursos pictóricos para comunicar el mensaje cristiano de ver al Niño Jesús como el elegido para iluminar a los hombres.

La adoración de los pastores cuelga de las paredes del Museo Nacional del Prado desde 1954.