Francisco Pradilla (Villanueva de Gállego, 1848-Madrid, 1921) es uno de los pintores españoles románticos más sobresalientes en la creación de cuadros de temática histórica, destacando los cuadros Doña Juana la Loca (1877) y La rendición de Granada (1882). Se formó en Zaragoza y Madrid y desarrolló su carrera profesional en Roma y Madrid. Fue director de la Academia Española de Bellas Artes en Roma (1881-1882) y del Museo del Prado (1897-1988).
Las
características de la pintura de Francisco Ribalta son las siguientes:
- Predominio de cuadros de temática histórica de gran formato y documentados en fuentes históricas contemporáneas a los hechos recogidos en el cuadro.
- Otros géneros desarrollados fueron los autorretratos y retratos, de gran profundidad psicológica, el costumbrista y el paisajista.
- Composiciones muy estudiadas y equilibradas.
- Abundancia de elementos y detalles.
- Pincelada vigorosa.
- Equilibrio entre dibujo y color.
- Reproducción realista de las texturas de los objetos y efectos atmosféricos.
La
carrera artística de Francisco Pradilla pasó por las siguientes etapas:
- De formación (1861-1874).
- Romana (1874-1897).
- Madrileña (1897-1921).
La
etapa de formación (1861-1874) se desarrolló en Zaragoza y Madrid.
Para 1861 ya había demostrado su capacidad para el dibujo, lo que le permitió trabajar como ayudante en el taller del pintor escenógrafo Mariano Pescador, a la vez que siguió formándose en la Real Academia de Bellas de San Luis de Zaragoza.
Llegó a Madrid en 1866 para completar su formación en la Escuela Superior de Pintura y Escultura, en el estudio de Federico de Madrazo y en la Agrupación de Acuarelistas, fundada por Casado de Alisal y Martínez de Espinosa en 1869. Aparece en la relación de copistas del Museo Nacional del Prado y trabajó en el taller de los escenógrafos Augusto Ferri y Jorge Bussato, para las revistas ilustradas La Ilustración de Madrid (1870) y La Ilustración Española y Americana (1872-1874).
De estos años destaca Autorretrato de juventud (1869), el primero de los varios autorretratos que pintó a lo largo de su vida. Aparece con el cuello girado hacia la derecha para poder mirar de frente al espectador, aunque su mirada no la fija en este, por el contrario, parece perdida en el vacío, evidenciando que está ensimismado en sus pensamientos; luce un aspecto físico que mantuvo a lo largo de su vida, cabello abundante, peinado con raya en el lado derecho, barba no demasiado poblada y gafas. Se trata de un autorretrato de estilo romántico.
Francisco
Pradilla inicia la etapa romana (1874-1897) como pensionado en la
Academia de Bellas Artes de Roma en la especialidad de pintura histórica.
Realizó viajes a Nápoles, Capri, Venecia, París y Múnich, donde completó su
formación visitando los museos y copiando pinturas antiguas y de grandes
maestros. Su primera obra como pensionado fue la copia del cuadro de Rafael Disputa
del Santísimo Sacramento (1875) y la segunda El náufrago (1876).
Su
gran obra como pensionado fue Doña Juana la Loca (1877), que le encumbró
como uno de los grandes maestros de la pintura española, en particular del
género histórico. Este cuadro recoge un hecho histórico, el momento en el que
la reina Juana de Castilla hace un alto en el traslado del féretro de su marido
Felipe el Hermoso desde la cartuja de Santa María de Miraflores de Burgos a la
catedral metropolitana de la Encarnación de Granada en 1506; el viaje se hacía
en etapas muy cortas y de noche, por el día se descansaba en algún monasterio o
iglesia; sin embargo, en la etapa de Torquemada a Hornillos sucedió algo
inesperado que despertó los celos de la reina; Pedro Mártir de Anglería dejó
escrito: “mandó la reina colocar el féretro en un convento que creyó ser de
frailes, mas como luego supiese que era de monjas, se mostró horrorizada y al
punto mandó que lo sacaran de allí y le llevaran al campo. Allí hizo permanecer
toda la comitiva a la intemperie, sufriendo el riguroso frío de la estación”.
La composición se organiza a partir de la diagonal que marca el féretro de
Felipe el Hermoso; la reina doña Juana ocupa el centro de la escena, inclina la
cabeza y fija la mirada en el catafalco en el que descansa su marido, viste
traje de terciopelo negro, que pone en evidencia el avanzado estado de
gestación, en la mano izquierda se observa dos alianzas, que dicen que la reina
es viuda; las parihuelas están cubiertas por un lienzo blanco donde aparecen
estampados el águila imperial bicéfala y la de Sicilia y los cuarteles de
Aragón, Borgoña, Castilla, Flandes, Granada, León y Tirol; el féretro aparece
cubierto por una tela negra adornada con bordados del águila imperial y el león
de Bramante; dos velones flanquean la cabecera del féretro; los personajes que
acompañan a la reina doña Juana son su séquito; está formado por caballeros,
nobles, eclesiásticos y criadas ancianas; al fondo se divisa el convento de
monjas. La tensión de la escena se refuerza presentando a la reina doña Juana
de luto y en posición erguida y aislada del resto de personajes, el
recogimiento en oración de uno de los religiosos, el cielo oscuro poco antes
del ocaso, el árbol seco y la gama cromática cargada de tonalidades frías y
oscuras. Pradilla demuestra su virtuosismo en una pincelada vigorosa, que no
anula un dibujo correcto, en la representación del frío y del viento a través
de la llama de los velones y el humo de la hoguera, que parecen arrastrados,
del silencio, presentado a la reina doña Juana en una escena de recogimiento e
introversión y sus conocimientos históricos en su magnífica puesta en escena y
a través del vestuario de los personajes y accesorios. La reina doña Juana
nunca llegó a su destino por varios motivos: la lentitud del cortejo en la
marcha, la peste, el alumbramiento de doña Catalina de Austria en Torquemada y
las quejas de los nobles al rey Fernando el Católico. Los restos de Felipe el
Hermoso descansaron en el convento de Santa Clara de Tordesillas hasta 1525,
año en el que el emperador Carlos V ordenó su traslado a Granada. Doña Juana
permaneció encerrada por orden de su padre el rey Fernando el Católico y de su
hijo el emperador Carlos V en el convento de Santa Clara de Tordesillas desde
1509 hasta su muerte en 1555. Francisco Pradilla obtuvo por Doña Juana la
Loca la Medalla de Honor en la Exposición Nacional de Bellas Artes en
Madrid y la Medalla de Honor en la Exposición Universal de París, ambas en
1878.
Otros cuadros de temática histórica fueron los retratos de los reyes aragoneses Alfonso I el Batallador y Alfonso V el Magnánimo, ambos de 1879. Estos cuadros forman pareja, razón por la cual Francisco Pradilla ensalza a los reyes, presentando a Alfonso I como rey guerrero en un campo de batalla, acompañado por un soldado, y a Alfonso V como rey renacentista, en su estancia, reflexionando, con la vista perdida en el paisaje que se atisba por la ventana, después de haber estudiado el documento que sujeta con la mano izquierda.
Otra
de sus obras más valoradas y de mayor trascendencia fue La rendición de
Granada (1882). El Senado encargó a Francisco Pradilla la realización de
una pintura que reprodujese una escena relacionada con la toma de Granada por
los Reyes Católicos en 1492; el cuadro habría de exaltar la unidad española y la gloria nacional. Francisco Pradilla se documentó visitando la Capilla Real de
Granada y el Museo del Ejército para conocer objetos militares y otros de
finales del siglo XV, textos contemporáneos a los hechos representados, estudió
los retratos de los Reyes Católicos hechos hasta entonces y viajó a Marruecos
para conocer los rasgos físicos y vestuario de la población autóctona. Realizó
numerosos dibujos y bocetos preparatorios en Granada para estudiar la atmósfera
y el paisaje de la ciudad, pero el cuadro lo terminó en Roma. En La
rendición de Granada se recoge el momento en el que Boabdil, último rey
nazarí de Granada, se rinde y entrega las llaves de la ciudad a los Reyes
Católicos el 2 de enero de 1492. En primer plano se sitúan los ejércitos
cristiano y musulmán; el ejército cristiano ocupa la mitad derecha del cuadro y
se dispone en una diagonal izquierda derecha, desde la esquina inferior hasta
el centro de la escena, los personajes que aparecen son el rey de armas con
dalmática en la que aparecen representados los símbolos de los reinos que componían
en ese momento la Monarquía Hispánica (León, Castilla, Aragón y Sicilia), el
paje real, que sujeta el caballo blanco sobre el que monta la reina Isabel la
Católica, que viste saya, brial, manto real, toca, joyas y corona, la princesa
doña Isabel sobre una mula baya, el príncipe don Juan sobre caballo blanco, el
rey Fernando el Católico, que viste un manto veneciano, monta un caballo bayo,
que sujeta un paje real, además, entre las filas del ejército castellano
aparecen el conde de Tendilla, el Gran Maestre de la Orden de Santiago, don
Gonzalo de Córdoba, el duque de Medina-Sidonia, el marqués de Cádiz, Tomás de
Torquemada, confesor de la reina Isabel la Católica, y diversas damas; entre
los elementos que portan los miembros del ejército cristiano destacan las
cruces para simbolizar el triunfo del catolicismo sobre el islam; entre los dos
ejércitos se abre un camino embarrado en el que aparecen marcadas las rodadas
de varios carros; el ejército musulmán ocupa poco menos de un tercio del lado
izquierdo, se reconoce al rey Boabdil sobre un caballo negro, que se adelanta a
sus hombres para entregar las llaves de la ciudad de Granada a los Reyes
Católicos; al fondo, en el último plano y en altura, aparece la ciudad de Granada, distinguiéndose el barrio del Albaicín por sus casas blancas
y la Alhambra por sus muros rojo arcilla. Las marcas de los carros sobre el
barro marcan la perspectiva en el cuadro; la perspectiva aérea permite
reproducir la atmósfera entre los personajes y elementos que componen la
escena. En la paleta de colores predomina las tonalidades azul, blanco, negro,
ocre, rojo y verde. La reproducción de la luz es realista, abriéndose paso
entre las nubes después de un día lluvioso. Francisco Pradilla demostró su
virtuosismo técnico en la reproducción fidedigna de las texturas y del más
mínimo detalle de los objetos que aparecen en el cuadro, desde la vestimenta de
los personajes al barro del suelo. La rendición de Granada fue expuesto
en Roma antes de que fuese alojado en el Senado de Madrid en 1883; también fue
exhibido en Múnich en 1883 y en la Exposición Universal de París de 1889,
recibiendo en todas las ciudades una crítica favorable; sin embargo, Francisco
Pradilla no recibió ningún premio, pero es el cuadro más popular de los que pintó
y el que más fama le ha dado; el rey Alfonso XII le entregó la gran cruz de la
Orden de Isabel la Católica y el Senado le abonó el doble de la cantidad
contratada por la realización de la obra.
Francisco
Pradilla dimitió en 1882 como director de la Academia Española de Bellas Artes
en Roma, después de denunciar las carencias en recursos humanos y materiales.
Francisco Pradilla durante la segunda mitad de los años ochenta y la primera de los noventa del siglo XIX pintó lienzos y series de gran valor; por ejemplo, las pinturas que decoran el palacio de los marqueses de Linares (1886), dos autorretratos y un retrato de su hija (1887), dos retratos de los marqueses de Linares (1888), la serie de pinturas de las lagunas Pontinas (1890) y El suspiro del moro (1892), cuadro de temática histórica.
Francisco
Pradilla pintó en El suspiro del moro una escena
que se desarrolló después de la rendición de Boabdil ante los Reyes Católicos; aparece
apartado del resto de personajes, que se arremolinan en una escena abigarrada;
el paisaje juega un papel importante para subrayar el dramatismo de la
composición; las formas aparecen desdibujadas gracias a una pincelada suelta;
los colores dominantes son el blanco, que viste Boabdil y que luce el caballo,
el azul y el ocre, en diferentes tonalidades.
Francisco Pradilla inició la etapa madrileña (1897-1921) asumiendo la dirección del Museo del Prado después de haber sido nombrado para ese cargo en 1896. Dimitió en 1898 por no poder desempeñar el cargo a su criterio, la desaparición de un boceto de Murillo, una política fallida de adquisición de obras y no contar con el apoyo de la regente María Cristina ni del Gobierno.
Tras su dimisión como director del Museo del Prado, Francisco Pradilla se centró en su carrera artística. De sus últimos años destacan los lienzos históricos de gran formato La reina doña Juana la Loca, recluida en Tordesillas con su hija, la infanta doña Catalina (1907), Cortejo del bautizo del príncipe don Juan, hijo de los Reyes Católicos, por las calles de Sevilla (1910), los dos encargados por el industrial bilbaíno Luis Ocharán para adornar su casa, y Autorretrato (1918), el último de los cinco autorretratos que realizó a lo largo de su carrera artística.
El cuadro La reina doña Juana la Loca, recluida en Tordesillas con su hija, la infanta doña Catalina es una reproducción en gran formato del cuadro homónimo que pintó un año antes, en formato gabinete. Muestra un momento familiar de la reclusión a la que fue sometida la reina doña Juana, dulcificado por la presencia de su hija, la infanta doña Catalina; las dos aparecen junto a un ventanal, que ilumina la estancia desde la izquierda; la reina, sentada, ha hecho una pausa en la lectura de un libro, dejado sobre el alfeizar de la ventana, para atender a su hija, aunque observa al espectador, al que parece querer transmitir su sentimiento de pesar por la situación por la que está pasando; una dama de corte y una criada están sentadas a cierta distancia, cerca de la chimenea encendida, que calienta la estancia; la criada está ocupada en hilar valiéndose de una rueca de pequeño tamaño; la estancia está decorada con motivos heráldicos, religiosos y objetos corrientes, además, el suelo aparece ocupado por juguetes con los que jugaba la infanta doña Catalina. Francisco Pradilla ha sabido reflejar la atmósfera de angustia de los adultos y la inocencia de la niña; también las texturas de los objetos, lo que demuestra el preciosismo que caracteriza sus obras.
Francisco
Pradilla consultó Historia de los Reyes Católicos D. Fernando y D.a Isabel.
Crónica inédita del siglo XV, escrita por el bachiller Andrés Bernaldez cura
que fue de los palacios para pintar Cortejo del bautizo del príncipe don
Juan, hijo de los Reyes Católicos, por las calles de Sevilla. Reproduce el
ambiente festivo que rodeó el bautismo del que estaba llamado a heredar a los
Reyes Católicos; los sevillanos se echaron a las calles para acompañar el
cortejo real. Esta obra llama la atención por la composición compleja y
monumental, pero equilibrada en la distribución de los personajes que en ella
aparecen, la matización de la luz y de la penumbra, el dibujo preciso, una
paleta de colores brillante y el detallismo, sabiendo transmitir el lujo a
través de los vestidos y las flores que tapizan el suelo.
Francisco
Pradilla se autorretrató por última vez en 1918. Se muestra elegante, observando
al espectador de manera grave y reflexiva. La paleta de colores es escasa,
sobre un fondo neutro en tono terroso, resalta la figura del pintor, con sus
gafas inconfundibles, cabello gris, barba y traje blancos y pajarita negra
adornada con lunares blancos.
Francisco Pradilla debe su importancia artística a ser el pintor de temática histórica más sobresaliente de su tiempo, en los que combinó rigor histórico y virtuosismo técnico en la calidad del dibujo, las tonalidades de color, luces y sombras y el verismo en los detalles; además, también fue un consumado retratista como demostró la serie de autorretratos que realizó a la largo de su vida. Se puede concluir que es uno de los grandes maestros de la pintura española.