Francisco de Goya (Fuendetodos,
1746-Burdeos, 1828) se formó como pintor en el taller de José Luzán
(1760-1761), en la Real Academia de Bellas de San Fernando (1763-1766), en Roma
(1770-1771) y con Francisco Bayeu a su regreso a España. Destacó como
cartonista, grabador y pintor; como cartonista en la Real fábrica de tapices de
Santa Bárbara (1775-1792); como grabador con sus series Los Caprichos (1799), Los
Desastres de
Goya se presentó al examen de acceso a la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando conociendo los gustos de los académicos. Ello explica que pintase Cristo crucificado, un cuadro de temática religiosa de tradición barroca, pero que le permitió mostrar un desnudo con arreglo a los cánones neoclásicos.
Cristo
se presenta crucificado, sujetado con cuatro clavos, desnudo, frontal al
espectador, brazos levantados por encima de los hombros, con la cabeza
levantada, ladeada hacia su izquierda, mirando al cielo, la boca entreabierta,
con corona de espinas, nimbo, cabello largo y barbado; el paño de pureza es
escueto; los pies descansan sobre una peana. No hay detalles cruentos. En la
parte superior de la cruz hay una cartela en la que se lee en hebreo, griego y
latín “Jesús de Nazaret rey de los judíos”. El fondo es neutro.
Goya presentó a Cristo sujeto a la cruz con cuatro clavos por influencia de Francisco Pacheco y santa Brígida. Colocó a Cristo sobre una peana con las piernas y los pies casi en paralelo, con un ligero contraposto hacia la cadera izquierda.
En el Cristo crucificado, de Goya, se reconoce las influencias de Velázquez en cuanto a la composición y Megs y Bayeu en la hechura neoclásica del desnudo.
Presentar a Cristo en la cruz, en soledad, sin acompañamiento narrativo, tiene como objeto no distraer al espectador y despertar en este devoción hacia Dios. Cristo aparece sereno, sin detalles cruentos, pero al ofrecer la cabeza levantada, con la mirada orientada al cielo y la boca entreabierta da pie a concluir que Goya eligió el momento en el que Cristo pronunció las palabras “Señor, perdónalos que no saben lo que hacen”.
La paleta de colores es escasa, con predominio del castaño para el cabello de Cristo y la cruz, encarnado pálido para la piel, gris perla para el paño de pureza y negro para el fondo del cuadro.
Goya concedió el mismo protagonismo al dibujo y al color para crear las formas y los volúmenes. El modelado es suave gracias a una pincelada suelta y a un ligero sfumato.
La luz parece salir del pecho de Cristo y disminuye en intensidad hacia el resto del cuerpo.
El Cristo crucificado, de Goya, fue muy valorado por sus contemporáneos, incluido el rey Carlos III, y durante el siglo XIX. Sin embargo, a lo largo de buena parte del siglo XX fue minusvalorado. Ha habido que esperar al siglo XXI para que de nuevo el Cristo crucificado sea considerado uno de los mejores cuadros de Goya.